Fresca aún su histórica visita a Cuba en marzo de este año, el presidente de EE. UU., Barack Obama, arrancó otro periplo internacional con el que romperá nuevamente el molde.
Como parte de su gira por Asia, Obama llega hoy a Vietnam, escenario de uno de los conflictos más violentos –y polémicos– en los que Washington combatió durante el apogeo de la Guerra Fría, y luego se convertirá en el primer presidente de su país en visitar Hiroshima, la ciudad japonesa que fue destruida por una bomba nuclear que lanzó EE. UU. hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero sin duda es la parada de Hiroshima lo que está generado mayor expectativa. Entre sus actividades en la ciudad, a la que llegará el 27 de mayo, el presidente visitará el monumento edificado por los japoneses justo en el lugar donde explotó Little Boy, el nombre que le puso EE. UU. a la primera bomba nuclear usada por país alguno durante una guerra y que causó la muerte de al menos 140.000 personas.
Esa bomba, lanzada desde el avión Enola Gay, y una segunda sobre la ciudad de Nagasaki provocaron la capitulación de Japón y, según muchos, marcaron el final de este sangriento conflicto a mediados del siglo pasado.
Pero también dejaron muchas heridas que han tardado en cicatrizar y que Obama espera ayudar a sanar con su histórica visita. La Casa Blanca ha dejado claro que el presidente no pedirá perdón por lo sucedido, e insiste en que el viaje no debe ser interpretado como tal.
De acuerdo con John Earnest, secretario de prensa del presidente, Obama no está poniendo en duda tampoco la decisión que tuvo que enfrentar Harry Truman cuando dio la orden de utilizar la letal arma. “El presidente entiende que Truman tomó la decisión por las razones correctas. Entre ellas, la seguridad de EE. UU. y poner fin a esa terrible guerra”, dijo Earnest.
Un asunto sensible
La cautela de sus palabras refleja lo sensible del tema y la razón por la cual los presidentes subsiguientes a Truman evitaron visitar la ciudad o rendir homenaje a los caídos.
Si bien son muchos los que piensan que la bomba fue un catastrófico error que les costó la vida a miles de civiles, otro gran segmento la justifica a la luz del ataque japonés a Pearl Harbor y los cientos de vidas más que se salvaron tras la rendición nipona.
En Tokio el tema es igualmente sensible, pero las autoridades han evitado referencias al perdón y lo perfilan más como un acto para refrendar el compromiso contra la proliferación nuclear. “Japón es el único país al que se ha golpeado con un bomba nuclear, y tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que nuestra terrible experiencia no se repita nunca más”, sostuvo el primer ministro nipón, Shinzo Abe.
Un terreno al que Obama le ha apostado desde el comienzo de su presidencia y que espera poder convertir en parte de su legado.
En el 2010, y bajo su dirección, Rusia y EE. UU. sellaron el Nuevo Start, acuerdo que redujo el arsenal de ambos países a 1.550 ojivas nucleares desplegadas (dos tercios menos que el Start 1, de 1991).
En buena parte es también de su autoría el acuerdo al que se llegó con Irán en el 2015 para limitar su capacidad de construir una bomba atómica, y las cumbres sobre seguridad nuclear que organizó y que han conducido a que varios países, entre ellos Chile y Ucrania, entreguen material nuclear en un grado de enriquecimiento tal que permitiría su uso para fines bélicos.
Fueron algunas de sus promesas –y acciones– por librar al mundo de armas nucleares las que se tuvieron en cuenta cuando se le entregó el Nobel de Paz en el 2009.
Dicho eso, y de acuerdo con editoriales de importantes medios como ‘The New York Times’, el récord del presidente de EE. UU. en esta materia no es tan brillante. Especialmente por su respaldo a un paquete económico aprobado en el 2015 y que pretende invertir 3 billones de dólares en las próximas tres décadas, dedicados a la modernización del armamento nuclear de EE. UU.
Básicamente, en el desarrollo de dispositivos y bombas nucleares miniatura, que permitiría atacar con más precisión y menos daño colateral.
Los planes, en parte provocados por los movimientos de Rusia y China en esta misma dirección, tienen a los expertos hablando de una nueva carrera nuclear en el siglo XXI.
Aun así, el mensaje que saldrá de Hiroshima, dice Ben Rhodes, asesor en comunicaciones estratégicas de la Casa Blanca, es que se están realizando todos los esfuerzos para librar a futuras generaciones de la amenaza de la autodestrucción del planeta.
Parada en Vietnam
La parada en Vietnam no será tan histórica, pues ya los presidentes Bill Clinton y George W. Bush habían visitado el país en el 2000 y el 2006. Sin embargo, encierra una gran simbología y es de un enorme valor estratégico tanto en lo económico como en materia de seguridad.
Aunque la intervención de EE. UU. en este país finalizó hace 41 años, sigue siendo uno de los conflictos que más polémica desatan. No solo por los 58.000 jóvenes que murieron, sino por los cientos de miles que prestaron servicio y cuyas vidas fueron marcadas para siempre por la brutal guerra con el Vietcong.
La imagen de Obama recorriendo las calles de Hanói seguramente despertará nuevamente ese fantasma.
Pero a diferencia del viaje de Clinton, cuyo énfasis estuvo en los temas de la posguerra, Obama estará concentrado en fortalecer la relación con su antiguo enemigo para ampliar la influencia de EE. UU. en Asia-Pacífico, donde China pesa cada vez más.
Vietnam, de hecho, lleva un par de años acercándose a la órbita de Washington para contrarrestar los agresivos movimientos territoriales de Pekín en el mar del Sur de China. Así mismo, con la visita se pretende sellar la alianza comercial entre ambos países a solo semanas de que se aprobara el TPP, un acuerdo de comercio que incluye a 11 países con salida al Pacífico y que, juntos, representan casi un tercio de la economía mundial.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter: @sergom68
Washington.