En vísperas de la firma de un acuerdo definitivo, otra guerra se avecina. Se trata de la guerra por la imposición de una narrativa del conflicto que va a ser determinante en la asignación de responsabilidades a actores sociales e individuales. Eventualmente, la guerra de narrativas también tendrá implicaciones en los fallos de la justicia.
Preocupa que de la nueva guerra surjan versiones de lo sucedido alejadas de la realidad o demasiado sesgadas. El resultado puede ser que se estigmatice a ciertos actores que no fueron ni tan responsables ni tan culpables y que, al mismo tiempo, se exculpe a quienes jugaron un papel similar o estuvieron más comprometidos con la violencia y la victimización desde la otra orilla.
Recientemente apareció un texto, ‘Casos de implicación de la Iglesia en la violencia en Colombia’, publicado por Pacific School of Religion, en Berkeley. El texto, sin autor, se presenta como un insumo para la Comisión de la Verdad. Tales trabajos de recopilación de casos van a ser imprescindibles.
Sin embargo, el texto muestra un profundo sesgo en su contenido, con implicaciones obvias en la construcción de la memoria y de la verdad. Se mencionan solo casos de vínculos con paramilitares o con partidos tradicionales. Los vínculos con las guerrillas son deliberadamente pasados por alto, incluso exculpados.
Al cura Camilo Torres, un símbolo del Eln, solo le dedican una mención para denunciar cómo monseñor López Trujillo suspendía a un sacerdote que celebró una misa de aniversario del cura guerrillero. Otro caso, el texto utiliza las necesarias denuncias del padre Javier Giraldo contra el paramilitarismo, pero en ningún momento menciona toda la justificación de la rebelión violenta en su informe de la Comisión Histórica y en la web de la ONG Justicia y Paz.
En los 40 fue famoso el caso de monseñor Miguel Ángel Builes quien desde los púlpitos llamaba a matar liberales. El costo en sangre de los actos de alguien con alta influencia social fue bien conocido. Ahora bien, la actuación del padre Giraldo es exactamente la misma: se justifica la violencia por una causa moral superior. La única diferencia en ambos casos es la naturaleza de la causa moral.
Si algo va a ser importante en el posconflicto es deslegitimar la guerra, sin importar de dónde provino. Justificar la violencia de unos y condenar la de otros es un obstáculo a cualquier tipo de reconciliación.
Gustavo Duncan