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El invento colombiano que ayuda a las niñas en África

Con su idea la diseñadora Diana Sierra revolucionó la vida menstrual de las niñas en el continente.

DIEGO ALARCÓN
Después de aterrizar en la villa Mbarara, de Uganda, la colombiana Diana Sierra descubrió que en los días en que menstrúan, las mujeres son una especie de maldición andante para la cultura popular: si tocan la olla en la que la familia cocina el almuerzo, es posible que sus seres queridos se indigesten. Si pasan frente a un hombre, quizá le ocasione un desmayo. Si se acercan a plantas o animales, tal vez amenacen su vida... El tabú era tan grande que pronto se percató de que la regla estaba sacando a las niñas de la escuela, porque ellas preferían faltar a clase ante el escaso acceso a productos sanitarios. Sin ellos, era imposible que los demás no se enteraran de en qué fase de su ciclo estaban.
Ver esta realidad fue lo que a la postre convertiría a Sierra en activista por la atención menstrual en el mundo, en una emprendedora que, luego de poner en marcha su empresa, Be Girl, ya ha podido darles a 20.000 niñas de diversos países la oportunidad de no detenerse por su periodo.
Había llegado a esa villa ugandesa para enseñarles a las mujeres a industrializar la producción de joyas y artesanías que podían darles un sustento, pero pronto descubrió que muchas adolescentes acudían a sus talleres y buscaban la forma de trabajar en vez de estar en clase. El periodo les estaba robando tiempo de educación a las niñas, y no lo entendió hasta que una profesora local se lo explicó: perdían cinco días al mes y dos meses al año en total. Sus calificaciones se afectaban y sus padres concluían que sin buenos resultados, era mejor que se dedicaran a trabajar. Después, con sus investigaciones, Sierra descubriría que en África casi el 40 por ciento de las niñas terminan desertando de la escuela por falta de acceso a productos sanitarios.
Fue una revelación. Hasta entonces, esta mujer, que hoy tiene 36 años, había dejado a su Santuario (Risaralda) natal para estudiar diseño industrial en la Universidad de los Andes, en Bogotá. Allí fue apadrinada por el profesor Jorge Álvarez, quien a su vez la recomendó con el célebre diseñador colombiano Alberto Mantilla, en Nueva York, cuando ella quiso trabajar un verano en la Gran Manzana. Los contactos y el portafolio que pudo construir a raíz de esta experiencia le sirvieron para buscar oportunidades laborales en Estados Unidos años después, y luego matricularse en la maestría en Administración Sostenible de la Universidad de Columbia.
Entre clases e informes de pobreza, Sierra de a poco fue sintiendo una sensibilidad especial por África: niños quemados por lámparas de queroseno, otros intoxicados por los gases de las cocinas caseras, y un limitadísimo acceso al agua potable. “Una vez vi un video sobre los peligros y los daños que causaban estas estufas, y me di cuenta de que mis diseños hasta ahora habían estado enfocados en la gente equivocada”, asegura Diana Sierra en conversación con EL TIEMPO.
Fue así como partió hacia Uganda en el 2011, cuando en su portafolio ya figuraba su trabajo diseñando relojes para Nike, impresoras portátiles para Hewlett-Packard y electrodomésticos para Panasonic, entre otros. Empacó sus maletas para ir por dos meses, y justo cuando estaba en el terreno de la Universidad de Columbia le llegó una noticia: el diseñador de modas Tommy Hilfiger estaba buscando artesanías en África para una colección que bautizaría The Promise (‘La promesa’). “La universidad me becó para liderar el proyecto: de dos meses, mi estadía pasó a ser de 11 cuando ganamos la licitación”.
Fue trabajando en ese propósito cuando comenzó a ver llegar a las niñas pidiendo trabajo y creyó que quizá a ella se le pudiera ocurrir algo que solucionara el problema del acceso a productos sanitarios para el ciclo menstrual. “Un día me senté en mi escritorio con una toalla higiénica al frente y empecé a pensar en cómo ‘hackearla’. Corté tela impermeable de una sombrilla y encima, con la misma forma, le cosí un pedazo de mosquitero para hacer una especie de bolsillo entre las dos capas de tela que pudiera ser rellenado por algún material absorbente. Tela o papel higiénico. Y en cada ala de la toalla puse un botón para fijarla a la ropa interior”.
Ese fue el comienzo de la marca Be Girl, para la que Sierra se asociaría con el ecuatoriano Pablo Freund. Empezó con un pequeño grupo de niñas a las que no solo les explicaba cómo usar la toalla. Les hablaba además del ciclo femenino y de sus diferentes etapas. La experiencia resultó tan satisfactoria que para el 2013 ya había refinado la toalla y ya era conocida en otros países como Tanzania, Ruanda y Malaui. Para entonces, Sierra ya le había cambiado la vida a unas 400 niñas.
La idea parecía infalible y su universidad, así como diversas fundaciones, le dieron una mano para seguir. Sin embargo, un problema aún mayor aparecería al descubrir que en las aldeas más pobres de África las niñas ni siquiera tienen ropa interior para usar y la toalla no podía sujetarse. “Así nacieron los calzones, versión evolucionada porque traen el sistema incluido: el EmpowerPanty”.
Be Girl ha crecido como una bola de nieve. El proyecto fue elegido en Estados Unidos por Halcyon Incubator, una plataforma dedicada a buscar financiamiento para emprendimientos sociales. Así pudo llegar a más países, apoyada además por fundaciones mundiales como Save the Children: Ghana, Etiopía, Sierra Leona, Jordania, Georgia, Islas Salomón, Haití, República Dominicana, y recientemente Colombia, para redondear la cifra de 20.000 niñas beneficiadas hasta hoy.
Be Girl se expande
El invento de la colombiana Diana Sierra tuvo su primer piloto en el Amazonas a finales de mayo y define detalles para llevarlo al Chocó y al norte de Cartagena. A nivel internacional, la creadora de la marca asegura que está en conversaciones para a llegar a Zimbabue, Sudáfrica y Mozambique, en África; Haití, en el Caribe, y Nicaragua, en Centroamérica.
DIEGO ALARCÓN
Redacción Domingo
DIEGO ALARCÓN
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