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Quién mata a quién

La historia de Emmanuel Chidi es un resumen desolador del fracaso que es la humanidad como especie.

Parece el argumento de un cuento ruso pero es una tragedia real, una noticia que salió la semana pasada en muchos periódicos del mundo: la historia de Emmanuel Chidi, un refugiado nigeriano en Italia que logró escapar por milagro a los horrores de Boko Haram en su país, pero fue asesinado a patadas, en una calle, a plena luz del día, por un ‘ultra’ italiano: un fascista y un racista y un idiota.
Cuentan los testigos del hecho que en horas de la tarde del 5 de julio pasado, en la vía Veneto de la ciudad de Fermo, Emmanuel Chidi y su esposa, Chimiary, fueron insultados por un grupo de hombres que estaban allí en una banca. Uno de ellos, Amedeo Mancini, le gritó a ella que era una simia, que se fuera. Entonces su marido, supongo que desesperado por los ultrajes, fue a encarar al agresor.
Las versiones, como siempre en esos casos, son confusas. Hubo gritos, hubo empujones, no se sabe quién empezó la pelea. Lo cierto es que Mancini le dio un puño tan fuerte a Chidi que lo tumbó al andén y le hizo pegarse en la cabeza y quedar inconsciente. Dicen algunos, y no solo la viuda, que aun en el piso lo seguía golpeando, aunque Emmanuel ya estaba en coma. A las pocas horas murió.
Ese es el mundo en el que estamos: un mundo en el que una pareja de jóvenes tiene que huir de su país a causa de los horrores del fanatismo, y atraviesa el infierno y sobrevive, y llega adonde se supone que todo será distinto, pero no: la desgracia los persigue como una sombra y se ensaña con ellos. Los horrores del fanatismo no tienen color ni nación.
En enero de este año la página de la Cruz Roja italiana publicó la historia feliz (cuando lo era, cuando casi lo fue) de Emmanuel y Chimiary; una historia que entonces parecía de triunfo y supervivencia, de esperanza en una vida mejor. El titular, que leído hoy ahonda su tragedia y la hace aún más infame, dice así: ‘La huida de la violencia y del terror, después Italia y un nuevo inicio...’.
Ahí está el relato de cómo los novios vieron arder su mundo a manos de Boko Haram, uno de los grupos más feroces del fundamentalismo islámico. Emmanuel y Chimiary tenían planeado casarse allí, en Nigeria, pero prefirieron correr antes de que el horror también se los llevara a ellos, que habían visto morir a su hijita de dos años y al papá de Emmanuel en un brutal ataque de los extremistas. Chimiary, además, estaba embarazada.
Atravesaron entonces Níger y Libia hasta llegar al Mediterráneo –cuenta ese mismo relato de la Cruz Roja, qué triste suena hoy– y en un barco de nada, esquivando a los guardacostas, llegaron a Sicilia, donde al principio los maltrataron mucho. Tanto que Chimiary perdió a su bebé. Por suerte, una asociación de refugiados se hizo cargo de su caso y fue así como los trasladaron a Fermo, en las Marcas.
Por suerte y por desgracia, pues en esa ciudad, en una de sus calles, los esperaba la muerte. Habrá quien diga que es una fatalidad, el cumplimiento de un destino trágico: huir uno de Boko Haram, por Dios, y acabar en manos de un fascista italiano. La verdad es que es mucho más que eso: en la historia de Emmanuel y Chimiary hay un resumen desolador del fracaso que es la humanidad como especie.
El Rusi (un centro de pensamiento en el Reino Unido) publicó hace poco un estudio muy interesante: entre el 2000 y el 2014, murió más gente en Europa a manos de un atacante de extrema derecha que uno de inspiración religiosa. El famoso y aterrador ‘lobo solitario’: un demente que sale armado a la calle a purificar al mundo, a imponerle sus prejuicios. Contra los gais, contra los negros, contra los otros.
Artífices del infierno en la Tierra, no importa dónde estén. Todos son iguales.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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