Enemigo invisible llega a nuestras pantallas con antecedentes interesantes. Es la última película que rodó Alan Rickman, y además cuenta con la siempre admirable actuación de Helen Mirren.
Como si eso fuera poco, la cinta llega con una singular aura de thriller intelectual, a tal punto que en Estados Unidos fue promocionada con una página entera en la prestigiosísima revista The Economist, que rara vez acepta publicidad cinematográfica.
La trama se desarrolla en un pueblo de Kenia, donde un comando militar multinacional detecta la presencia de un grupo de terroristas. Tras verificar que los personajes preparan un ataque suicida, la militar británica que está a cargo de la misión decide que debe atacarlos con un misil lanzado desde un dron. Pero cuando todo está listo, aparece un inconveniente: la presencia de civiles inocentes al lado del objetivo militar que dejan en vilo la ejecución de la operación.
La película sufre una metamorfosis muy interesante a lo largo de la proyección. Tras arrancar como una de esas cintas de guerra donde la acción se reduce a gente que habla hasta por los codos y teclea frenéticamente en sofisticados computadores, la historia entra en un tramo desconcertante que parece sacado del teatro del absurdo.
En ese pasaje intermedio el espectador no sabe si debe reírse de la manera como los militares y los políticos se botan la papa caliente de la responsabilidad de la misión.
Pero después de amagar para un lado y para el otro, la historia agarra un ritmo frenético hacia un contundente desenlace, dejando claras las virtudes de un elenco de primera y un director (Gavin Hood) que sabe cómo traspasar el dilema moral de los personajes al espectador.