Junio de 1940. Tengo 24 días, 11 horas y pocos minutos de haber nacido. Nací en la bellísima bahía de Nápoles el 18 de mayo de 1940. Ahora estoy acostado en una cuna de madera en la sala de mi tía Carmelina del Prete. Mi madrina y ella me están envolviendo en unos fajos prehistóricos, bisabuelos de los pañales desechables que lo fajan a uno literalmente. No sé qué está pasando, pero siento la atmósfera pesada en la sala de mi tía. Poco a poco están llegando todos: los Basile, los Ferrara, los Di Giulio, los Scafa, y en un insólito silencio se acomodan al frente del armatoste del mueble del radio La Voce del Padrone; todos boquiabiertos, esperando el discurso de Benito Mussolini, el Duce. Hoy, 14 de junio, el Cabezón, con su ritmo sincopado como el de Daniel Santos, les iba a comunicar a los italianos la declaración de guerra a Francia y Gran Bretaña, justificándola con este discurso repleto del más rancio populismo.
“Camisas negras de la revolución, ¡Hombres y mujeres de toda Italia!
“¡Italianos, habitantes de todas las regiones del mundo, más allá de las montañas y los océanos, escuchad!
“Una hora solemne en la historia de la patria está a punto de sonar.
“Veinte millones de italianos están reunidos en las plazas de Italia; es la más grande manifestación de la historia del género humano”.
Los italianos, ya encendidos por la oratoria del Duce, comenzaron a corear cada frase con ¡guerra!, ¡guerra! Toda Italia cayó en la trampa guerrerista que puso 70 millones de muertos, ¡guerra! ¡guerra!, y también en la familia algunos comenzaron a agitarse y a gritar. Me contaba mamá que yo, que nunca lloraba, comencé a llorar a lágrima viva, sin que nadie me pudiera acallar. Afortunadamente, la atmósfera pasó de la guerra a la euforia de la victoria contra los primos de más allá de los Alpes y la Pérfida Albión, y así yo también participé en este momento de esperanza y dejé de llorar en los brazos acogedores de mi mamá.
Pero la euforia duró poco. Antes de que yo cumpliera los 7 meses, Nápoles sufrió su primer ataque aéreo. Unos Bristol Blenheim, aviones livianos de la Royal Air Force, bombardearon por 4 horas las instalaciones industriales de la ciudad, que se había vuelto objetivo estratégico, por lo cual sufrió más de 200 bombardeos y fue destruida por la estrategia de Roosevelt: bombardear, bombardear, bombardear.
Salvo Basile
Infancia, guerra y bombas
La euforia duró poco. Antes de que yo cumpliera los 7 meses, Nápoles sufrió su primer ataque aéreo.
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