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'Chao, compañera. Me despido porque de pronto no nos volvemos a ver'

El 9 de junio, los padres de Nicol Garzón hallaron el cuerpo de su hija. Aún se investiga su muerte.

El día en que apareció muerta no quería ir a casa. Temía que le pegaran por haber perdido materias. “Se puso a llorar en el descanso; decía ‘no quiero llegar a la casa’ y que la mamá le iba a pegar muy duro con la chapa”, recuerda una compañera de curso. “Pensaba que esta vez le iban a pegar la mamá y el papá”, agrega otra.
Dos semanas después de que la niña Nicol Daniela Garzón Pulido se quitó la vida ahorcándose con los cordones de unos tenis, en el patio de su vivienda, aún quedan muchas incógnitas por despejar. Son inciertas las razones que habrían impulsado a una niña de tan solo 10 añitos a tomar la decisión de acabar con su vida. Ni por qué escogió una manera tan espantosa de morir y si realmente se trató de un suicidio. Medicina Legal aún debe entregar el resultado de la autopsia. (Lea aquí más noticias, columnas y reportajes de Salud Hernández-Mora)
Los papás de la pequeña, Lorenzo y Paola, señalan a la Institución Educativa Fusca, sede del Cerro, vereda Yerbabuena, del municipio de Chía, como los responsables de la tragedia ocurrida en la noche del 8 de junio. Alegan que Bibiana Pantoja, directora del quinto grado y profesora de Matemáticas, Español, Inglés y Ciencias Sociales, la tildó de “gorda” y no le permitió incorporarse al grupo de baile colegial que actuaría en el Festival Cultural municipal; algo que la docente niega.
Las amigas de la niña, sin embargo, lanzan la hipótesis de un supuesto maltrato continuado en el hogar por sus bajas calificaciones. A ello agregan que Nicol sentía que sus papás no la querían tanto como a sus dos hermanas, en especial a la pequeña, de siete años.
“Contaba que si no sacaba cinco, la mamá le pegaba con ortigas, con la chapa de la correa, y los papás la amenazaban con que si le decía a alguien, le pagarían más duro”, afirma una de las colegiales que compartía salón con la fallecida. Pero no lograba obtener las más altas puntuaciones porque, con frecuencia, entregaba las tareas incompletas.
Nicol había llegado por primera vez al sencillo colegio distrital, situado entre cerros tan verdes como helados, a una media hora del casco urbano de Chía, el pasado 22 de febrero. Según confesó a unas amigas, sus padres, empleados de Direct TV en un centro comercial de Chía, la sacaron del Liceo Campestre Reino Unido, donde terminó cuarto grado, por no poder costearlo. (Lea: Editorial / Jóvenes a la deriva)
Enseguida se sintió a gusto con los nuevos compañeros, una parte, hijos de empleados de fincas de estrato alto de los alrededores, y otros, residentes en Chía.
A Nicol, más alta y gruesa que la media de su edad, la describen como una niña alegre y amiguera, de mentalidad infantil y temperamento fuerte. Le gustaba el baile, patinar, si bien era patosa y se le dificultaba. Y de grande quería ser veterinaria. “Era muy creativa, dibujaba lindo y le encantaba la escarcha”, rememora una niña.
Acostumbraba a esperar en la biblioteca del colegio a que partiera la ruta escolar. Pasaba el tiempo mirando, feliz, libros de ilustraciones, tales como 1001 cosas que buscar en la granja. Era la única ocasión en que no se la veía rodeada de una nube de amigas.
El último día de su existencia, miércoles 8 de junio, sin embargo, fue opaco. Aunque la jornada comenzó con Educación Artística, su favorita, algo le atormentaba. El día anterior perdió las dos materias con que iniciaban la evaluación –Español y Educación Física–, si bien podía recuperarlas fácilmente con dos sencillas pruebas.
Ese miércoles, temprano, la profesora Bibiana recibió un mensaje de texto en plena clase. Había olvidado las gafas así que le pidió a una alumna que lo leyera, y al saber que era la mamá de Nicol, dictó la respuesta: marque a las 9:30 y hablamos. (Además: Suicidio: una mirada seria)
A la hora convenida, entró la llamada. Pese a compartir un grupo de WhatsApp con todos los padres de sus alumnos, Paola le telefoneaba con frecuencia, preocupada por las calificaciones de su hija. Bibiana le informó de los dos exámenes perdidos. La madre se molestó por no haber recibido enseguida esa noticia. “Ya no sé qué hacer con Nicol”, comentó.
Al llegar la hora del recreo, conforme al relato de las compañeras de la fallecida, se le borró la alegría y prefirió deambular por las instalaciones sin compañía.
“Lloraba, estaba triste, decía que tenía miedo de ir a la casa, que esta vez le iba a pegar no la mamá sino el papá, y nos dijo que prefería estar sola”, rememora una de ellas.
Unos detalles que dejó la niña ese día, así como otros del pasado, pueden arrojar luces sobre lo que Nicol planeaba.
“En Educación Artística, Miss Bibiana –ella es la profe de Inglés– nos pidió un dibujo de frutas, animales y ropa. Nicol dibujó el cielo y lo llenó de escarcha y estrellitas. Fue la única que no dibujó lo que nos pedían”, dicen sus compañeras. Varias de ellas interpretan que Nicol se veía ya en el cielo.
