Conozco a Soraya Madriaza (periodista, 45 años), desde que estudiábamos juntas en la universidad. La vi casarse y, luego de un par de años, separarse sin haber tenido hijos. La vi casarse por segunda vez, tener a Mariana (10) y Joaquín (8), y volver a separarse. La vi, también, anunciar que se iba de vacaciones a Cuba por una semana con su ex y sus dos hijos, un año después del quiebre, como si nada hubiera pasado. Era el verano del 2015. Va a volver con él, pensé. Pero no. A fines de febrero, ya con el proceso de divorcio en la puerta del horno, partieron otra vez los cuatro, esta vez, por dos semanas, a un resort en Brasil.
—Esto es lo más común que hay afuera y se conoce como familia postdivorcio (post divorce family). Si buscas en Google o en las redes sociales por #PostDivorceFamily, #PostDivorceFamilyVacations o #NewFamily, vas a encontrar miles de historias, estudios, opiniones a favor y en contra. Pero acá en Chile mucha gente no lo entiende –me dijo la primera vez que hablamos sobre esto, almorzando en un café en Vitacura.
Efectivamente, la búsqueda en Google arroja muchísimos resultados: más de 17 millones solo para Post Divorce Family Vacations. Ahí están, posando o huyendo de los paparazis, el Príncipe Andrés y Sarah Ferguson, quienes, desde que se separaron en 1996, se van a esquiar con sus dos hijas a Suiza una vez al año.
También Arianna Huffington: tras 12 años de su separación, viajó con su exmarido y sus hijas adolescentes a Grecia. Luego de esta experiencia, posteó que esperaba que “por el bien de los más de un millón de niños cuyos padres se divorcian cada año, cada vez más familias separadas se embarquen en un viaje”.
Y cómo olvidar a Bruce Willis y su ex Demi Moore vacacionando junto a sus tres hijas y Ashton Kutcher, entonces pareja de Moore. “Es difícil de entender, pero seguimos pasando vacaciones juntos. Todavía estamos criando juntos a nuestros hijos; aun tenemos ese lazo”, dijo el protagonista de Duro de matar a Vanity Fair en el 2007.
Orgullosa, Soraya Madriaza publicó las fotos de sus últimas vacaciones en Facebook –los cuatro muy sonrientes y muy bronceados, sobre unas dunas, en un buggy– junto a este comentario: “Lo mejor fue siempre ver felices a mis niños. Eso es lo que nos impulsa a Rodrigo y a mí a continuar viajando en familia, a pesar de nuestra separación. No es fácil, se requiere mucha paciencia, respeto y cariño. Pero la recompensa de ver a tus niños felices y entendiendo este nuevo concepto de familia me hace sentir que vale la pena, sin duda”.
Por supuesto, llovieron los comentarios.
—Noventa y nueve por ciento a favor, uno en contra –dice ella–. Y muestra algunos donde la aplauden con adjetivos como “admirable”, “evolucionada”, “tremenda”. La única observación negativa vino de un hombre.
—Cuando lo cuento pasa lo mismo: mis amigos hombres rechazan esto mucho más que las mujeres. El chileno todavía es muy machista. Me dicen cosas como “el otro (una posible nueva pareja) va a quedar como un pobre gallo, va a tener que mentir”. O que ellos no van a presentarme amigos a mí si todavía me veo con mi ex. No entienden que ya no pasa nada entre nosotros.
En el fondo, reflexionamos después, almorzando juntas en Providencia, ellos no creen que pueda existir amistad entre hombres y mujeres.
—Porque eso somos Rodrigo y yo: amigos. Y padres. No pareja. Eso lo tenemos superclaro los dos. Ninguno quiere algo con el otro. Si no fuera así, esto de viajar juntos no resultaría. No comparto pieza con él: Rodrigo duerme con Joaquín y yo con Mariana. Nunca ha habido un acercamiento romántico o sexual. No es tema
–asegura Soraya.
Para el primer viaje, reconoce, iba con algo de susto. Mal que mal, era un experimento. Pero, dice, lo pasaron “increíble”.
—Como nunca en la vida, no peleamos nada –recuerda–. Pero para eso es básico dejar superclaro el acuerdo de platas, que sea justo y transparente y que se cumpla. Además hay que tener tolerancia y respeto.
Apenas aterrizaron, ambos decidieron continuar reservando una o dos semanas al año para armar maletas juntos. Al menos mientras sus hijos tengan todavía las ganas de embarcarse. Y ellos también.
—Es un regalo que les estamos haciendo a nuestros niños, enseñándoles una nueva manera de relacionarse en familia –dice–. Por algo mi estado en WhatsApp antes decía: “Mi familia no se destruyó, se transformó”.
El tercero
Haber tenido una buena separación –dice Soraya y dicen también los psicólogos que han escrito sobre este tema en sus blogs o en revistas como Psychology Today– es vital para que el plan de vacación postfamilia resulte. En el caso de Soraya Madriaza, la relación se terminó de mutuo acuerdo, por “muerte natural” y desamor.
