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Goles son amores: una entrevista con Luis Suárez

Goles son amores: una entrevista con Luis Suárez

El mejor centrodelantero del mundo muestra su voz más sincera en una conversación que publica BOCAS.

31 de mayo 2016 , 02:26 p. m.

Cuando era niño y jugaba descalzo en los campitos de Salto, Luis Suárez pensaba en el FC Barcelona, pero como quien sueña con viajar a la Luna: era un dibujo ingenuo de la mente, nada más. Él no era bueno técnicamente y lo sabía. De adolescente, se creyó un “burro” y, aunque jugaba en las juveniles de Nacional de Uruguay, muchas veces lloraba preguntándose: “¿Por qué errás tanto, tarado?”, y pensaba que nunca lo iba a lograr.

¿Qué lo hizo entonces ganar la confianza que tiene hoy y que lo hace ser el jugador que es, uno de los mejores del mundo? Porque no fue el éxito. No. Si uno mira la vida de Luis, parecen ser los pequeños grandes fracasos de su vida los que provocaron esa confianza. El sentirse “allá arriba” en más de una ocasión y haber caído en picada inmediatamente después. El equivocarse y sentir que era “un idiota”, que nunca se iba a levantar de ahí. Y quizás hasta internet: las frases de “racista”, “caníbal”, las burlas en la prensa, en las redes…

La confianza que lo hace ser hoy –para muchos– el mejor 9 del mundo, parece llegar desde lo peor de su vida. Fue ahí, en un mal momento, quizás el peor de su adolescencia, cuando le creció la determinación de ser futbolista profesional y jugar en el exterior. Fue la reacción o la defensa ante lo que le pasaba. Cuando Sofía, su novia, se fue de Uruguay a vivir a España con sus padres, se dio cuenta de que el único modo en el que podía estar cerca de ella era jugando en Europa. Pero si a veces ni siquiera tenía el dólar y medio que valía el pasaje para ir a verla a su casa en un departamento que lindaba con Montevideo, ¿de dónde iba a sacar para viajar a Europa? Solo contaba con la herramienta que había aprendido a usar en su vida, el fútbol. Y así fue: lo hizo por amor. Más aún, por el peor momento de ese amor. Sí, todo lo bueno que logró Luis en la vida parece haberle venido de lo malo, del fracaso, del error.

Todo esto, la historia de cómo Luis Suárez aprendió a creer en él, la cuenta Tomás Roldán, un adolescente de 13 años que va a entrevistarlo. Sucede en el libro Ser Luis. Tomás es un recurso narrativo, un personaje de ficción que encarna a niños y jóvenes de todo el Uruguay que mandaron cientos de preguntas para hacerle a Luis.

Inventé a Tomás, entonces, para llevarle esas preguntas a España, para que no fuera yo la que se las hiciera; porque no era yo la que las formulaba, sino los niños de Uruguay. En unos encuentros en la Ciudad Deportiva del Barcelona, el lugar de entrenamiento del equipo azulgrana, Luis las fue contestando todas, una a una.

Los fragmentos de la entrevista que se presentan a continuación son extraídos del libro. El diálogo entre Tomás, un personaje que es tan ficticio como la realidad, y Luis, que es tan real como la ficción, se intercalan con fragmentos que cuentan cómo fue la vida de este crack, desde su infancia en un pequeña ciudad uruguaya hasta convertirse en uno de los goleadores del FC Barcelona.

