Las tribunas del estadio lucen tan altas, tan verticales, tan encerradas y tan cerca a la cancha que pareciera que se van a ir encima de ella. Pero lo único que cae al césped, en cada partido, es el atronador sonido de los coros que descienden al campo, que envuelven y que aturden, dándole una atmósfera mágica.
Se lo conoce como Giuseppe Meazza cuando juega el Inter; como San Siro cuando lo hace el Milán, y es el escenario en el que mañana se disputará la final de la Liga de Campeones. En ese estadio majestuoso que divide la pasión de Milán, habrá huéspedes españoles: Real Madrid y Atlético.
En las últimas semanas, el estadio de Milán, en el barrio San Siro, se ha puesto el traje de la Champions. La ‘orejona’ –el trofeo europeo– se exhibe en su sólida y enorme fachada, así como los escudos de los invitados de honor, los finalistas, Real y Atlético. ‘Final Milano 2016’, dice en uno de los carteles exhibidos.
El Giuseppe Meazza –o San Siro– es un estadio apropiado para semejante cita, por su historia y por su belleza, por dentro y por fuera. Adentro, con ese aspecto tan encerrado que envuelve el sonido y lo hace mágico para los futbolistas, con ese enorme techo que cubre todos los asientos; afuera, con esas enormes paredes, tan grises que le dan su toque de antigüedad, que contrasta con ese diseño moderno, con sus inconfundibles pilares en forma de espirales que sirven como rampas de acceso a las tribunas. Es toda una catedral para el buen fútbol.
Quienes han jugado allí no lo olvidan más. El exfutbolista colombiano Faustino el ‘Tino’ Asprilla visitó esa cancha muchas veces cuando jugaba para el Parma. Quedó impactado. “La arquitectura de San Siro es impresionante –recuerda el Tino, tan claro como si hubiera sido ayer; fue hace más de 20 años–. Es hermosísimo, sobre todo afuera es muy lindo. A pesar de que tiene muchos años, es moderno. Cuando jugué allí, me llamó la atención que es un estadio casi encerrado, no lo había imaginado, y con 90.000 personas gritando se siente un eco fuerte, retumba en la cancha. Si uno no está concentrado, lo saca del partido”.
De San Siro a Meazza
En sus inicios –fue inaugurado en 1926, construido en tiempo récord de 13 meses–, a este estadio se lo conocía como San Siro porque fue construido en ese sector de la ciudad de Milán, bajo la orientación de un arquitecto llamado Ulisse Stacchini y promovido por el entonces presidente del Milán, Piero Pirelli –fundador de la marca de neumáticos que lleva su apellido–. Por eso San Siro era el escenario de los hinchas rossoneri –como se les dice a los del Milán–.
Era mucho más pequeño que ahora –le cabían 35.000 personas– y era un estadio pensado, diseñado y soñado para el fútbol. Sin pista atlética. Tan encerrado. Con las tribunas tan inglesas, tan separadas una de otra, tan pegadas al campo.
Esa majestuosa casa del fútbol no sería exclusiva por mucho para los hinchas del Milán. A partir de 1947 hubo un nuevo huésped. San Siro tuvo que ser compartido con el Inter, el rival de la ciudad. Entonces las dos feroces aficiones, que ya eran adversarias deportivas, aumentaron su discordia. Sobre todo cuando había clásico –conocido como el derby della Madonnina, uno de los más importantes del mundo–. De hecho, el primer partido que se jugó allí, en 1926, fue el clásico. Un amistoso que Inter ganó 6-3, un triunfo que aún recuerdan, con orgullo, sus hinchas.
En 1980 pasó a llamarse Giuseppe Meazza, en honor del mítico futbolista italiano que jugó en la selección nacional en aquel mundial del 34 –el que promovió Mussolini y que ganó Italia–, y también en ambos clubes de la ciudad, aunque fue en el Inter en el que marcó una época gloriosa y se hizo uno de sus íconos.
Para 1990, justo para acoger el Mundial de Italia, ya le cabían 80.000 aficionados –como ahora–, tras un proceso de remodelación y de ampliación que incluyó una tercera bandeja superior. Las tribunas, que por dentro, sin público, siguen siendo rojas y azules, se hicieron más poderosas, más sofisticadas. Por fuera y por dentro, San Siro –o Giuseppe Meazza– irradia un ambiente mágico, que los futbolistas –dicen– disfrutan como en pocos estadios.
El jugador colombiano Nelson Rivas lo sabe bien. Jugó en el Inter entre el 2007 y el 2010, y se queda sin palabras para describir lo que sintió allí. “Es un estadio impactante –recuerda, y parece que viaja en el tiempo, habla con emoción y se le acaban los adjetivos, lo extraña–. Es un hermoso escenario. En su momento era un campo un poco fangoso, uno se deslizaba incluso con tacos altos; luego cambió. Pero es hermoso. Siempre está lleno. Las instalaciones, el césped, los camerinos y el ambiente, todo es muy bonito. Se presta para el buen fútbol. Es una estructura gigante, apenas para la Champions. Será muy bonito para la ciudad, como para el Atlético y el Real Madrid”.
