Trumbo tiene dos ganchos atractivos. La cinta aborda el fascinante universo del funcionamiento de Hollywood, aunque en un momento histórico infame: cuando los estudios decidieron boicotear el trabajo de artistas con simpatías comunistas.
Además la película se ha convertido en el justo reconocimiento de la industria al talento de Bryan Cranston, el popular protagonista de la serie Breaking Bad, al haberle significado una nominación al Óscar como mejor actor.
Cranston representa a Dalton Trumbo, quien fuera el guionista mejor pagado de Hollywood entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Pero todo su prestigio se fue al piso cuando la Cámara de Representantes lo citó para averiguar por sus actividades como miembro del Partido Comunista y él se rehusó a colaborar.
Esta negativa le significó una condena de varios meses, el rechazo de la comunidad que lo adoraba y el bloqueo de cualquier fuente de trabajo.
La cacería de brujas que se dio en Hollywood a mediados del siglo pasado ha sido abordada por varias películas con mayor o menor éxito, y Trumbo está a mitad de camino entre ambos grupos.
La mayor limitación de la cinta radica en un guion esquemático y superficial, que al tratar de evitar cualquier incorrección política termina derivando en una historia insípida y blandengue, lo que constituye una paradoja para un filme sobre uno de los grandes guionistas del siglo pasado.
Esa pobreza dramatúrgica le da mucho más valor a las actuaciones masculinas (qué desperdicio de Hellen Mirren y Diane Lane), que se roban la atención del espectador con un amplio rango histriónico que va desde el pasmoso naturalismo de Louis C. K. hasta la exquisita teatralidad de Bryan Cranston.
Trumbo *** Dirección: Jay Roach Con: Bryan Cranston, John Goodman, Louis C.K. Género: drama.