Después de una reciente visita al Pacífico y a Buenaventura, con motivo de la celebración del Día de la Comunidad Afrocolombiana –en la que pude observar, oír a los líderes, ver la gente, conocer las cifras, sentir la esperanza de nuestros compatriotas afro–, no hay duda de que esos colombianos van a ser uno de los grandes motores en la construcción del futuro.
Ha ocurrido un cambio paradigmático en las tendencias de deterioro, heredadas del pasado, en materia de seguridad, inversión pública, pobreza extrema, empleo, ánimo ciudadano y actividad empresarial. En todos esos frentes, las cosas hoy apuntan en la dirección correcta.
Buenaventura y Tumaco son ejemplo. Estas dos ciudades históricamente han sido escenario de crímenes atroces y han mostrado unas de las tasas de homicidios más altas del país. Esa tasa llegó en Tumaco a 137,7 por cien mil habitantes entre el 2012 y el 2013. Buenaventura se trepó de 35,7 a casi 50 homicidios por cien mil habitantes.
Santos ordenó un plan de choque, coordinado con la participación de todas las Fuerzas Armadas. Ese plan llevó a una caída vertiginosa en las tasas de homicidios en ambas ciudades y en toda la región. Tumaco llegó a 22 homicidios por cien mil habitantes en el 2015, seis veces menos que en el 2012. Buenaventura descendió el año pasado a 7,4 homicidios por cien mil habitantes, siete veces menos que lo observado en el 2013.
Y si hay una región que ya ha experimentado los dividendos de la paz, es el Pacífico colombiano. Un país tan centralista parecería haber olvidado la ‘caldera del diablo’ en la que el conflicto convirtió al litoral. Cauca, Nariño, Chocó, la zona portuaria del Valle no tuvieron un día de tranquilidad. Torres tumbadas, oleoductos volados, ataques a la población civil, combates con cientos de soldados muertos o heridos, bombas, tatucos, secuestros, extorsión desbordada, guerra por todos lados. Eso ha amainado, casi desaparecido.
El Pacífico es el mejor laboratorio para ver y sentir, en el presente, lo que va a significar la paz para Colombia. No hay necesidad de que sus gentes respondan cuando se les pregunta por la paz. Con su sonrisa basta. Con el brillo de esperanza en sus ojos se sabe que sueñan con que no vuelva el horror.
Esos avances en seguridad se complementan simbióticamente con el esfuerzo del Gobierno Nacional para darle un sacudón de inversión pública de manera que se cambiara la tendencia de deterioro social en que ha estado el Pacífico por el abandono de décadas. El plan Pazcífico –gerenciado hábilmente por el nuevo Ministro de Ambiente, Luis Gilberto Murillo– ya empezó la ejecución de cuatrocientos millones de dólares para uso exclusivo en los proyectos críticos para el bienestar social y la lucha contra la pobreza extrema. El mecanismo de ejecución, sin duda, está blindado de la politiquería tradicional.
La pobreza extrema en el Cauca se redujo en siete por ciento entre el 2014 y el año pasado. En Chocó, en dos por ciento. En Nariño, en uno por ciento. Esto es en un año. En el aspecto laboral, aun cuando el Pacífico ha mostrado indicadores de desempleo superiores al promedio nacional, la caída del desempleo en la zona fue muy superior a lo observado en el país durante el 2015. No menos relevante para el futuro del Pacífico es la actitud de Santos, recientemente profundizada, de abrirles las puertas del alto Gobierno a quienes con seguridad serán grandes funcionarios, pero que también van a ejercer una vocería para sus comunidades en las instancias decisorias. Afortunadamente para la patria, gracias a la contribución afro, tenemos un futuro más despejado.
Dictum. Todos los diarios reportan buenos resultados empresariales. Otro dividendo de la expectativa de paz.
GABRIEL SILVA LUJÁN