Bueno, sí. En general, los políticos son mentirosos, cultivan verdades a medias, ofrecen el cielo a sus electores, formulan promesas justicieras y alimentan ilusiones colectivas que, incumplidas, se convierten en mentiras.
Pero hay unos, como Donald Trump, que, además de engañar especulando el futuro, cambian también cifras y porcentajes del pasado y del presente, tergiversan la historia y modifican hechos concretos, al aplicar una estrategia que les asegura, de modo paradójico, su credibilidad.
Si no fuera así, el mentiroso de Donald Trump no estaría donde está: en el estrado electoral como candidato único del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos.
Un seguimiento semanal demostró hace poco que Donald Trump decía una mentira cada 5 minutos. Lo suyo es un sancocho permanente de afirmaciones inexactas sobre asuntos políticos y alardes personales de la vida cotidiana. Émulo de Goebbels, ministro de Hitler, el multimillonario de la peluca naranja repite falsedades con tanto desparpajo y seguridad que las hace creíbles a una audiencia enorme, ignorante y confundida entre tanto dato.
PolitiFact, una web norteamericana dedicada a comprobar lo que dicen los políticos, concluye que el 76 por ciento de las declaraciones de Trump son falsas o erróneas. “Es un mentiroso patológico”, expresó en su momento el entonces candidato demócrata Bernie Sanders.
Trump miente sin escrúpulos sobre los índices del desempleo, la criminalidad y los impuestos. El empresario sostiene ser amado en su país por los latinos, pero dice también que el Gobierno mexicano les envía violadores y criminales, la gente más mala que tienen, razón por la cual prometió construir un muro gigantesco en la frontera.
“Algunos son buenas personas”, aclaró el candidato menos popular entre los latinos de toda la historia moderna norteamericana.
Tras los atentados del 11 de septiembre, Trump perjuró haber visto a “miles y miles de personas celebrando” en Nueva Jersey la caída de las torres gemelas, algo que no pudo demostrar. Y que el 81 por ciento de los blancos asesinados en Estados Unidos eran víctimas de negros, cuando la cifra real es el 15 por ciento.
Según la web norteamericana PolitiFact, Trump está aplicando a su campaña electoral su propia filosofía de la “hipérbole veraz”, que lo ha guiado en sus negocios inmobiliarios y en ‘El aprendiz’, su programa de televisión. Esa filosofía se resume en el libro best seller ‘The Art of the Deal’ (‘El arte del negocio’), que Trump publicó en 1997 y en el que apunta que “una pequeña hipérbole nunca hace daño”.
“La gente quiere creer que algo es lo más grande, lo mejor y lo más espectacular”, escribió. “Yo lo denomino hipérbole veraz. Es una forma inocente de exageración y muy efectiva de promoción”.
Hace casi treinta años, Gray-don Carter, periodista de la revista Spy, describió a Donald Trump como un “tipo vulgar, de dedos cortos”. Hace poco, editor de ‘Vanity Fair’, Carter decidió resucitar su apunte cuando Trump empezó a liderar las encuestas. Después, Marco Rubio, otro de los candidatos republicanos, optaría por mencionarlo al final de su campaña.
Trump no demoró en responder. “Nadie ha atacado nunca mis manos”, dijo y las abrió, mostrándolas a las cámaras. “¿Acaso son pequeñas?”
El público rio.
Trump se aplicó a fondo entonces, entre la metonimia y la metáfora: “Él quiere decir que si mis manos son pequeñas, algo más debe ser pequeño. Te garantizo que no hay problema con eso. Te lo garantizo”, repitió.
En la aseveración del político, los presentes reconocieron una pretenciosa autoevaluación de su miembro viril y, los más listos, otra de sus mentiras.
HERIBERTO FIORILLO