Preferirían que siguiera vivo. Su muerte resquebrajó la tranquilidad de la región donde fue amo y señor y agravó la precaria economía local. Siete meses después de que alias Megateo voló por los aires en un operativo, la figura de quien fue jefe supremo del Epl y un despiadado criminal sigue muy presente.
Y no solo en el diminuto corregimiento de La Vega de San Antonio –municipio de La Playa de Belén–, donde los vecinos recuerdan con nostalgia sus fugaces apariciones para pernoctar en la casa que edificó y salir de madrugada camino del siguiente refugio. También en Ocaña.
En la segunda población del Norte de Santander no lo apreciaban como en su terruño, pero echan de menos que el dinero no fluya como antaño. “Su muerte ha influido en todo, él generaba muchos ingresos. Se ha golpeado la venta de zapatos, ropa, comida, hay empresas que no volvieron a Ocaña”, indica un comerciante (*). Un hotel admite haber perdido hasta el 50 por ciento de su clientela y un lugareño afirma que lo notaron hasta los odontólogos que diseñan sonrisas. (Lea: Corridos y vallenatos en su nombre, las otras obsesiones de 'Megateo').
Cabecilla de bajo perfil
La razón hay que buscarla en los herederos del reino enclavado en las elevadas montañas del Catatumbo, donde ‘Megateo’ estableció su guarida y dirigía el narcotráfico. “No era solución matarlo; en él había humanismo, era caritativo, los actos contra la fuerza pública eran en retaliación a algo, no es que fuera ajusticiando gente. Este de ahora es sanguinario, ni saluda”, indica un campesino entre susurros, sin atreverse a mencionar siquiera a ‘Caracho’, la segunda cabeza del Epl. La principal, el jefe supremo, ‘David León’, originario de Urrao, Antioquia, es un legendario comandante que siempre ha mantenido un perfil bajo.
El temor a correr la misma suerte que el patrón, que un infiltrado descubra su escondrijo, les aconsejó extremar las precauciones y reforzar las medidas de seguridad del feudo. Por primera vez en años, en los municipios de Hacarí, donde se concentran los cultivos de coca, y en zona rural de La Playa de Belén, hay restricciones horarias para transitar por las vías, todas destapadas, y solo un puñado de transportistas tiene permiso para entrar en la zona. Los forasteros requieren la misma luz verde para evitar que los maten.
Tres desconocidos perecieron el 11 de abril pasado acribillados en su camioneta. “Subieron un lunes y parecían sospechosos. Dicen que estaban ofreciendo armas”, comenta una persona.
La muerte de una mujer que viajaba con su bebé y del motorista que la transportaba fue otra advertencia disuasoria a extraños. En sus cuerpos se apreciaron signos de tortura y la niña terminó en manos del ICBF. “Era una abogada de Bogotá y nadie sabe qué hacía por estos lados. Eso ocurrió al poco de morir ‘Megateo’. También mataron a dos de inteligencia del Ejército”, relata un hombre que vio estos últimos cadáveres, uno de ellos quemado.
Con todo, no son los crímenes el factor determinante que detuvo el flujo de plata, sino la falta de compradores de coca.
Circulan varias hipótesis. Que si alias Caracho no los deja ingresar; que ellos no se atreven a meterse por temor a que los asesinen, y que el difunto se llevó a la tumba infinidad de contactos porque el narcotráfico lo manejaba él solo. Dicen que hay acumulada coca en cantidades y los cultivadores no perciben un peso desde hace rato. (También: Escoltas y familiares escondieron restos de 'Megateo' e hicieron altar).
“Súmele que por el TLC, la cebolla peruana acabó con la ocañera; aunque es de peor calidad, sale más barata. Luego, el fenómeno del Niño dañó cultivos ilícitos y los lícitos, y el cierre de la frontera con Venezuela terminó con el contrabando. De allá traían útiles de aseo, arroz, leche, mantequilla, gasolina, y nosotros vendíamos tomate, cebolla, yuca y plátano”, explica un comerciante. “Estamos fregados”.
En La Playa de Belén, Monumento Nacional y uno de los pueblos más bonitos de Colombia, situado a media hora de Ocaña y con 642 habitantes, en su mayoría agricultores, suman otra desgracia: el turismo casi ha desaparecido. Los secuestros de Ramón Cabrales y Melissa Trillos, ambos perpetrados en Ocaña, así como el hostigamiento de la guerrilla a la Policía en el casco urbano, a plena luz del día, ocurrido el 3 de marzo, espantaron a los visitantes.
Este diario conoció que, por si faltara algo, la guerrilla está pidiendo vacuna tanto a la Alcaldía por una obra como a una empresa de telefonía móvil por la instalación de una antena en La Vega de San Antonio. “‘Megateo’ nunca lo hacía, estaba concentrado en el narcotráfico”, asegura un nativo. “No había tantas normas, antes todo era más relajado”.