¿Desde cuándo soñabas con jugar en el Barça?
Es mi cuadro favorito, en el cual siempre soñé jugar, pero en ningún momento me imaginé que iba a poder. No me imaginaba jugando aquí porque para mí era imposible. Pero bueno, los sueños no son imposibles, se pueden cumplir. Y con mucho esfuerzo, con mucho sacrificio, las cosas se pueden conseguir…

Cuéntame una anécdota cómica de tu infancia.
No sé si llegué a contar a esta. Creo que tenía cinco años y estaba jugando en Salto, en Deportivo Artigas, en un campeonato en una cancha de fútbol de salón donde se hacían torneos. Siempre en esa época nos llevaba mi hermano grande, Paolo, y estábamos jugando el partido, yo llevaba la pelota y se me dio por mirar a mi hermano, que estaba en la tribuna, y estaba comiendo un pancho [perro caliente]. Dejé la pelota porque fui corriendo a que me diera un pedazo de pancho. Es una anécdota que siempre recordamos. Mi hermano me dijo: “Dale, andá a jugar”. Y yo le dije: “No, quiero un pedazo de pancho”. Y él me dijo: “Después te doy”. Pero la pelota ya no la tenía más.

¿Cómo es tener hermanos?
Me gusta, porque no tenías con qué aburrirte cuando eras niño. Tenía para jugar todo el tiempo, todo el rato.

¿A qué jugabas con tus hermanos?
Con el que más jugaba era con Maxi, que es el que tiene un año menos que yo, y jugábamos al futbolito de cartón, con chapitas [tapas] de bebidas. Después jugábamos con Maxi y con Diego, el menor de todos, cuando fue creciendo un poco más. Hacíamos prácticamente lo mismo. Tratábamos de divertirnos también dentro de casa.

Llegada a la capital

De todo eso se tuvo que ir a los siete años, cuando por falta de trabajo suficiente la familia se transfirió de Salto, el departamento en el litoral noroccidental de Uruguay en el que nació y vivía, a la capital, a 500 kilómetros de distancia. En Montevideo había más oportunidades y ellos eran siete hermanos. Rodolfo, su padre, empezó a trabajar en una fábrica de galletitas, y Sandra, su madre, en la limpieza de Tres Cruces, la principal terminal de ómnibus de Uruguay. Luis fue el último en viajar; no quería irse de Salto ni dejar por la mitad el campeonato de fútbol que estaba jugando con Deportivo Artigas. Insistió tanto que lo dejaron quedarse con su abuela un mes más antes de irse con toda su familia a la capital.

La llegada no fue fácil: cambiar el fútbol descalzo en el pasto por jugar en un callejón al lado del tránsito, calzado y en el hormigón, fue solo una parte de eso, casi simbólica. Porque después estuvieron también la puerta de casa que ahora había que cerrar con llave todo el tiempo, los semáforos, los edificios altos, los ruidos desconocidos, ese tránsito sin pausa alrededor de la terminal y la gente hablando distinto, con más apuro y (¿por tanto?) con menos simpatía. Sus padres, que trabajaban tantas horas y casi no veía; la escuela llena de amigos, sí, pero de amigos de otros; el fútbol lleno de caras desconocidas… Y también las burlas, porque era el nuevo arribado, el forastero que llegaba de tierras lejanas que la mayoría no conocía y que traía arrastrando desde allá su acento distinto y esa sonrisa, de dientes grandes.

¿Se burlaban de vos cuando eras chico?
Sí, sí. Una de las cosas era la forma en la que hablaba, que llegaba de Salto y hablaba un poco “canario”, de afuera, con palabras que no eran comunes, y ahí se te reían un poco. Y obviamente después por los dientes, por las orejas… Pero yo creo que eso no le tiene que afectar a ninguna persona, ¿no? Y más que nada a un niño. Porque el niño sabemos que sufre de chico por cualquier cosa que se le diga. Sea por alguna diferencia física que llegue a tener frente a todos los compañeros que tenga a su alrededor, eso no tiene que afectarlo sino hacerlo más fuerte. Porque, cuando sos niño, si algo te molesta, los otros niños lo que van a hacer es ir y seguir diciéndotelo. Si vos hacés como que no te interesa y no te importa, te hacés más fuerte.

¿Quiénes te decían esas cosas?
Compañeros. Pero más que nada era el tema de las peleas: te peleabas con uno y te decían “dientón” o “mirá cómo hablás”. Lo que hay que hacer es expresarse, decir lo que uno siente, y no pensar en pelearse o agarrarse a las trompadas.

