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Reportera de guerra en su propio país

Hambre, escasez y falta de medicinas: la realidad de Venezuela relatada por combativa periodista.

Nunca llegué a imaginar que me sentiría como una corresponsal de guerra en mi país. Es la guerra que pasa frente a tus ojos, aunque no escuches bombas, no veas humo, ni edificaciones destruidas, ni cadáveres en la calle, ni oyes gritos.
La diferencia de esta guerra es que el grito de los venezolanos no lo escuchas, lo ves en las filas, interminables filas para buscar algún alimento, y al final regresar con las manos vacías. Ese grito silencioso lo oyes en mujeres que dan a luz en medio de una de esas filas, porque no quieren dejar su puesto; o cuando te encuentras buscando en tu nevera casi vacía para saciar el hambre de quien un día te toca a tu puerta y te comenta con angustia: “¡Hoy me fui a un mercado bolivariano a las cuatro de la mañana y no encontré nada! ¡Fui a otros cinco mercados y regresé a mi casa con mi carterita y mis manos vacías!”.
O cuando mujeres te responden con el llanto que no pueden contener, ¡que tienen hambre! ¡Que hay hambre! Que hace tiempo no compran arroz, leche, aceite, huevos… ¡Que no solo es que no se consigan alimentos, es que cuando los llegan a conseguir no los pueden comprar! ¡Porque no les alcanza para pagarlos! Este desespero y esta impotencia están generando linchamientos y saqueos por comida.
La desaparición de los alimentos se agrava con la ausencia total de medicinas, de equipos médicos, de insumos que van generando muerte día a día, y que queda bajo el manto del silencio. Justo estas líneas las escribo en el silencio de esos gritos que están allí, en cada habitante de mi país. Un silencio que casi mata de impotencia.
Porque en los hogares venezolanos hay seres que mueren por una gripe que se convirtió en pulmonía porque ¡no hay antibióticos! Niños que por una diarrea o amebiasis, no pudieron ser salvados porque no hay en los hospitales suero fisiológico. Porque hay diabéticos, hipertensos o enfermos con cáncer que están esperando la muerte porque no encuentran sus medicamentos.
Porque hay niños con cáncer que enseñan cartelitos escritos por sus manitas para decir con una sonrisa: ¡no quiero morir! Porque la red se inunda de súplicas por un medicamento. Porque hay enfermos durmiendo en el piso de un hospital o sobre improvisadas camillas sostenidas sobre tubos. Personas gritando del dolor, porque no hay analgésicos para calmarlos. Y dentro de este dantesco drama, hay personas que mueren lentamente ante la impotencia de sus familiares porque no pudieron suministrarle la medicina que les daba la vida. Madres diagnosticadas con cáncer que han escogido el suicidio para evitarles a sus hijos el drama de un tratamiento que no podían costear y que deambularan en búsqueda de medicinas que ya no se consiguen en Venezuela.
Para un enfermero que trabaja en uno de los que fue un reconocido centro de salud de Caracas, los hospitales en Venezuela se han convertido en una gran morgue. “Nosotros no tenemos ni guantes, a veces ni jeringas, los rayos X no funcionan desde la época de Hugo Chávez. Hay clínicas populares en donde los quirófanos tienen más de ocho años cerrados. En el hospital donde yo trabajo, tenemos la sala de partos también cerrada.
“No hay nada para bajar la fiebre, ni la tensión ni el azúcar, no hay antibióticos para las infecciones, no hay medicamentos para un infarto. Los pacientes con diálisis se descompensan y mueren. No hay alcohol, gasas, algodón. No hay calmantes. En los estantes de las farmacias de los hospitales se les colocan sabanas porque están vacíos.
“Cuando llegan heridos en órganos vitales, no se le recibe y se envían a otro hospital. A veces se mueren en el camino en el traslado de un hospital a otro. Nos toca penosamente ver cómo se nos muere nuestra gente, cómo se nos mueren nuestros niños”.
Nuestra ‘cortina de hierro’.
Nos tienen presos. Nos robaron el derecho a salir sin miedo de nuestras casas que se convirtieron en cárceles llenas de rejas y cercados eléctricos. Vivimos en medio de un “toque de queda” autoimpuesto por la misma población. No fue necesario un decreto oficial, porque si sales en la noche corres el riesgo de encontrarte con un delincuente que te asesine impunemente. Aunque, ya no hay hora para caer en manos de un hampa que fue armada por el régimen. No necesitaron firmar un decreto para impedir que saliéramos del país. La ‘cortina de hierro’ se fue armando lentamente. Solo fue necesario no pagarle a las líneas aéreas para que, de pronto, nos encontráramos con que no había vuelos desde Caracas y luego debimos “aceptar” que los pocos vuelos que hay, ¡deben pagarse en dólares! Ahora, para la gran mayoría de los venezolanos, es imposible viajar fuera de Venezuela. Ahora, nuestros jóvenes ahorran para comprarse un pasaje.
Pero, ¡se van para no regresar! Se van en busca de un futuro que ya no les brinda su país. Huyendo del hampa, del hambre, de todos los visos de inseguridad que fueron sembrados, como si se hubiese consagrado como política de Estado acorralar a los venezolanos para que abandonen su país, o aniquilarlos. No necesitaron los paredones de fusilamiento de La Habana de 1959. Porque además del hambre y de la muerte que no se puede evitar por falta de medicinas y asistencia, hay muchas formas de matar a un pueblo, porque lo llevan a vivir al ritmo de unas pocas horas de luz y de agua, y consumes esa agua con temor porque ya sabes que no tiene controles sanitarios, que está contaminada con heces fecales; porque lo único que tienes de conversación es cómo conseguir un alimento, cómo sobrevivir frente a la escasez de lo que te afianza la vida y la abundancia de lo que la quita, de ‘pranes’ y bandas armadas que asesinan impunemente; porque la morgue de Caracas en el último mes, sin mencionar cifras, porque ya no importan, son las cifras de una guerra; porque sientes que te han ido arrebatando tu país; porque te van matando las ilusiones; porque la incertidumbre, la rabia, la impotencia te han arrebatado la sonrisa del rostro.
