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Orándole a Alá en Bogotá

Así se celebró una de las fechas importantes del Ramadán en una mezquita de la capital.

JOSE PUENTES RAMOS
“Deja tus tenis en la entrada”, pidió un joven vestido con una túnica blanca en el vestíbulo del centro islámico Al-Qurtubi, en Bogotá. A las mezquitas se debe entrar sin usar calzado. Zapatos de cuero, mocasines, tenis y Crocs de distintas tallas estaban apilados cerca de la puerta. Los pies se enfriaron al tocar las baldosas. Y el clima de la ciudad empeoró la sensación.
Al-Qurtubi es una casa de dos pisos del barrio El Quirinal, en Teusaquillo. El piso está cubierto por una gruesa alfombra roja. Al tocarla, el frío desaparece. El sitio es acogedor. Una sala amplia de la primera planta sirve de mezquita. “Cualquier sitio puede ser una mezquita. En el islam no necesitamos de templos para orar”, comenta Víctor Suárez, un venezolano de 30 años convertido a esta religión hace siete. Está casado con una musulmana colombiana y tiene dos hijas. (Lea también: Así es la vida de una mujer musulmana en Bogotá)
Cerca de 70 personas –entre hombres, mujeres y niños– se reunieron el pasado primero de julio para pasar juntos el día 27 del Ramadán, el periodo de ayuno y oración que musulmanes de todo el mundo practican durante 29 o 30 días al año. En el 2016 comenzó el 6 de junio y finalizó el 5 de julio.
“El Ramadán es un mes donde nosotros reformamos nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro cuerpo. Los elementos que componen al humano”, responde Lyes Marzougui, un musulmán franco-tunecino de 39 años. Estudió Teología y es el ‘sheikh’ (que traducido del árabe al español significa líder) de Al-Qurtubi.
Fotos: José Puentes Ramos
El sentido de esta celebración, explica Marzougui, es exaltar lo espiritual de cada persona a través del ayuno, pero sin sobreponerlo a lo corporal. Que exista un balance entre ambas dimensiones. “Sabemos que el ayuno tiene efectos en el cuerpo. Clarifica el pensamiento y estimula la sensibilidad con todo lo que existe. Hoy en día, el hombre se ve afectado con la cantidad de químicos que traen los alimentos”.
Nada debe entrar por la boca de los creyentes durante el Ramadán. Ni agua ni humo de tabaco. “El ayuno es para enseñarle al ser humano a controlar sus instintos”, dice el ‘sheikh’.
Pero los musulmanes no practican el ayuno solo por mejorar la salud, aunque es uno de los beneficios que le atribuyen. Es un mandato que Alá (en árabe es Allah) escribió en el Corán. “¡Creyentes! Se les ha prescrito el ayuno al igual que se les prescribió a los que los precedieron. ¡Ojalá tengan temor de Allah!”, se lee en el texto sagrado.
“Todo lo que no es Alá está afuera de la condición divina. Es al único Dios que reconocemos. La lógica y el pensamiento de nuestra religión es sencilla”, aclara Marzougui, de piel morena, barba y vestido con una túnica y un turbante. Las prendas son blancas. (Además: Mujeres musulmanas deberán aprender inglés o serán deportadas: Cameron)
El ayuno en el Ramadán va de la mano con el Salat, las cinco plegarias que todo musulmán debe hacer a diario. La abstinencia empieza a la hora en que se reza el Fajr, la oración del alba. En Colombia eso ocurre entre las 4:28 y las 5:00 de la mañana. Y el ayuno termina luego de rezar el Maghrib, la oración del ocaso, que en el país sucede entre las 5:39 y las 6:12 de la tarde.
Suárez y los demás creyentes que se encontraban aquel día en Al-Qurtubi esperaron juntos a que el reloj marcara las 6:12 de la tarde, momento en que el sol se ocultó por completo. A esa hora podrían romper el ayuno. Era importante que la comunidad estuviese reunida la noche de ese viernes.
Una vigilia por Alá
Hombres y mujeres rezaban el Maghrib en la misma sala, sobre la misma alfombra roja. Pero una división de mimbre los separaba. Los hombres se situaron al frente; las mujeres, detrás de ellos. “Nos organizamos de ese modo por dos razones: para proteger a las mujeres de las miradas de los hombres y para que ninguno se distraiga”, puntualiza Paola Martínez, una musulmana colombiana conversa de 34 años. Se unió a esta religión hace siete años tras ser católica.
Después de terminar la oración, todos se levantaron. La división seguía allí, en la mitad de la sala. Un olor a condimentos invadió el recinto. Era el momento de romper el ayuno. “Hermano, toma”, dijo un hombre no mayor de 60 años. Pasaba a los demás platos con arroz y cordero. Suárez pidió que le prestaran atención por un momento. “Hermanos, la comida de hoy la ofrece uno de nuestros hermanos por el nacimiento de su hija Mariam (María en árabe)”. Se escuchó un agradecimiento colectivo.
Eran las 7:30 de la noche. Faltaban 50 minutos para el inicio de la Isha’a, la oración de la noche. Las mujeres subieron al segundo piso de la casa, donde conversaban y estudiaban el Corán en una sala más pequeña en comparación con la del primer piso. Algunos hombres se quedaron en la vivienda leyendo el texto sagrado; otros salieron a tomar aire y revisar sus celulares. Son los momentos previos a la Noche del Poder o del Decreto.
