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La '4.ª revolución industrial'

Debemos dejar de pensar en el mundo del pasado y comenzar a prepararnos para el del futuro.

Hay pesimismo en la economía mundial. En parte se debe a la coyuntura: el impacto del brexit y la desaceleración de la economía china; la lenta recuperación de EE. UU. y Europa, años después de la crisis del 2008. Pero también hay pesimismo sobre el largo plazo.
Este último ha hecho carrera entre mis colegas economistas, tanto de derecha (Larry Summers) como de izquierda (Picketty). Aducen consideraciones demográficas (sociedades cada vez con más viejos que no producen) y la desaceleración del comercio mundial, que fue el motor del rápido crecimiento global desde 1950. Pero, ante todo, exhiben un injustificado pesimismo tecnológico. Piensan que el impacto económico de los descubrimientos recientes será mucho menor que el que tuvieron en el siglo XIX el motor de combustión y las nuevas fuentes de energía (petróleo, carbón), al desencadenar la primera Revolución Industrial y disparar el crecimiento económico global a tasas nunca vistas en la antigüedad.
Pero no piensan así muchos científicos, que saben más que los economistas sobre estos temas. Para ellos, los avances recientes y por venir en la informática –las plataformas electrónicas, la impresión 3D, el big data, el cloud computing, la robotización, la biotecnología, el genomics, las energías verdes y demás– cambiarán totalmente la estructura económica de nuestras sociedades y las harán mucho más productivas. Cada uno de estos desarrollos potenciará en mucho el trabajo humano.
Un trabajo reciente de la Ocde muestra cómo la industria está ya cambiando dramáticamente en algunos países, debido a los avances digitales y la robotización. Esta última, que para nosotros es aún ciencia ficción, es ya una realidad palpable en Japón, Corea y Alemania, donde hay hoy más de 3 robots industriales por cada 100 trabajadores y habrá al menos el triple en pocos años. En China, el número de robots industriales activos aumentó de 100.000 a 450.000 en solo 4 años. Por su parte, la impresión 3D y el cloud computing permitirán una significativa descentralización de la actividad manufacturera. Las fábricas, como las conocemos hoy, serán objeto de turismo cultural en el futuro.
Por ahora, el impacto de la ‘cuarta revolución industrial’ es mucho mayor en los servicios. El sector financiero globalizado de hoy –con cada vez menor uso de billetes, cheques y hasta tarjetas plásticas– no sería reconocible para un empleado bancario de hace medio siglo. Ni un linotipista de esa época reconocería el mundo de las comunicaciones electrónicas de hoy. Comercio, transporte, entretenimiento, educación y salud están también cambiando a gran velocidad. El Gobierno chino no pudo frenar la penetración de internet, ni nuestro ministro clientelista de Transporte podrá parar la del Uber.
En vez de tratar de defender intereses particulares amenazados por estos cambios, más vale prepararnos para aprovecharlos. Pues los países que no se preparen se quedarán muy rezagados. Ojalá el próximo gobierno, ya más liberado de preocupaciones de orden público típicas de siglos pasados (con la guerrilla más vieja del mundo, en edad y mentalidad), lo lidere un presidente con visión del siglo XXI. Si lo hace, pondrá todo el énfasis en la innovación, la educación de calidad, la transparencia y nuestra inserción agresiva en los circuitos de la economía, la ciencia y la tecnología global.
P. S. Pedagogía, sí; publicidad, no: algunos lectores malinterpretaron un mensaje de mi columna pasada, seguramente porque no fui suficientemente claro. Aclaro, entonces: el Gobierno debe hacer pedagogía y no publicidad sobre los acuerdos de paz. Con pedagogía, el éxito del plebiscito será abrumador. Y hasta mejorará la imagen de Santos, tan deteriorada por el exceso de publicidad de su gobierno.
Guillermo Perry
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