Y es que nos llevaron a un siglo de involución. Nunca nos hubiésemos imaginado que la cartilla de racionamiento de Cuba nos la impondrían de una manera más sofisticada con el captahuellas. Cada vez que compras en un mercado debes colocar tus dedos en una máquina. Pero además no puedes comprar alimentos “regulados” un día distinto al que se te ha impuesto según tu número de cédula. Hace pocos meses, cuando se podían conseguir productos como leche, café, azúcar o harina, una señora se dirigió desesperada a un mercado en busca de leche para su nieta y se le acercó un Guardia Nacional, le pidió su cédula y se la llevó detenida porque ese día no le correspondía comprar leche.
Pero además, ya hacemos trueque. El trueque que pregonaba Hugo Chávez ya forma parte de la cotidianidad del venezolano. Ya nos intercambiamos productos. Por ejemplo, ayer cambié un paquete de azúcar por un poco de aceite y harina. Para la mayoría un desodorante, pasta dental, champú, jabón son regalos invalorables. Sin embargo, lo más grave es la involución social. Hay padres que no envían a sus niños a la escuela para que se paren en las filas, mientras les toca a ellos. Maestras y otros profesionales que colocan a un suplente, para hacer filas que les permita comprar productos para “bachaquear”, porque hoy día un “bachaquero” gana más que cualquier profesional. Se ha llegado al extremo de que el pueblo ha tomado la justicia por sus propias manos.
Pareciera que estamos frente a un perverso, certero y maquiavélico “proceso” que establecieron los hacederos de este plan maligno para apoderarse de Venezuela. En medio de la catástrofe siguen sacando decretos y leyes que les permitan seguir exprimiendo a nuestro país, tendiendo sus tentáculos a los grandes yacimientos mineros.
El país con una de las mayores reservas petroleras del mundo ha sido saqueado y secuestrado para apuntalar al propio régimen, para financiar a sus homólogos y llenar la botijas de los delincuentes que han protagonizado esta historia y han convertido a Venezuela en aliviadero de la droga y en cabeza de playa para el terrorismo.
Día a día da la sensación de que una inmensa boa fue estrangulando lentamente, desde hace 17 años, el cuerpo de Venezuela, el cual ya se encuentra en la etapa final: la que lleva a la asfixia, a la entrega. Sin embargo, Venezuela no se rinde, sin miedo a la sangre derramada, los venezolanos siguen buscando la salida de este régimen. Hay muchos que se aferran al proceso revocatorio de Nicolás Maduro, hay otros que no creen. Otros como José recuerda que antes de la llegada de Chávez al poder, el petróleo estaba a 6,50 dólares el barril, y a pesar de esto, los supermercados estaban atiborrados de alimentos, había atención médica, no se conocían los ‘colectivos’, ni los ‘pranes’, ni pactos del Gobierno con la delincuencia para masacrar a los venezolanos. “Cuando Chávez llegó al poder por la vía democrática, se quitó la máscara y descubrimos que era comunista, cómplice de la guerrilla colombiana y del terrorismo internacional; y escuchamos por primera vez de la boca de él, la palabra, ‘camarada’. Todo esto comenzó hace 17 años”. Para José, no basta con la salida de Maduro. Es necesario sacar a todos los cómplices, “la salida lamentablemente va a ser violenta, porque no se va a llegar al referéndum. Este régimen no va a entregar el poder por las buenas, nunca lo va a entregar por los mecanismos democráticos”.
Cuando finalizaba este escrito, de nuevo salieron a la calle hombres y mujeres para exigir a los miembros del Consejo Nacional Electoral nuestro derecho al referéndum revocatorio. Manifestaban, enfrentando el asedio de los Guardias Nacionales y de los Colectivos armados que se movilizan en motos o se infiltran en las marchas para agredir a un pueblo desarmado, con hambre, pero sin miedo. Se veían rostros llenos de dignidad y rabia, a pesar de que una mujer gritó que se sentían débiles porque tenían hambre. De pronto observé que se llevaban presos a unos estudiantes. Y pensé en la lucha valiente y decidida de todos estos muchachos. En los presos políticos. En los jóvenes que están sepultados en vida en un sótano conocido como la tumba. En los venezolanos que han debido dejar atrás a su país. Y pensé en tantos… tantos a quienes les arrebataron la vida en estos largos 17 años.
MARÍA ANGÉLICA CORREA *
Especial para EL TIEMPO
* María Angélica Correa es conocida en Venezuela por sus audaces trabajos en prensa y televisión que revelan las maniobras del Gobierno chavista, ha sido corresponsal de TV Azteca y Televisión Española. Recibió una mención honorífica del premio de periodismo Rey de España en el 2007, por la investigación sobre los falsos testigos que implicaban a los gobiernos de Colombia y Estados Unidos en el homicidio del fiscal Danilo Anderson. Su libro ‘Crimen de Estado: a ese muchacho lo van a matar’ es presentado como la historia secreta de una trama de corrupción y muerte en las más altas esferas del Gobierno venezolano.
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