¿En ningún momento eso te molestó?
En ningún momento. Ni lo de dientón… Al contrario, ahora no tanto, pero cuando era chico, al lado de mis compañeros, tenía la cabeza grande también, y tampoco me afectaba. Si vos demostrás que las cosas que te hacen te duelen, es más fácil para los otros buscarte. Entonces, tenés que tratar hacer de cuenta que eso no te afecta, y eso te hace más fuerte. Yo creo que los elogios te debilitan y las críticas te hacen más fuerte. Soy de la teoría de pensar eso.

¿Cómo es eso? ¿Por qué te hacen débil los elogios?
Te hacen crecerte un poco más y cuando estás crecido es cuando menos rendís. Y yo creo que cuando a uno más lo critican, o siente que lo están criticando, es cuando más respondes. Me gusta más esa teoría.

Sofía y Nacional

El fútbol fue su forma de adaptarse a la capital, de hacer amigos, de crear una historia nueva en la nueva ciudad. Jugaba al fútbol con sus compañeros en los recreos de la escuela con pelotas que hacían con medias viejas o papel (Luis jugaba a ser Chevantón o Batistuta), jugaba al futbolito con un pedazo de cartón y tapitas de botellas, hacía amigos en la cancha de baby fútbol del Urreta FC y después en el campeonato de la Asociación Uruguaya de Fútbol Infantil, con Nacional. Y, sin proponérselo, el fútbol fue también su motor para rebasar las necesidades. Era lo que lo hacía caminar para ir a entrenar o viajar varias horas antes del entrenamiento para aprovechar el horario escolar y no pagar el autobús cuando sus padres no podían darle para el transporte.

Sí, el fútbol fue su principal motor para superar sus problemas hasta que llegó otro motor más, uno rubio, con ojos grandes y redondos: Sofía Balbi. Sucedió justo en el momento en que el fútbol no alcanzaba a ser un motor suficiente. Los padres de Luis se habían separado hacía unos años y justo estaba (¿o por eso comenzaba?) su etapa rebelde: la de no estudiar, la de no querer entrenar sino salir con amigos y tener “malas juntas”. Cuando tenía catorce años le dieron un ultimátum en el equipo de la séptima división de Nacional: o cambiaba durante ese año y se ponía a entrenar en serio, o salía del equipo.

Entonces llegó Sofía. Luis tenía quince y ella doce. Se conocieron una noche de verano en un boliche, bailaron, conversaron y rieron. Cuando Luis se fue, estaba enamorado o algo muy parecido, porque después de eso, cuando no tenía dinero para el autobús, caminaba 24 kilómetros para verla –24 de ida y otros 24 de vuelta– en Solymar, donde vivía ella, una población que queda en el departamento lindero de Canelones.

Luis dice que Sofía fue la primera persona que le dijo “vos podés” y que le hizo sentir que sí, que podía. Ella le dio confianza. Tanta, que se dio cuenta de que no era por “burro”, como él creía, que le iba mal en el secundario, sino por no estudiar. Empezó a salir menos, a entrenar más y a hacer un poco más en el secundario. Al final, Luis quedó en Nacional y empezó a hacer goles importantes; su vida se volvió a acomodar y, con Sofía y su confianza, todo lo sintió posible.

Pero al poco tiempo, en 2002, un poco más de un año después de conocerla, le dieron la noticia: su novia se iba con su familia a vivir a España. Y esa noticia llegó tan pronto como llegó también el momento de la despedida. Y, después de llorar toda una noche juntos y de despedirse llorando, se dijo que la única manera que tenía de estar cerca de ella era jugando al fútbol en Europa. ¡Pero no tenía ni siquiera para las llamadas por teléfono a Barcelona! Y por eso tuvo que entrenar más, el doble, porque recién estaba en juveniles.