—Cuando el quiebre es por un tercero hay dolor, hay humillación, un daño grande que no se supera fácilmente y que no hace posible hacer un viaje como los que nosotros hemos hecho –opina.
Pero al contar su historia a otros surge siempre el mismo comentario: esta costumbre les va a durar solo hasta que él o ella se empareje con otro y los celos –o el simple miedo al qué dirán– entren en el juego.
Soraya está acostumbrada a oír esta advertencia. Aunque en estos dos años que lleva separada no ha tenido una pareja formal, de esas que se presentan como tal a la familia e hijos, ha tenido candidatos. A ellos les ha advertido desde el comienzo que viaja una vez al año con su ex y los niños. También, que a veces se va el fin de semana a la parcela en Pirque que antes era el hogar familiar y hoy es la casa de Rodrigo. Lo toman o lo dejan. Punto.
—La verdad es que nunca me han puesto problemas –dice–. Pero hay que dejarles claro que es un tema relacionado con los niños y que no hay sentimientos de pareja involucrados. Igual, reconozco que esto es muy raro para Chile. Va contra los paradigmas, los estereotipos. Pero no por eso voy a dejar de hacerlo.
Viajar, hay que decirlo, ha sido siempre importante para Soraya, quizás mucho más que para la mayoría de las personas. Todos los años reserva una semana para irse –casi siempre a Estados Unidos– con una de sus mejores amigas. Vive en un departamento en Ñuñoa y trabaja en una universidad. Prefiere gastar en viajes antes que, por ejemplo, en una gran casa. También ama los trabajos en los que se viaja.
Pero esto de buscar espacios para compartir simultáneamente con los hijos y el ex se expresa también de otras maneras, que van desde algo tan simple como ir juntos a las actividades deportivas del colegio hasta opciones tan drásticas como seguir viviendo bajo el mismo techo.
—Una amiga mía, por ejemplo, se separó hace poco y decidieron con su ex que seguirían en la misma casa. Ella vive en el primer piso, él en el segundo. Su hija de 15 años anda de un piso para otro. La idea es que ella no pierda su entorno –ejemplifica Soraya.
La psicóloga Eliana Heresi, experta en estudios de la familia y la pareja de la Universidad Diego Portales, asegura que estos casos son bastante más comunes de lo que se piensa y que se producen muchas veces por factores económicos o por la dificultad que tiene la pareja para reorganizarse como dos sistemas familiares independientes.
Tras estas opciones suele existir la convicción de que lo que se decide “es lo mejor para los niños”. Y este punto genera controversia. ¿Será realmente bueno para los niños esto de viajar juntos como si fueran una familia otra vez? Fue lo que le advirtió su amigo a Soraya en ese único comentario negativo que recibió su posteo postvacaciones. “Disculpa, pero no lo entiendo”, escribió. “Creo que el daño lo están recibiendo tus hijos. Ellos tienen que entender desde el principio la separación, es doloroso para todos... Lo más probable es que los problemas aparezcan más tarde”.
—Efectivamente, mucha gente no entiende. Cree que les estamos mintiendo a los niños o creando ilusiones. Pero hemos sido superclaros con ellos: los papás son solo amigos y no van a volver a estar juntos como antes. Si llegan a decir algo como “¿por qué no vuelven?”, los paramos en seco –se defiende Soraya.
Fran Walfish, psicóloga estadounidense y autora de varios libros sobre parentalidad, está de acuerdo. En una entrevista con The Seattle Times, afirmó que les daba su total apoyo a las parejas divorciadas que quieran vacacionar con sus hijos de manera conjunta y amigable, pero advirtió también que no había que olvidar que los niños de hijos separados siempre fantasean con que vuelvan a unirse.
Los padres, dice, deben precisar que el viaje es una experiencia aislada y que no significa nada más. Pero pareciera que no siempre decir esto es suficiente para que los niños, especialmente los más chicos, lo asimilen como una verdad.
—Mientras más pequeños sean los niños, mayor es la posibilidad de que haya confusión, mayor la negación de la realidad de la separación y más dificultades para adaptarse al divorcio de los padres –acota Eliana Heresi–. Además, advierte que en este tipo de arreglos familiares a veces se dan acuerdos engañosos, consciente o inconscientemente, que pueden traer problemas de salud mental a los hijos o a sus padres. No pocas veces una de las partes ansía secretamente que la pareja vuelva a estar junta.
En este sentido, Susan Boyan –psicóloga especializada en coparentalidad y divorcios colaborativos, autora de más de cinco libros sobre el tema y miembro de la Sociedad Americana de Terapia Familiar y de Pareja– afirma en una columna de su blog personal que puede ser riesgoso caer en lo que llama “jugar a la familia”, en tanto puede hacer que los niños –e incluso los padres– demoren la cicatrización de las heridas que dejó el divorcio. Lo cual no quita, por supuesto, que mientras más amigable sea la separación, mejor para todos. Y especialmente para las nuevas parejas que puedan venir.
SOFÍA BEUCHAT
REVISTA YA, EL MERCURIO (CHILE)