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El metro fantasma y los 89 billones

Troncales y buses a la lata, la 7.ª, en caos... Y para financiarlo: tarifazos en servicios públicos.

Aurelio Suárez Montoya, en análisis riguroso y documentado sobre el Plan de Desarrollo de la administración Peñalosa II, aprobado por una mayoría de 28 concejales, dice que no le sorprendió dicho plan, pues no difiere del que Peñalosa ejecutó en su primera administración (1998-2000), “que se caracterizó por ejecutorias (…) que se forjaron principalmente por agentes privados, estimulados por el lucro, generadas por un Estado que juega como gestor”.
En aquella Administración fue el TransMilenio la obra emblemática del alcalde Peñalosa, que le permitió exhibirse por el mundo (o eso dicen sus panegiristas) como un Ph. D. (que no tenía, ni tiene), experto mundial en urbanismo. Y en la presente Administración vuelve a ser el TransMilenio el eje de su plan de desarrollo. “Troncales para llenar la ciudad de buses por todas partes”, ha dicho el Alcalde.
En cambio, al representante por Bogotá Germán Navas Talero, el Plan de Desarrollo sí le pareció bastante raro por la forma precipitada como fue aprobado y por las inconsistencias legales que lo rodean. Una de ellas, el asentimiento del cabildo a las vigencias futuras para la financiación de la primera línea del metro elevado de Bogotá, que, de acuerdo con la denuncia del representante Navas Talero, viola los requisitos establecidos por la Ley 1483 de 2011, la cual exige, para la aplicación de vigencias futuras, como en el caso del metro Peñalosa, entre otros, “los estudios técnicos de definición de obras prioritarias e ingeniería de detalle del proyecto”, de los que, como lo han advertido varios estudiosos y columnistas de prensa, carece la improvisada primera línea del metro. Dice el representante del Polo: “Sé que, al presente, esos estudios exigidos por la ley no existen” en cuanto al metro elevado respecta. Navas Talero ha solicitado a la Fiscalía que investigue la actuación del alcalde Peñalosa, de los 28 concejales que aprobaron el Plan de Desarrollo y del secretario de Movilidad, Juan Pablo Bocarejo.
En el citado análisis del Plan de Desarrollo, Aurelio Suárez Montoya muestra un cuadro comparativo del presupuesto de la Administración anterior con el aprobado por el Concejo para el plan de la actual. El de Peñalosa tiene, sobre el de Petro, un incremento global de 47,68 % (pasa de 59 y pico billones a 89 y pico billones). El énfasis del plan de Peñalosa es la movilidad (43 billones y medio contra 17 billones de Petro), seguido de la educación (15.095 billones contra 15.288 billones de Petro, es decir, se reduce el presupuesto para educación), y en tercer lugar la salud (13.387 billones contra 10.553 billones, de Petro; aumenta). El resto de rubros (hábitat, integración social, gobierno y seguridad y desarrollo económico) cuentan con partidas inferiores a los seis billones.
Como lo anota Suárez Montoya, la ciudad en los próximos tres años y medio que le restan a la administración de Peñalosa II vivirá una verdadera fiesta billonaria de movilidad. Troncales a la lata, buses diesel por donde quiera que usted se encuentre, la carrera 7.ª transformada en nuestro caos favorito y completamente paralizada mientras se demuelen 400 predios y se da paso a las losas de relleno fluido que, como las de la Caracas, exigirán eternos y suculentos contratos de reparación. Y para financiar todo eso, aleluya, tarifazos en los servicios públicos (incluido el transporte, claro, como el que ya nos obsequió en TransMilenio al iniciar su burgomaestratura el señor Peñalosa), uno detrás de otro (o al mismo tiempo, quién quita) que correrán por cuenta de los alegres bolsillos del ciudadano feliz.
¿Y el metro? Seguirá siendo el mismo metro fantasma que recorre a Bogotá, como ánima en pena, desde 1942. El mismo metro fantasma que el alcalde Peñalosa se comprometió a hacer en 1998 y que en 1999 cambió por el TransMilenio (“que sustituye ventajosamente al metro”, argumentó entonces); el mismo metro fantasma, ahora elevado a la categoría de “elevado”, que tampoco se materializará. A última hora, el alcalde Peñalosa hará la misma finta de 16 años atrás y desviará los recursos del metro para robustecer la troncal de la 7.ª, que durante muchas décadas del siglo XXI se devorará el presupuesto de la capital. (Si llevamos seis años tratando de hacer el deprimido de la 94, imagínense cuánto durará en obra la troncal de la 7.ª, donde habrá que hacer seis o siete deprimidos).
El representante Navas Talero debería exigir en su denuncia que se investigue el detrimento patrimonial a la capital, emanado de desechar los estudios del metro subterráneo, ya aprobados por entidades internacionales, listos para su ejecución y que costaron una suma nada despreciable, para cambiarlos por un metro carente de los estudios más elementales.
Peñalosa adujo en su momento que el metro elevado reduciría los costos. Sin embargo, la primera línea de ese metro elevado y barato tiene apenas la mitad, o menos, del recorrido estipulado para el metro subterráneo, y vale casi lo mismo (13 billones del elevado, 10 kilómetros, contra 18 billones del subterráneo, 27 kilómetros). ¿En dónde queda la reducción de costos, si el kilómetro del elevado resulta mucho más caro que el kilómetro del subterráneo?
Suárez Montoya remata su examen del Plan de Desarrollo de Bogotá 2016-2020 con la siguiente conclusión, en apariencia sarcástica y surrealista, aunque los próximos años nos dirán hasta dónde el distinguido economista se aproximó a la cruda realidad: “Hay de todo como en botica. Ese suculento menú de privatizaciones, grandes contrataciones y oportunidades de lucro contempla prácticamente todas las áreas. Bogotá quedó de Feria”.
En esa feria de los billones, la salud de los bogotanos no será la menos afectada. La urbanización de la reserva Van der Hammen, poderoso pulmón de la ciudad, contribuirá a una disminución dramática de la calidad del aire que respiramos. El medioambiente bogotano, poco amigable hoy, será aún más viciado por una contaminación feroz bajo los auspicios de la gran cantidad de aerosoles que producirán los miles y miles de buses diesel con que el Alcalde aspira a cubrir la ciudad “por todas partes”. Preparémonos para deliciosas epidemias de virus muy variados y tonificantes como los que han puesto en emergencia ambiental a Ciudad de México y Santiago de Chile: conjuntivitis, enfermedades pulmonares y respiratorias, aumento de la mortalidad, deterioro de la capacidad productiva, cáncer de piel, etc. Y aun así, ¿mejorará la movilidad?
Enrique Santos Molano
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