El camino le pareció largo, y a veces hasta imposible. Sobre todo cuando hacía malos partidos. En esas ocasiones lloraba diciéndose cosas como: “¿Sos tarado? ¿Por qué errás tanto gol? ¡Luis, no es tan difícil!”. Pero entonces entrenaba más hasta que los goles volvían. Eso le pasaba en juveniles y justo después de debutar en la primera división de Nacional –a los dieciocho años, en Colombia, en un partido de Copa Libertadores contra el Junior de Barranquilla–, cuando en cinco partidos erró como veinte o treinta goles (quiso olvidar el número exacto) y se enojó tanto con él mismo como lo hicieron los hinchas. O más, porque sentía que eso lo alejaba de Sofía.
A veces lo tranquilizaba el director técnico, Martín Lasarte, que lo veía tan mal que le decía: “Luis, yo confío mucho en vos. Quedate tranquilo que las cosas te van a salir. Tenés dieciocho años, tenés mucho tiempo, no tenés que hacer caso a nada de lo que te digan”. Y fue verdad: los goles llegaron, Nacional terminó ganando el Campeonato Uruguayo en 2006 y ese año Luis terminó haciendo doce goles en esa temporada.

Si metés muchos goles, ¿no te da lástima el golero?
No, no, porque uno… Uno trabaja y se esfuerza para que le vaya bien y haciendo goles uno piensa que le está yendo bien.

¿Qué sentías cuando estabas en Nacional y te empezaron a pedir autógrafos?
¡Ja!, me encantaba. Me encantaba. Era como que estabas buscando gente para que te pidiera autógrafos en ese momento, ¿no? Todos los jugadores de fútbol saben que cuando llegan a primera dicen: “Ah, ¡me pidieron un autógrafo!”. Lo contás, todo, lo decís, reilusionado, recopado.

¿Por qué te querías casar con Sofía?
[Largó la risa]. Porque creo que en ese momento ya los dos nos habíamos dado cuenta de que éramos tal para cual por muchas cosas en las que coincidíamos, por pensamientos. Era para mí la mujer ideal para seguir apoyándome cuando me iba bien o me iba mal. Siento que ella era la persona que me podía ayudar. Y lo habíamos soñado los dos desde que empezamos, lo de formar nuestra familia.

¡Pero para casarte con ella primero tenías que cruzar el océano! ¿Sabés nadar?
Sí, pero aprendí solo, cuando iba a la playa o a una piscina. Me defiendo.

Europa y dos mundiales

Jugando así, Luis consiguió llegar hasta Sofía. Dos años después de que Sofía emigrara, lo vieron del Groningen y se lo llevaron a Europa. Él tenía diecinueve años y Sofía, dieciséis. Entonces se casaron y se fueron a vivir a los Países Bajos. Después pasó al Ajax, de Ámsterdam. Debutó en la selección uruguaya cuando estaba por cumplir veinte y llegó a jugar un partido con Chevantón, el mismo jugador al que emulaba cuando corría en el patio de la escuela con la pelota de medias. Para el Mundial de Sudáfrica 2010 lo convocaron a la selección nacional y Uruguay logró el cuarto lugar porque Luis salvó con la mano un gol ghanés que iba a eliminar a la Celeste en los cuartos de final, lo que le valió la expulsión del partido. De ahí pasó al Liverpool de Inglaterra y fue figura. En la temporada 2013-2014 fue elegido como el mejor jugador de la temporada por los hinchas de la Premier League y la Asociación de Futbolistas Profesionales de Inglaterra y cerró ese verano compartiendo la Bota de Oro de Europa con Cristiano Ronaldo: quedaron empatados con 31 goles cada uno.

