Reconciliarse es liberarse de las cargas que impiden trazar y desarrollar un plan de vida. Es tomar las riendas del destino, es decidir que ese destino no lo determina el pasado marcado por quienes quisieron entorpecer nuestro paso por el mundo o incluso eliminarlo. Es darse la oportunidad de renovar, de empezar casi de ceros, de volverse a inventar, de transformar la tragedia en fuerza generadora de cambios positivos.
Reconciliarse no es buscar impunidad, es dejar que actúen los que deben aplicar la ley, la humana y la divina. Y decidir que aunque sus ritmos no sean los legales ni los que quisiéramos, su paso lento no retrasará los pasos nuestros.
Reconciliarse es evitar heredarles a los que amamos algo que no merecen, es entregarles nuestro dolor en forma de enseñanza amorosa para que desarrollen ideas que propicien la construcción de entornos donde no haya nuevos victimarios ni nuevas víctimas.