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Editorial: 25 años de la Carta Magna

La Constitución de 1991 fue el producto de un trabajo extenso e intenso, de 70 constituyentes.

EDITORIAL
Hoy hace 25 años, un exguerrillero, Antonio Navarro; un reconocido líder conservador, Álvaro Gómez –por desgracia víctima fatal de la sinrazón–, y otro liberal, Horacio Serpa, en su calidad de copresidentes de la Asamblea Nacional Constituyente, promulgaron en coro, y en medio de inmensa expectativa, el inicio de la vigencia de una nueva Carta Política para el país, que sustituía la de 1886.
Era el resultado de una manifestación y un anhelo ciudadano homogéneos, a partir de la denominada séptima papeleta, fruto de un sorprendente movimiento estudiantil, que llevó a una consulta plebiscitaria. Y, como tenía que ser, la Constitución de 1991 fue el producto de un trabajo extenso e intenso, de 70 constituyentes que representaban las diversas vertientes de la sociedad.
La Colombia de los 90, llena de zozobras y manchada de sangre por el narcotráfico y las guerrillas, con varios líderes políticos asesinados, necesitaba una nueva carta de navegación. Esta fue pensada, entonces, en gran medida como un pacto de paz para dejar atrás esas tremendas violencias. El que no haya incluido a las Farc es la razón por la que muchos conocedores consideran que falló en tal propósito.
Mas es, sin duda, una Carta Magna que ha dado la talla y es pilar de nuestra democracia. Propios y extraños coinciden en que fue modelo –para el mundo incluso–, en términos de garantizar derechos fundamentales. Y le aportó valiosas herramientas a la sociedad, como es el caso de la tutela. O instituciones que deben interpretarla y salvaguardarla como la Corte Constitucional, entre otras.
Tras su promulgación no han faltado los intentos por echar para atrás muchos de sus avances, sobre todo en el terreno de los derechos ciudadanos, pero, con altas y bajas, la Corte Constitucional ha logrado defender su espíritu.
Dado lo progresista de sus fundamentos básicos, es claro que para abrirles hoy un espacio no solo a las Farc, sino a la paz estable y duradera, sería un craso error pensar en derribarlos y construir unos nuevos. Basta llevar a cabo, con sensatez y buen tino, unos ajustes estructurales, muchos de los cuales ya están en curso. Tenemos una Constitución sólida, que no debe ser reformada a capricho y conveniencia. 
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