El estadio San Siro –o Giuseppe Meazza– es considerado el más importante de Italia y uno de los más emblemáticos en Europa. En su césped han desplegado su fútbol muchas estrellas mundiales –Roberto Baggio, Crespo, Seedorf, Ibrahimovic, Ronaldo, por citar solo a los que jugaron en ambos equipos de Milán–. En sus banquillos técnicos se han sentado prestigiosos entrenadores –Helenio Herrera, Arrigo Sacchi, Mourinho, Ancelotti, Capello–. Ha acogido dos mundiales (1934 y 1990), una Eurocopa (1980), dos finales europeas de clubes (1965, 1970) y una final de la Champions, que jugaron el Bayern Múnich y el Valencia (2001), con triunfo alemán por penaltis.
“Jugar en el Giuseppe –dice Rivas y remarca el Giuseppe, como buen Interista– también es emocionante porque allí lo han hecho grandes estrellas de Europa, eso es una sensación bonita. Me quedo sin palabras para describir lo que se siente, pero no es presión, es espectáculo. Se siente el apoyo del público. Cuando jugábamos de locales, con casi 70.000 espectadores, recuerdo que era algo muy bonito porque cantan tu nombre constantemente. Esa cancha amerita el buen fútbol. Jugar allí es algo que todo futbolista sueña. Más en una final de Champions”, dice Rivas, que jugó en todas las canchas italianas y, aparte de la de Juventus, que lo impactó, quedó enamorado del Meazza.
Giuseppe Meazza, dice en el estadio; Giuseppe Meazza es su nombre oficial actual; Giuseppe Meazza le dicen los hinchas nerazzurri –negriazules, del Inter–, tan orgullosos y desafiantes. Pero para los del Milán, por supuesto orgullosos y desafiantes, siempre será el estadio San Siro.
Citas histórica
Faustino Asprilla tomó impulso. Dos, tres pasos. Miró la pelota, la barrera, el arco, el hueco. Impactó la pelota con precisión tal que la hizo superar la muralla humana y la envió arriba, a un ángulo, a la red. No fue un gol cualquiera, fue el gol con el que aquel Parma de la temporada 92-93 le quitó al Milán un invicto histórico de 58 partidos. Y el verdugo fue un colombiano, el Tino, en esa cancha mítica, en el Giuseppe Meazza que él tanto recuerda.
“Es un estadio emblemático que nos ha tratado muy bien a los colombianos. Allí marqué ese gol histórico, allí también debuté con el Parma, enfrentando al Milán en una final de Copa. Allí, Freddy Rincón le anotó el gol a Alemania en Italia 90. Ahora espero que James conquiste la Copa allí, porque San Siro les trae buena energía a los colombianos”, comentó Asprilla.
Justamente varios colombianos han tenido ese estadio como hogar. Además de Rivas, en el Inter se hizo histórico e ídolo Iván Ramiro Córdoba; allí también jugó Fredy Guarín, y ahora lo hace Jeison Murillo. En el rival, el Milán, juegan ahora Cristian Zapata y Carlos Bacca, y jugó Mario Yepes. San Siro –o Giuseppe Meazza– ha visto muchos guerreros colombianos.
Música y religión
En 1980, el Giuseppe Meazza –ya se llamaba así–, mucho más gris, menos moderno, pero igual de majestuoso, congregó a 120.000 personas. No se reunieron para ver un partido, ningún clásico milanés, ninguna final del mundo, sino en torno a la música, al reggae. Ese 27 de junio, el legendario artista jamaiquino Bob Marley generó un caos en la ciudad. Ofreció un concierto memorable. Las tribunas estuvieron repletas y la cancha, también. No woman no cry, uno de sus himnos, sonó en la tarima del San Siro, y el coro retumbo por esa enorme estructura y, quizá, por todo Milán.
Fue el primer concierto que se hizo en ese escenario, que había sido pensado, diseñado y soñado solo para el fútbol. A partir de ese momento fue un lugar también para la música. Michael Jackson, U2, los Rolling Stones, Madona, Bon Jovi y muchos otros conquistaron ese estadio mágico con sus canciones. Hoy se siguen presentando artistas de talla mundial.
Ha habido otras citas de envergadura allí. Desde peleas de boxeo hasta la visita del Papa. En el 2012, el estadio estuvo a reventar con una multiplicidad de colores en las tribunas, para recibir al pontífice, el papa Benedicto XVI, durante el Encuentro Mundial de las Familias, que tuvo mucha importancia para Milán. El Papa dio su discurso, fue ovacionado y recibió una camiseta del Inter que le entregó el futbolista argentino Javier Zanetti, con el ‘Benedicto’ en la espalda.
Hoy, la cita vuelve a ser futbolera. Miles de hinchas españoles y no españoles –según se reporta desde Milán– han ido llegando durante toda la semana, inundando esas calles aledañas a San Siro, calentando el ambiente. Esta ciudad italiana, que respira fútbol y que extraña que Inter o Milán no estén en la final, en todo caso palpita.
Será un nuevo evento histórico, memorable. No importará que los orgullosos interistas lo llamen Giusep-pe Meazza o que los nostálgicos del Milán le digan San Siro, importará que es una catedral mágica para jugar el mejor fútbol, para una final de Champions.
PABLO ROMERO
REDACTOR DE EL TIEMPO
@PabloRomeroET