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Los nasas de la reconciliación

Cuatro resguardos se levantaron por encima del temor para abrir espacio a las Farc desmovilizadas.

Pueblo Nuevo es el único lugar indígena donde las autoridades permitieron que en su territorio autónomo haya una de las 23 veredas sedes del paso determinante hacia el final del conflicto armado en el país.
Los cuatro resguardos de Pueblo Nuevo, Caldono, Tumburao y Pioyá se levantaron por encima de los debates de las comunidades indígenas, del temor, el dolor y las discrepancias, para abrir espacio a las Farc desmovilizadas en el corazón del Cauca. Por eso, si se da la refrendación popular del proceso de paz, parte de la guerrilla permanecerá en terrenos de Pueblo Nuevo durante los 180 días que van hasta la entrega de las armas a Naciones Unidas, para ir después a tribunales de la justicia transicional y reintegrase en la vida civil.
Llegamos hasta Pueblo Nuevo el domingo pasado, con un grupo de amigos del Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana, después de recorrer la carretera destapada que se adentra en un paisaje salpicado de guaduales, pencas de cabuya, café, maíz, plátano y casas de bahareque, para desembocar en la plaza del caserío a 2.000 metros de altura, en medio de montañas soberanas. Un escenario propicio para florecer un día en economía humana armónica con el medioambiente, seguridad alimentaria, bienes y servicios ecosistémicos y turismo ecológico de cultura indígena, cuando termine la agresión contra la gente y contra la Tierra.
El pueblo es un ícono en la odisea hacia la reconciliación, porque desde hace décadas ha buscado dejar atrás el infierno de la guerra. En la simplicidad del cementerio rural está la tumba de Álvaro Ulcué Chocué, al lado de hermanos indígenas que compartieron la vida con la esperanza de que la tranquilidad llegaría un día a sus hogares. En la lápida del líder espiritual e incansable luchador por los derechos humanos de los nasas se lee: ‘Sacerdote católico. Julio 6 de 1943. † Noviembre 10 de 1984. Bienaventurados los que buscan la paz, porque de ellos serán llamados hijos de Dios’.
Desde entonces y hasta hoy fueron más de 10.000 las mujeres y hombres que, como Álvaro Ulcué, trabajaron sin armas por la paz y fueron asesinados por victimarios de todos los lados que los consideraban inaceptables por sus acciones valientes por la justicia y el respeto a la dignidad. Todos desde sus tumbas siguen llamando a que se detengan las muertes violentas de civiles, y a que terminen para siempre los combates absurdos donde caen jóvenes colombianos policías, soldados, paramilitares y guerrilleros.
Los gobernadores de los cuatro resguardos nos presentaron las razones para recibir en su sufrido territorio el complejo camino hacia la paz. Una decisión controversial en el interior de la Onic y del Cric, que exigían primero la larga e incierta consulta popular en un asunto que no esperaba tiempo. Nos dijeron que, conscientes de los riesgos posibles, tomaban la iniciativa para estar presentes de manera real en la causa grande de Colombia que todos los pueblos indígenas unidos estaban apoyando, porque sentían la responsabilidad de ser parte del proceso, para proteger desde dentro la autonomía y la tierra, y para que no haya nunca más ‘enemigos’ en las montañas.
El padre Ezzio, que tiene alma nasa, celebró esa mañana, en lengua nasayüwe, la eucaristía de acción de gracias por la esperanza. Y en el mismo templo siguió la asamblea, con presencia de las hermanas Lauras y de la Mapp-OEA, y la participación de la comunidad que asumió unida el desafío de ser huéspedes de la reconciliación.
Terminamos ante la tumba de Álvaro, sobrecogidos por el silencio, mientras resonaba en todos el canto con que había terminado la misa de Ezzio: “Todos unidos por la vida, vamos buscando un horizonte. Arriésgate, arriésgate, hay algo más”.
Francisco de Roux
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