Respondo en esta asamblea de sabios al interrogante que se me hace, común a los poetas del mundo presentes en el Twinrivers International Poetry Week Suiyang, de qué me significa el llegar a China, a esta maravillosa ciudad de Zunyi, provincia de Guizhou, donde recibió el liderazgo y acometió el poeta Mao Tse Tung la Gran Marcha, llamada por otros la Larga Marcha, pues recorrió 12.500 kilómetros a lo largo de 11 provincias, derrotando al enemigo y dándole el triunfo al Partido Comunista chino.
He emprendido una larga marcha desde Colombia, pasando por París para reabastecerme de flema, hasta llegar a este sitio, encantado y encantador como la serpiente Ba She, que puede tragar elefantes (después la vería recreada en 'El Principito'), y que desde siempre me pareció más cercano a la fábula que a la geografía y la política.
Colombia es un país con más de 50 años en guerra, que cada día pierde albercas de sangre de manera salvaje en aras de una revolución que nunca se dio y de una represión que nunca venció y de un narcotráfico que nunca cedió. He hecho parte, por 58 años, de un movimiento poético llamado el nadaísmo, inspirado en el dadaísmo y el zen, que fue una respuesta a la violencia con las armas anarquistas del sarcasmo verbal y el esputo sonriente contra el Estado. Yo también escribí un libro rojo, el 'Libro rojo de Rojas', para denunciar con pruebas que el establecimiento le había birlado el triunfo electoral al exgeneral Rojas Pinilla en 1970. Como no pasó nada con nuestra denuncia, se instauró una especie de Guardia roja de Rojas, el movimiento guerrillero M-19, que terminó siendo abanderado en la firma de la paz, antes y después de la ejecución de casi todos sus comandantes. Hoy estoy presentando en este inconmensurable país del Gran Dragón el manifiesto ‘A la mierda con la guerra. Nadaístas por la paz’, donde los sobrevivientes del movimiento, que prefirió alimentarse más de Lao Tse que de Sun Tzu, dan el testimonio de su infancia y juventud sumergidos en la violencia, y avizoran la paz que están terminando de pactar el Gobierno y la guerrilla de las Farc, a través del político humanista y nadaísta Humberto de la Calle. Solo faltaba que Colombia le terminara debiendo la paz a un nadaísta y que esto le conllevara la presidencia de la república.
Como una recompensa por nuestros desvelos antibélicos, en uno de mis trances de meditación penetrante se me presentó el maestro que secularmente me guía y me propuso una de estas dos bienaventuranzas: llevarme a conocer el Cielo o la China. Lo primero que hice fue explorar el libro de Swedenborg, 'Las maravillas del cielo', y 'El dragón en el huracán', de Enrique Fanjul. Como no encontré allí la respuesta que requería, me decidí por consultar el I Ching. Por él entendí que en el Cielo se encuentran los amores muertos, y que hay que morir para llegar a ellos. En cambio, en China y en vida todo está por amar, comenzando por la misma China, por los anfitriones principescos, por los nuevos poetas que se conozcan, por el público de los orientales aplausos.
El emperador de Jade me ha cursado la invitación a través del señor Hunter, del poeta chino Jidi Majia y del poeta colombiano Fernando Rendón. Y es así como me encuentro rebosante de amor en esta sala, de la mano de Aracha, mi bella intérprete de 22 años que nunca conoció un colibrí, pero sí el Jian, ave de un solo ojo y una sola ala por lo que siempre debe andar en pareja (“En el bosque de la China la chinita se perdió / como yo andaba perdido nos encontramos los dos”), quien les está consignando en chino esta cháchara, mientras les pido que alcemos nuestras copas de baijiu y brindemos por la paz de Colombia. ¡Ganbei!
Jotamario Arbeláez
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