“Le dije que me encantaba su creatividad, porque era un dibujo bonito. Y nunca la llamé gorda ni a ella ni a mis alumnas. Iría contra la ética”, afirma Bibiana.
Una de las amigas conserva una frase que no le despertó en su momento la menor sospecha. “Cuando yo me iba a la ruta, me dijo: 'Chao, compañera. Yo me despido porque de pronto no nos volvemos a ver' ”.
Al preguntar a las amigas cómo podía una niña llegar a pensar en un suicidio ahorcándose, contestaron que a Nicol le apasionaban las películas de terror.
“De pronto solo se trató de lastimar para que la prestaran atención. Su hermana tuvo apendicitis y la mamá siempre estaba muy pendiente de ella. Yo creo que solo quería que su mamá también estuviera igual de pendiente”, considera una de sus compañeras.
En un mensaje de Facebook, fechado en agosto del 2014, Nicol mostraba un enorme cariño hacia sus papás y su hermana, pero dejaba constancia del daño que le causaba que le pegaran. Su mamá justificaba el castigo por ser “grosera y no hacer caso”. Pero se despedía de su hija con esta frase: “Recuerda que así te pegue o te regañe, te amo con todo mi corazón, mi lorito loco”.
¿Suicidio?
No hay certeza sobre lo que hizo Nicol las horas previas a su muerte. La primera noticia de que algo grave sucedía llegó a las 7 de la noche. Paula marcó alarmada a la profesora Bibiana. Nerviosa, con voz atenazada por la angustia, preguntó a la docente si sabía dónde estaba su hija, pues no la encontraba en la casa.
A las 7:20 la profesora envió por WhatsApp a los padres la pregunta: “¿Alguien sabe dónde está Nicol?”. Ninguno tenía la menor idea.
Poco después era la propia Paula la que informaba que su hija se había ahorcado con los cordones de los tenis en el patio de la casa, el único lugar que no habían registrado. La hallaron tirada en el piso y corrieron a avisar a una ambulancia. Al centro médico la niña llegó sin signos vitales.
A la 1:52 de la madrugada del jueves 9 de junio, Paola dejó este mensaje en Facebook que reproduzco tal cual lo escribió: “Mi vida siempre estaras en mi corazón seras mi amor eterno te amo”.
El viernes la enterraron sin presencia de profesores, porque la familia así lo quiso. El sábado, los Garzón, conforme a lo que indican varios vecinos, sacaron a la calle la cama de Nicol y una bolsa con cuadernos y otros objetos personales para que los recogiera el camión de la basura.
Intenté hablar con los padres, pero el progenitor, que abrió la puerta de su domicilio, dijo que me había equivocado de dirección. Comprendí que preferían guardar silencio. Días antes, en Caracol TV, acusaron a la profesora Bibiana Pantoja de ser la responsable de la muerte de su hija. También hubo señalamientos contra las alumnas de octavo grado.
“Es muy injusto que nos culpen a nosotras. Nunca tratamos con los más pequeños: tenemos el descanso a otra hora y no nos juntamos con ellos. No conocíamos a Nicol. Nos parece muy triste lo que le pasó, pero nos indigna que nos echen la culpa. Aquí nunca hacemos 'bullying' ”, me dijeron diez chicas de 8.° en las instalaciones de la Institución Educativa Fusca.
Varios padres de alumnos de distintos cursos manifestaron su respaldo absoluto a Bibiana Pantoja, con dieciocho años de experiencia docente, los últimos cuatro en ese centro. “Es una profesora que hace sentir que es la mamá de los niños”, aseguró Marlene Cardenas. “Mi hijo, de 10 años, lleva siete en este colegio, y también tengo otra hija de 8 estudiando. Es un colegio muy bueno”.
“Somos montañeros, campesinos, Yerbabuena es una vereda tranquila. El suicidio para nada es por los profesores, los conozco, soy acudiente porque tengo un hijo estudiando. Pero tienen que investigar y llegar a un diagnóstico de por qué la niña se suicidó o qué pasó”, añade Édgar Hernando Poveda.
El psicólogo experto en suicidios y tanatología, Paulo Acero, ha tratado casos parecidos. “Cuando un niño pequeño se quita la vida no está buscando matarse, sino acabar con un dolor que en ese momento es insoportable. O quiere provocar que le presten la atención que cree que no le dan”, explica. “Nadie se quita la vida por un solo factor, es una confluencia de varios que se van sumando, y avisa de muchas maneras, a veces sutiles. A finales de año, el índice de suicidios sube por el fracaso escolar. A veces los niños dicen: si pierdo, en mi casa me van a matar”.
En cuanto a si es posible que una niña pequeña se ahorque con unos cordones, Acero trató el caso de un adolescente que se quitó la vida de esa manera. “Pero tiene que ser planificado”, indica. La psiquiatra Isabel Cuadros atendió a una niña de 8 años, a quien “la mamá la chuzaba con alfileres, la maltrataba. La niña intentaba ahorcarse, pero nunca pudo porque el nudo tiene que estar bien hecho”.
¿Se suicidó? ¿Qué gota desencadenó la tormenta? Interrogantes que deberán resolver las investigaciones para evitar que a otros niños les pase. Por lo pronto, el ICBF sigue el caso de la familia y del grupo familiar de Nicol.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Chía (Cundinamarca).
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