No le falta razón. Adentrarse en el territorio que dominaba ‘Megateo’, ir más allá de La Playa de Belén y más aún si el destino es La Vega de San Antonio, se torna complicado en estos tiempos para los foráneos. En moto solo te llevan si portas el permiso del presidente de la Junta de Acción Comunal o de “los Pelusos”, sobrenombre de los miembros del Epl. Y es aconsejable tenerlo para abordar los dos vetustos buses que recorren a diario la distancia entre La Playa y La Vega llevando carga y pasajeros. Demoran unas tres o cuatro horas, en un trayecto donde no hay fuerza pública por ningún lado y casi nunca entra señal de celular.
Prohíben llevar casco en moto
La primera escala es Aspasica, pequeño corregimiento de La Playa, de 360 almas. Tiene una linda iglesia que un temblor reciente agrietó y ninguna entidad se ha molestado en arreglar. Hasta la desaparición de ‘Megateo’, habían olvidado lo que era un muerto por violencia subversiva.
Pero los cadáveres de los tres asesinados del campero y los dos del Ejército los botaron a la entrada de la población. “Hace poco nos reunió la guerrilla (el Epl) y les pedimos que no vinieran hasta acá a matar y a dejar los cuerpos sobre la vía, que eso nos marca y nos perjudica. Dijeron que lo hacían para que los viera todo el mundo”, comenta un vecino. (Fotos: Los lujos y excentricidades de alias 'Megateo').
Aspasica, que vive de la agricultura, es el último punto donde aún persiste una cierta relajación. A partir de ahí empieza el verdadero reino que fuera de ‘Megateo’. El primer signo es que los motoristas deben quitarse el casco. No está permitido llevarlo.
A escasos kilómetros el bus comienza a trepar la cordillera Oriental por una carretera serpenteante y estrecha, entre abismos infinitos. Es la guarida perfecta para cualquier bandido. Son montañas elevadas, de poca vegetación, población muy dispersa y una vía fácil de controlar. Y, encima, no entra señal de celular en casi ningún lugar.
‘No se responde’
En Cerro Negro, caserío de apenas cinco casas, un cartel grande avisa de la prohibición de transitar entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana. “No se responde por quien incumpla la norma”, reza la advertencia. Las otras dos guerrillas, por su parte, comparten grafiti: “Eln unidos con las Farc-Ep”.
Más tarde, la carretera muere en La Vega de San Antonio, de solo dos calles y 260 personas, y donde se encuentra la vivienda de ‘Megateo’, cerrada desde el día en que murió. A partir de ese punto, todo son trochas, muchas abiertas en su día por el fallecido. Apenas se divisan siembras de coca en las empinadas laderas, la mayoría son de tomates y otros productos tradicionales en la región.
Entablar conversación abierta con alguien que no sea adolescente o adulto mayor sobre orden público, se torna complicado. El presidente de la Junta de Acción Comunal, Yernil Sanguino, declina la entrevista; los demás apenas cruzan unas palabras sobre las dificultades que afronta el campesino en esas lejanías, nada de orden público. Y cuando acepto la invitación de la señora Chela, de 76 años, para departir en su casa, lejos de miradas curiosas, enseguida asoman la cabeza distintos hombres para escuchar. Ella ni se inmuta. (Lea: Caída de 'Megateo': el reto ahora es que el narco no sea reemplazado).
“Yo he llorado a ‘Megateo’ como si fuera un hijo (y se le encharcan los ojos). Apenas me veía, me tocaba ir a saludarlo. Abría un maletín y daba un rollo de plata, cien, doscientos mil pesos, era muy humano. Por acá todo el mundo lo quería en el alma. Dios tiene que tenerlo en el verdadero descanso”, dice tras apagar el cigarrillo.
En la fuente en la que ‘Megateo’ hizo labrar su nombre, letras que la Policía arrancó el año pasado en un operativo, alguien volvió a ponerlo. Pero no todos siguen mirando el pasado. Las estudiantes alojadas en el escueto y empobrecido Hogar Juvenil, provenientes de caseríos perdidos en las montañas, prefieren soñar despiertas sobre un futuro alejado de esos parajes solitarios. Provienen de familias numerosas dedicadas a trabajar las tierras propias, pequeñas y poco productivas. Ingresar al Epl o Eln, también fuerte en el Catatumbo, y raspar matas de coca en el vecino municipio de Hacarí son, en ocasiones, las únicas salidas que ven los jóvenes varones.
“Aquí una mujer no es valorada”, dice una chica en uno de los dormitorios, demasiado estrechos, oscuros y desangelados, donde deben estudiar en condiciones lamentables. “Solo le queda ser cocinera para los trabajadores de un cultivo, trabajar en un billar o cuidar hijos. Y nosotras no queremos eso, queremos estudiar y ser alguien. Hay que irse lejos”
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
La Vega de San Antonio (Norte de Santander)
(*) Los entrevistados pidieron omitir sus nombres, excepto la señora Chela.