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El infierno del 'Bronx'

Lo más escalofriante fue encontrar decenas de menores convertidas en esclavas sexuales.

JUAN LOZANO
Rata cruda era lo que comían. Del tamaño de un perro, según me dijo Julián Quintana, el valiente director del CTI que entró al tenebroso ‘Bronx’. Perro también comían, me explicó. En medio de la degradación humana por causa del vicio y la miseria extrema que entre bazuco y máquinas tragamonedas les arrebata hasta el último centavo, el hambre los lleva a comer lo que encuentren.
El que vio Quintana tenía el perro despiezado y para evitar que otros indigentes se lo arrebataran mientras él se alimentaba con las piezas del canino, lo escondía bajo una tela raída que alguna vez pudo ser una ruana o una cobija, de esas que les alquilaban por 500 pesos para mitigar el frío.
También me contó que encontraron rastros de sangre humana, armas cortopunzantes y testimonios que probaban la existencia de una casa de pique donde se ejecutaban sacrificios y descuartizamientos de personas. Y me confirmó que en tanques de ácido diluían cadáveres. Vimos también las imágenes de sayayines –engendro de vigilantes, escoltas y sicarios al servicio de las bandas criminales o ‘ganchos’ del ‘Bronx’– cargando cadáveres hasta la Caracas para botarlos ahí.
Pero tal vez lo más escalofriante entre el repertorio de infamias controlado por los ‘ganchos’ ‘Mosco’, ‘Homero’ y ‘Manguera’, entre otros, fueron las chiquitecas de prostitución infantil en las que encontraron menores de edad convertidas en esclavas sexuales por el vicio que sus reclutadores les habían desarrollado después de identificarlas en colegios de Bogotá. Cerca de dos centenares de menores de edad fueron rescatados en esos antros.
La cocaína, me dice el diligente secretario de Seguridad de Peñalosa, Daniel Mejía, probablemente venía del bloque oriental de las Farc. Bazuco y pepas se fabricaban en el vecindario, aunque la costosa popper la traían de la zona rosa. La marihuana, del Cauca. Sus clientes –quienes en realidad eran sus víctimas y que hoy requieren una atención social recuperadora– proceden de todos los estratos sociales. Jovencitos y jovencitas de estrato seis que desafían la muerte. Extranjeros. Colombianos. Gentes sin rumbo, ni familia en ese territorio controlado por los ‘ganchos’ o bandas criminales a pocas cuadras de donde residen todos los poderes del Estado.
Inaudito que no se hubiera intervenido antes y que en el 2013 se hubieran quedado el gobierno distrital y el nacional en anuncios, tolerando que se agravaran los males. Peñalosa y su estrategia de seguridad se apuntan un gran hit junto con el CTI y la Policía. El operativo en el que intervinieron cerca de 2.500 hombres, sin disparar un solo tiro, fue admirable. Ahora los ojos ciudadanos estarán puestos en el ICBF y en las entidades distritales responsables de la atención social, la rehabilitación y la resocialización.
Con acción eficaz de la Alcaldía deben abordarse los asuntos estructurales que propician el surgimiento y permanencia de las ollas y deben disiparse los temores de que estos operativos desplazan las ollas, y las multiplican en otros barrios, pero no desaparecen. San Bernardo, ‘Cinco Huecos’ y ‘20 ollas’ más están en la mira. Y la recuperación urbana requiere de urgentes procesos de expropiación, negociación y destrucción de los inmuebles del horror.
Finalmente, la tarea de la Fiscalía ha de ser eficaz y pronta. El nuevo fiscal debe concluir estas operaciones con condenas efectivas y el desmonte de esas organizaciones criminales. Y lo digo porque estamos a punto de saber el nombre del elegido en la Corte.
Colombia requiere un fiscal de todos los quilates, experimentado, con carácter y peso específico, conocedor profundo del Estado y de los manejos financieros para desarticular por siempre no solo las estructuras del crimen, sino las enmarañadas redes de lavado y blanqueo de capitales que han perpetuado y multiplicado la delincuencia y el terrorismo en nuestro país. La Corte tiene la palabra. Ojalá acierte.
JUAN LOZANO
JUAN LOZANO
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