Con los años, jugar en el Barcelona dejó de ser un sueño dibujado por la mente de un niño y se convirtió en algo real, alcanzable, en una meta. En 2014 se empezó a hablar del interés que tenía el club catalán en él. Luis estaba a un paso: tenía que brillar en el Mundial de Brasil y lo conseguiría. Fue entonces, arañando su sueño, a 21 días del Mundial, cuando se lesionó y tuvo que ser operado de los meniscos. Los pronósticos de recuperación no daban pero, mientras en Uruguay todos hablaban de su lesión y hacían cálculos, en el silencio de la casa de Walter Ferreira –el kinesiólogo de la selección– Luis logró recuperarse de lo físico y a reforzarse en lo emocional.

En Brasil, Luis se perdió el primer partido del Mundial contra Costa Rica, pero jugó el segundo, contra Inglaterra. Recuperado y después de un incidente que había tenido con Patrice Evra cuando jugaba en el Liverpool –en el que la prensa y la opinión pública inglesa acusaron a Luis de proferir insultos racistas, aunque luego, en los informes, no hubo pruebas–, tenía ahora la oportunidad de responder con su arma de siempre: el fútbol. Y había dos razones más para lucirse: Delfina y Benjamín, sus hijos, estarían viéndolo desde las tribunas. “Sueño con hacerle goles a Inglaterra y dejarlo afuera”, le dijo el día antes del partido a su compañero de concentración, Nicolás Lodeiro. En ese partido marcó el 1 a 0 con un gol de cabeza y, a cuatro minutos del final y con la pierna acalambrada desde hacía veinte minutos, hizo el segundo. Ya en los vestuarios, Luis abrazó a Walter Ferreira, el kinesiólogo, y llorando sin parar, le dijo una y otra vez: “Gracias, gracias, gracias…”.

¿Qué significaron esos goles que les hiciste a Inglaterra?
Hacer los dos goles e Inglaterra prácticamente quedar afuera fue algo que soñé, que me imaginaba… Algo me puso en el camino que me dio la oportunidad de hacer esos dos goles… Creo que en ese momento la persona más importante fue Walter, por todo lo que hizo por mí. Nunca me voy a olvidar. Por eso hay que confiar en gente que te quiere de verdad y quiere lo mejor para vos. Y no en los que vienen y se te arriman por compromiso. Confiar en ellos, en los que te quieren de verdad. Me acuerdo clarito cuando llegué al vestuario y llamé a mi mujer. Uno no se daba cuenta de lo que había hecho, sabía que le había dado a Uruguay tres puntos importantes contra Inglaterra y todo, pero no era consciente. Entonces mi mujer me dice: “No te das cuenta de lo que acabás de hacer”. Ella estaba en la tribuna con los nenes y me decía: “Estás mal, no podés hacer eso…”. Y yo no me daba cuenta en ese momento. Hasta hoy en día ves las imágenes y te dan ganas de llorar.

¿Por qué? No entendí.
Ella me decía: “No te das cuenta de lo que acabás de hacer” en el sentido de la felicidad que había en la gente, en la tribuna. Como que yo no me daba cuenta de la alegría que tenía la gente por lo que yo había hecho… Es que mirás la jugada del segundo gol y la rodilla no estaba al 100 % como para jugar y se me iba moviendo toda. Son situaciones en las que siento que arriesgué todo por mi país, por jugar todo por Uruguay, y no me arrepiento para nada.

La mordida

Después del partido contra Inglaterra, Uruguay jugaba contra Italia y tenía que ganar sí o sí para pasar a octavos de final. A Italia le alcanzaba con empatar. En el minuto 78, tratando de llegar a un centro y en lucha con el jugador italiano Giorgio Chiellini, Luis le mordió un hombro. El árbitro no lo vio y el partido siguió. Un minuto después, Uruguay hizo un gol, sacó a Italia del Mundial y pasó a octavos. Pero después del partido, cuando se vieron los videos y las fotos de la mordida, la FIFA decidió darle la siguiente sanción: no podría participar en los siguientes nueve partidos oficiales de la selección uruguaya y debería permanecer cuatro meses alejado de toda actividad relacionada con el fútbol; Luis tenía que dejar la concentración de inmediato e irse de Brasil. Después del llanto y la despedida de sus compañeros, estuvo unos días con Sofía y con sus hijos en su casa de Uruguay, pero afuera había todo el tiempo gente, radios, televisión… Entonces le dijo a Sofía: “Me tengo que ir. Necesito estar tranquilo, necesito estar solo”. Y se fueron los cuatro a un lugar apartado, solos, a pensar.