“Dios empieza a escribir el sustento del islam, el Corán, la noche del día 27 del Ramadán. Es decir, se nos revela el texto sagrado”, explica Marzougui. “Y esta noche también hay movimientos celestiales: Alá nos permite acercarnos a él, nos permite cambiar de estilo de vida”. Sánchez, quien trabaja en una compañía farmacéutica, terminó su jornada laboral y de inmediato se dirigió a la mezquita. En su carro guardaba la túnica y el ‘taqiyah’ (el gorro árabe). Antes de comenzar la Isha’a se puso las prendas. “Es mejor que la revelación del Decreto [el Corán] nos encuentre orando y obedeciendo”, recalca el ‘sheikh’. El plan de esa noche fue hacer una vigilia por Alá.
La oración comenzó sobre las 8:20 de la noche. Suárez y los demás hombres formaron varias filas en horizontal. Fijaron sus miradas a la quibla, el muro de la mezquita que está orientado hacia la Meca. ¿Cómo saben cuál es? “Hay una aplicación para el celular llamada Muslim Pro. Tiene una brújula que te ayuda a ubicar la Meca”, responde un joven musulmán. “Mira, es hacia el norte de la sala”.
Marzougui dirigió la plegaria junto a Saleh Yousef, un joven venezolano de origen palestino que alterna sus estudios de Ingeniería Química con el aprendizaje del Corán. Desde los 16 años se interesó en el texto sagrado. Tanto así que con 21 años se lo sabe de memoria.
Así suena la lectura del Corán:
Fotos: José Puentes Ramos
Yousef no recitaba el Corán, lo cantaba. Cada frase, cada palabra. Lo hacía en árabe, pues el libro está escrito en ese idioma. “La palabra de Alá jamás se traduce. Existen textos que la interpretan en otros idiomas, pero esos solo sirven para entenderla”, comenta el aspirante a ‘sheikh’. Durante el Ramadán se leen los 114 capítulos del Corán, también llamados Suras.
Los creyentes se inclinaron, postraron, sentaron y levantaron cuatro veces durante la Isha’a. Antes de ejecutar los movimientos decían: “Allahu akbar” (Alá es grande), a excepción de cuando se levantaron. “En ese momento decimos: “Sami allahu liman hamidah” (Dios escucha a quien lo alaba)”. Yousef finalizó la oración una hora después y le dio paso a la reflexión de Merzougi. Esa noche habló sobre las últimas palabras del profeta Mohammed.
“Le declarábamos amor a Dios”
Para que nadie se quede sin escuchar las oraciones, se acomodaron parlantes en distintos puntos de Al-Qurtubi. En la sala del primer piso hay uno; otro fue instalado cerca de las escaleras, y un tercero lo ubicaron en la sala del segundo piso, donde se reúnen las mujeres. Un televisor les permite seguir al ‘sheikh’. Ellas también visten túnica, pero ocultan su cabello con un velo. “Nosotras utilizamos el velo porque es un mandato de Alá. No es una imposición de nuestros esposos, como se cree. Si fuese así no lo llevaríamos”, contesta Martínez, quien estudió el islam por cinco años antes de convertirse.
Ellas, en su espacio, participaron en el Tarawih, la súplica que se hace en época de Ramadán. Es una oración extra que Marzougui dirige desde el primer piso. También es cantada. “Lo dijo Mohammed: el que no canta no hace parte de nuestra comunidad”, señala el líder.
El Tarawih es el momento más emotivo de la noche. Entre los asistentes había llanto, había exaltación. Todos levantaban las manos a la altura de la cabeza. Cada uno estaba concentrado en el rezo, a pesar del cansancio y la hora (11 de la noche). Así define el ‘sheikh’ esta súplica: “Le hacíamos una declaración de amor a Dios. Nosotros no tenemos intermediarios, hablamos directamente con él. Es una introspección en voz alta”.
Así suena el Tarawih:
Foto: José Darío Puentes
Marzougui calló. La oración llegó a su fin. Entre todos se abrazaban, se daban bendiciones. Algunos se retiraron a sus casas, en especial los de mayor edad. Ellos continuarían la vigilia en sus hogares. La Noche del Decreto desgasta el cuerpo, pero purifica el alma de los musulmanes. Los demás aprovecharon las siguientes horas para orar, charlar con los otros hermanos e incluso descansar a la espera de la primera oración del sábado: el Fajr.
Pero antes de la plegaria del alba se come y bebe. Suárez y otros hombres trajeron a la sala platos con carne, huevos y tortillas. También jugos y refrescos. Es la preparación al ayuno del sábado, que va desde las 4:33 de la mañana hasta las 6:12 de la tarde.
Luego de comer, el ‘sheikh’ pidió a todos que hicieran Wudu. “Antes de rezar, tu cuerpo necesita estar limpio. Debes ir al baño y lavarte ciertas partes del cuerpo”. En un costado de la casa hay unos grifos para que los creyentes realicen el Wudu. Con el agua se limpiaron las manos, la boca, la nariz, el rostro, los antebrazos, la cabeza, las orejas y los pies. El proceso es ejecutado en ese orden. No importó el frío de la madrugada bogotana, cada uno lo tuvo que hacer.
Muy puntual, Marzougui empezó el Fajr y el ayuno. Tras finalizar la oración, que no dura más de 15 minutos, dio a sus hermanos algunas recomendaciones para mantener la concentración mientras rezan y así evitar la nulidad de las plegarias. Les deseó a todos un feliz día y se despidió. El ‘sheikh’, Suárez, Yousef, Martínez y los demás se retiraron a descansar. El ayuno será roto en 14 horas. Nada debe entrar a sus bocas hasta cuando el sol caiga.
JOSE PUENTES RAMOS
Redacción EL TIEMPO.COM
jospue@eltiempo.com
En Twitter: @josedapuentes
JOSE PUENTES RAMOS
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