Cuando la realizadora japonesa Naomi Kawase escribió el guion de Una pastelería en Tokio, su más reciente película, se encerró dentro de una biblioteca, ubicada en las afueras de la capital japonesa y el lugar donde permanecieron quienes padecieron de lepra alguna vez.
“Pasé mucho tiempo caminando en el bosque que rodea el hospital, sintiendo la luz y el viento, al lado de varios otrora pacientes que aún viven allí. Era mi forma de convertir el lenguaje de la vida real en algo cinematográfico”, cuenta en una entrevista la realizadora del filme que se estrena el jueves 26 de mayo.
Una pastelería en Tokio puede definirse como una poesía visual. La historia de Sentarô, un panadero que vive en la capital japonesa aburrido de hacer pasteles dulces, cambia cuando una anciana llamada Tokue toca a su puerta en busca de una oportunidad laboral.
Ante la incredulidad del hombre se revela una mujer misteriosa, de manos y rostro deformes por la lepra, que tiene la habilidad y el conocimiento para preparar dorayakis (pastelitos rellenos de salsa dulce de fríjoles rojos). En medio de la prosperidad que adquiere el negocio y de los cerezos florecidos en plena primavera, se teje el drama de la enfermedad con las tristezas de un pastelero que mantiene una relación distante con Wakana, su hija adolescente que no quiere continuar estudiando.
“Pienso que como seres humanos no podemos vivir solos. También creo que muchas de las experiencias que hemos tenido a lo largo de la existencia son errores y buena parte de ellos nos cambian dramáticamente. Pero cada uno de nosotros tiene el poder de continuar, es algo propio de nuestra naturaleza”, comenta la cineasta (Nara, 1969) acerca del retrato que hace de estas tres almas solitarias.
Con silencios prolongados y la presencia en pantalla de unos personajes delineados con delicadeza y dulzura, especialmente el de Tokue (la actriz Kirin Kiki), Una pastelería en Tokio se estrenó en el Festival de Cannes del 2015 con el aplauso de la crítica.
Este año, Kawase ofició como presidenta del jurado de la Cinéfondation y de cortometrajes del mismo festival, donde ganó la Cámara de Oro con su primer filme Suzaku, en 1997, y el premio del jurado, diez años después, con El bosque de luto.
Una pastelería en Tokio está inspirada en el libro An, escrito por Durian Sukegawa, quien había sido actor de una de las películas realizadas por Kawase.
Fue él quien le envió el libro a la realizadora y le propuso hacer una adaptación cinematográfica de este relato.
“Cuando lo leí, me sumergí en esas cosas cuya presencia es casi invisible en la vida. Y es el cine el medio a través del cual nosotros construimos la realidad a partir de lo que vemos, pero al mismo tiempo creo que las películas nos permiten visibilizarle a la audiencia esos aspectos ocultos”, agrega la japonesa.
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