No era la primera vez que se equivocaba así, que mordía. Sucedía cuando todo parecía ir muy bien para él: la primera vez –en un partido del Ajax contra el PSV– fue después del Mundial de Sudáfrica, donde Uruguay había sido cuarto. La segunda, en un partido del Liverpool contra Mánchester United durante su temporada de gloria en Inglaterra. Y la tercera fue en Brasil 2014, después de haber superado la lesión, la operación y de haberle hecho dos goles legendarios a Inglaterra: acababa de cumplir un sueño y estaba muy cerca de conseguir otro, jugar en el Barcelona.

Ahora, en plena Copa del Mundo, había cometido un error enorme y podía perder con él todo lo que había conseguido en su vida. Lo supo, aunque le costó reconocérselo y aceptarlo. Lo hizo unos días después, lejos de todo, solo con su mujer y sus hijos. Y, aunque en ese momento no entendió por qué actuó así, fue el primer paso para entenderlo, para desmenuzarlo y, de a poco, para asimilarlo.

¿Por qué mordiste al italiano?
No, es que no… Eso no lo pensás, no lo premeditás. Estás irritado, sentís la sensación de que quedan minutos, vas empatando y Uruguay está quedando afuera del Mundial, te sentís responsable de algo, y bueno… Con el jugador italiano estuvimos discutiendo y todo, pero no era con el jugador, sino que uno mismo lleva todo eso a una misma bolsa… Y como podría haber mordido, le podía haber pegado un piñazo, le podía haber pegado una patada, es una reacción que tiene uno ahí. Obviamente que no es normal en el fútbol… Yo creo que los errores se cometen y hay que aceptarlos, y estas cosas sirven para no volverlo a hacer.

¿Por qué mordés?
Yo creo que eso no tiene una respuesta, ¿no? Creo que es una reacción que tiene uno dentro de la cancha, que no la piensa antes, que uno siente que… Creo que es un instinto que te sale en ese momento, que tenés que tratar de corregir. Y no solamente es no morder, no tenés que pegar ni nada de eso porque podés lastimar a un rival.

¿Cómo te sentiste cuando mordiste al italiano?
En ese momento como que no quería aceptarlo. No quería aceptar la realidad. Ehh… Uno vive una etapa en la que se encierra en su mundo y no quiere saber más nada que: “No, no, yo tengo la razón, yo tengo la razón”. Y cuando sos consciente de que cometiste un error, tenés que aceptarlo. Ese es el momento más duro. El momento duro es cuando tenés que aceptar la realidad. Y tenés que saber pedir perdón y saber que te pueden llegar a llover críticas. Pero las críticas te tienen que hacer más fuerte y no te tienen que debilitar.

¿Por qué te enojás tanto en la cancha?
No creo que en ese momento me acuerde de eso, ¿no? Pero desde niño nunca me regalaron nada, nunca tuve nada fácil como para en ese momento aceptar saber perder, aceptar perder una pelota o algo… Igual que cuando corro hasta el final cuando no llego a una pelota, es porque siempre trato de no desaprovechar un segundo momento que me está dando la vida. Porque sufrí mucho y trabajé mucho para llegar hasta donde estoy. Y eso es a veces lo que me hace enojarme demasiado y tener a veces una tarjeta amarilla o cosas así. Eso, en un momento, lo tenés que saber controlar. No enojarte tanto. Pero es mi forma de jugar y no creo que la pueda cambiar.

¿Decís que es como que en ese momento te da miedo perder todo?
Y… Porque nunca me regalaron nada. Siempre fui de dejar todo adentro de la cancha porque siempre sufrí, siempre peleé. Siempre fue así mi forma de jugar.

