Ya es hora de que Nacional acabe con las nostalgias de su única Copa Libertadores, por allá en 1989, una fecha que ya suena tan añeja. Hoy, luego de varios años de intentos fallidos, de inesperadas decepciones, de tantas Copas luchadas, sufridas y perdidas, puede renovar su vitrina con un trofeo tan codiciado. Lo tiene cerca, lo acaricia, lo olfatea. No lo puede dejar escapar. No ahora. No cómo se han dado las cosas.
Este miércoles clasificó a la final –como se esperaba– con una nueva muestra de autoridad. Ya había ganado en Morumbí 2-0, y en su casa, con su gente, volvió a hacerlo, 2-1, con el mismo protagonista, con Miguel Borja, el nuevo diamante. Borja ha jugado solo dos partidos con Nacional y ya es el jugador más importante del equipo: lleva cuatro goles. Lo tiene en la final. Lo puso en la final. Y es un diamante que tiene mucho más brillo.
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Este Nacional no solo tiene a Borja; tiene mucho más para acabar con la espera. Es un equipo con fortaleza ofensiva, con un DT –Reinaldo Rueda– serio, experimentado, sabio; con jugadores de mucha categoría; con una muralla en el arco como Armani; además, es un club organizado, ambicioso, preparado para ganar esa final.
Su llegada a esta instancia no es casualidad, no es sorpresa; al contrario, es justa. Es un equipo que solo ha perdido un partido en el torneo, contra Rosario Central; es un visitante feroz, que no es inferior a ninguno de los participantes. Tampoco lo será con el posible rival, el ignoto Independiente del Valle o el alicaído Boca.
Con ninguno de los dos será sencillo, por supuesto. Independiente del Valle es la sorpresa. Boca, se sabe, tiene la eterna obligación de ser campeón. Lo que pasa es que, tal como se ha dado la Copa, Nacional se ve maduro, listo para hacer historia. Si no es ahora, si no es así, entonces cuándo, entonces cómo.
90 minutos
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET