Un mes después del terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que golpeó a Ecuador no deja de temblar.
“La naturaleza nos está poniendo a prueba”, afirmó el miércoles el presidente Rafael Correa, después de los dos sismos de 6,8 grados en la costa pacífica que volvieron a poner la incertidumbre en la cabeza de los ecuatorianos y de los sobrevivientes y afectados que intentan reconstruir sus vidas en Manta, Pedernales, Portoviejo, Jama y San Vicente, las zonas más afectadas en la provincia de Manabí.
Las cifras que dejó el movimiento telúrico del pasado 16 de abril muestran la magnitud de la tragedia: 661 personas murieron, cifra que subió esta semana con el hallazgo de un cuerpo bajo los escombros en el sector comercial de Tarqui, en Manta.
En total, 113 personas fueron auxiliadas por cuerpos de rescate y todavía hay 13 desaparecidos. Según ha estimado el Gobierno, se necesitan unos 3.000 millones de dólares para la reconstrucción –lo que equivale a un tres por ciento del PIB–. Además se perdieron cerca de 24.800 empleos, más de 1.523 réplicas han tenido lugar y 29.000 ecuatorianos están en albergues provisionales.
Por eso Correa no dudo en calificar el desastre como la “peor tragedia” en las últimas siete décadas en el país, al recordar en Pedernales, con un minuto de silencio, a las víctimas del terremoto. Como homenaje, allí ondea ahora una bandera de Ecuador de 150 metros cuadrados, cuya asta de 30 metros de altura pesa siete toneladas.
En esa ciudad costera, epicentro del terremoto, varios de los sobrevivientes todavía tienen miedo por el recuerdo que les dejó el movimiento telúrico que les cambió la vida en 42 segundos. “Todavía siento el temor cuando llega la tarde porque yo vi morir muchos niños”, dijo Paola Mera, una mujer de 21 años que no se siente capaz de salir del albergue Nueva Esperanza.
Pero también hay quienes buscan nuevas alternativas para encontrar una rutina en medio de las demoliciones coordinadas por el Gobierno. Al menos el 60 por ciento de los pequeños negocios que existían en Pedernales ya están funcionando, ya que la prioridad en la ciudad es la reactivación del sector productivo, especialmente el camaronero que, de acuerdo con el ministro del Interior, José Serrano, es la mayor fuente de trabajo.
“La gente ya se está activando de nuevo en sus trabajos diarios. Se siente un poco más de ánimo, y eso lo llena a uno, ver que el pueblo está tomando el ritmo habitual”, afirmó Ángel Chicaiza, propietario de uno de los restaurantes del malecón.
Los turistas han ido regresando a esa ciudad para presenciar con sus propios ojos el impacto del terremoto en Pedernales, donde la mayoría de los edificios y casas se cayeron.
“Me da mucha pena, lo que más me duele era la gente que vivía aquí. Tengo que darles ánimo, no puedo ser indiferente a ello”, señaló Geovany Lozada, de 60 años.
Medidas económicas
Aunque el Gobierno no se ha atrevido a dar una cifra exacta de lo que costará la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto, la Asamblea Nacional ya le dio luz verde a la ley Solidaria, impulsada por el Ejecutivo, y que tiene como objetivo recaudar entre 650 y 1.000 millones de dólares a partir de la generación de contribuciones, impuestos e incentivos tributarios y la elevación del Impuesto al Valor Agregado (IVA) del 12 al 14 por ciento. Además, Correa anunció un programa de vivienda para los damnificados.
Pero para enfrentar la crisis todavía queda un camino largo. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) anunció que aún hay zonas afectadas en las que se necesita ayuda humanitaria importante para los damnificados, que perdieron sus casas y sus familiares.
En total, el terremoto desplazó a 73.000 personas, dejó a unas 500.000 en necesidad de asistencia alimentaria; a 1,2 millones con acceso limitado a servicios de salud, a cerca de 350.000 con interrupción del servicio de agua y a 100.000 niños y adolescentes que necesitan apoyo psicosocial.
Ecuador cambió y ahora la prioridad es enfocarse en la reconstrucción del país, aunque todavía las réplicas del terremoto no lo dejan desprenderse del miedo de que la tragedia se repita.
REDACCIÓN INTERNACIONAL