¿Todo eso lo estás hablando con un psicólogo o algo así?
Sí, sí, sí.

Y con el psicólogo, ¿pensaste por qué mordés?
Es cuando te guardás todo, ¿no? Yo nunca soy de demostrar nada. Yo siempre fui el de terminar un partido de fútbol y no demostrar que estoy contento ni que estoy caliente. El de no demostrar, cuando perdemos, que estoy triste. Y todo eso te lo vas comiendo vos mismo, te lo vas guardando. El de tener problemas personales por fuera de la cancha o cosas así y te lo guardás todo. Y bueno… Hay gente a la que eso le viene de otras formas, como con lesiones o cosas así. Uno es consciente de eso.

Pero ¿cómo se hace uno para no guardárselas?
Tenés que aprender a expresarte, a desahogarte. En el momento en que sientas algo que tengas que hacer o decir, hacelo o decilo, no te guardes nada porque después te puede perjudicar en todos los sentidos. Que no te guardes nada, que te expreses al máximo, porque creo que es la mejor manera de desahogarse y de sentirse cómodo, también, para uno mismo.

¿Cómo hiciste para superar todo lo que te pasó?
Hay que aprender a ser fuerte en todo momento. No tratar de hacer caso a lo que dice la gente, o a lo que digan, o al capaz-que-esto… No. Tengo dos hijos, tengo mi mujer, y tengo que salir adelante por ellos y demostrarles que su padre y que su marido se equivoca, que comete errores como todo ser humano, pero que también sale adelante de eso, ¿no?

Todo esto que pasó, ¿te reforzó la seguridad en vos?
Sí, yo creo que sí. No creo que haya tenido que pasar la tercera vez para reforzarte, pero sí. Aprendés y te ponés a pensar todo lo que viviste y eso te tiene que reforzar.

¿Qué más aprendiste de todo esto?
Las cosas que vivís en el fútbol y afuera de la cancha te hacen pensar más, te hacen pausarte más y contestar de otra manera, lo cual antes no lo hacía. Antes contestaba sin pensar y no medía las palabras, pero a medida que pasa el tiempo te vas dando cuenta de que tenés que ser más pausado y ser más inteligente a la hora de hablar. Y sentirte seguro de vos mismo. Siempre tenés que sentirte seguro.

¿Cuál es la cualidad más imprescindible para un jugador de primera línea?
Creo que la de ser fuerte mentalmente, la de confiar en uno mismo. Eso es lo que uno siempre tiene que hacer.

¿Y para vivir bien, cuál es la cualidad más imprescindible?
Para vivir bien… Mmm… Creo que no hacer caso de lo que diga la gente. La gente a veces habla por hablar, porque le dieron lengua y le dieron boca, y no conocen la realidad de uno. No hacer caso a todo eso. No solo en mi caso, sino en todos los casos.

El Barcelona

Al final, lo del Barcelona salió y lo compraron a pesar de la sanción. Luis alcanzó ese sueño que ni se animaba a soñar cuando era un niño. Solo él –y unos pocos más– saben qué sucedió en esos días en que estuvo alejado y pensando, en esos meses de sanción y terapia. Pero algo pasó porque ahora no se acerca casi cuando hay un alboroto en la cancha y se ve cómo se contiene en las protestas a los árbitros. Y porque quizás, para jugar como juega hoy, para meter 37 goles en la liga española, para ser un fuerte candidato a la Bota de Oro y para jugar un juego más contenido, como el del Barcelona, tuvo que poner en práctica lo aprendido. Quizás tuvo que aprender antes todo eso para poder llegar.

Las preguntas y respuestas de esta entrevista corresponden a extractos del libro Ser Luis, escrito por Ana Laura Lissardy y publicado por las editoriales Santillana y Loqueleo, en Montevideo, Uruguay, en diciembre de 2015.

ANA LAURA LISSARDY
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 52 - MAYO 2016

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