Fue bonita la guerra de almohadas este jueves en la plazoleta de la Universidad del Rosario, promovida por el exalcalde Antanas Mockus, donde unas 300 personas, alegres y pacíficas, se trenzaron en una batalla campal. “Es la forma de decirles a los demás colombianos que esta es la única guerra que queremos”, dijo un participante.
Ese acto tiene mensaje de paz, pero aquí hay odio e intolerancia. Los agresivos sin rostro, en las redes sociales, de inmediato montaron la “resistencia civil” y el hombre que una vez, ante unos estudiantes que no lo dejaban hablar, se bajó los pantalones para que le vieran el punto de vista fue agredido, tratado de loco, de ser simpatizante de las Farc; le dijeron que “no hay almohadazo gratis”, que era “una mofa a las víctimas”, que estos actos son ‘chimbología’. Se nota la rabia en cada mensaje. Tanto que matan hasta el idioma. Un forista escribió que ojalá hubiera llovido para que se les empaparan los cojines, pero puso ‘cojines’ con o en vez de i.
Ante tal polarización, ve uno lo difícil que será que haya paz en este país lleno de odios, producto del conflicto, pero también de la guerra de la almohada de los políticos, que no duermen pensando cómo darle su patada en los cojines al otro, aunque se la den al país.
Y siguen zafados de lengua de lado y lado, y a todo nivel. También vi que decían que cuidado se colaban los uribistas en el acto porque ellos llevaban vidrios entre las almohadas. Del otro bando alegan que se entregó el país a las Farc, que se violó la Constitución, y que ella se lo buscó. Por todo ello, estos actos son importantes para aclimatar la tolerancia.
No es fácil, claro. Las Farc han causado mucho daño, como lo han hecho los ‘elenos’ y los ‘paras’; como lo hacen los corruptos que también matan de hambre a los niños. Y es difícil ver que no paguen cárcel efectiva. Pero el proceso de La Habana, después de años y años de plomo y muertos de lado y lado, sin lograr acabarlos, no se trataba de que se entregaran y pasaran a los calabozos, sin almohada. Es una negociación y, por lo menos, se ha logrado que acepten pasar por un proceso judicial, como dijo Álvaro Sierra en estas páginas, y acepten también sus crímenes, ofrezcan reparar a las víctimas y se sometan al Congreso, a la Corte y a la refrendación popular.
Uno quisiera verlos presos, claro. Pero así no son los procesos de paz. Lo que toca es que cumplan. Que haya verdad y reparación. Y por lo pronto, que apuren la salida de los menores. ¿Cuántos son?, como diría Uribe. Ese tiene que ser un paso serio y verificable, el primer gran acuerdo hecho realidad. Porque los incrédulos ya dicen “amanecerá y veremos”, como el borracho que no sabía si llevó hombre o mujer a la almohada.
El acuerdo se firmará pronto, sin duda. Pero la paz real se demora. Se necesitan justicia social, capacidad de perdón y muchos actos de reconciliación. Por ejemplo, sería bueno que Uribe se reuniera con ‘Timochenko’, que hasta con piropos lo invitó a ser partícipe del proceso: “Fue usted un formidable adversario que nunca nos dio cuartel, pero, como ve, seguimos aquí, en la brega... Venga esa mano”.
Debería aceptar para formarse una mejor idea, hacer observaciones, descargarse de odios. Sería un mensaje que aliviaría la tensión nacional, porque otra vez nuestra dirigencia está creando un clima de irascibilidad, como en épocas de la violencia política, cuando le decían al otro “venga esa mano”, y se la mochaban.
Piensen todos en el futuro país, en la gente. Hay que reconciliarnos ya, sin venganzas, no esperar a que pasen los años matándonos, hasta que la resistencia civil se vuelva resistencia senil. Mejor matarnos a almohadazos que a balazos.
Luis Noé Ochoa
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