Sin darse cuenta, el lodo hundía su cama. Mientras Consuelo Arredondo dormía sentía que se movía, quiso ver qué pasaba, pero sus pies se hundieron en el pantano. Entonces, asustada, despertó a su esposo.
Ninguno sabía qué ocurría: escuchaban gritos, no había electricidad, los teléfonos no servían. El miedo creció cuando el lodo ya les llegaba a las rodillas y se dieron cuenta de que no podían salir porque la puerta estaba atrancada.
De no ser porque la parte trasera de la casa se derrumbó y salieron como pudieron por encima de los escombros, no estarían vivos. Lea también: (Así avanza la reconstrucción de Salgar, un año después de la tragedia)
Así recuerda Consuelo ese 18 de mayo de 2015, el día de la avalancha de Salgar (Antioquia), que arrastró barrios enteros, sepultó 66 casas y 104 personas, de las cuales 11 siguen desaparecidas, pese a que su búsqueda se extendió hasta los 22 municipios que atraviesan el río Cauca, en el occidente y suroeste antioqueño.
La tragedia también dejó a 1.465 damnificados, que vivían a la orilla de la quebrada La Liboriana, la mayoría en el corregimiento La Margarita, el epicentro de la catástrofe.
En Salgar no evitarían otro desastre natural como el que se registró hace un año, pero sí podrán poner a salvo a los 17.000 habitantes para que no haya más muertos, desaparecidos ni damnificados.
El secretario de Gobierno de Salgar, Jaime Bustamante, dice que el municipio no está libre de otra avenida torrencial porque la quebrada La Liboriana sigue siendo una amenaza, así como otros afluentes y el cerro Plateado, que se ubica en la parte alta del municipio del suroeste.
De hecho, la avalancha se originó por las fuertes lluvias que cayeron sobre el cerro Plateado, lo que causó inmensos movimientos en masa y deslizamientos sobre la Liboriana.
Por ello, el gobierno local en compañía del departamental y Nacional diseñó un plan, que incluyó actualizar el mapa de riesgos del municipio, así como un monitoreo constante y un sistema de alertas tempranas en la quebrada La Liboriana, hasta la desembocadura del río Barroso.
Se trata de cinco sensores que se instalaron en los afluentes que miden el comportamiento del agua. Si el sistema detecta niveles críticos, emite una alerta en una pantalla, que se monitorea las 24 horas en la estación de Policía.
Una vez el sistema emite una alarma, un operador de esa central enciende siete sirenas que se escuchan en todo el municipio e indican a las personas que deben salir de sus casas e ir a lugares seguros.
Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, explica que hace un mes hicieron un simulacro de evacuación en Salgar. “Las familias ya saben qué deben hacer cuando suenen las alarmas. Ellos tienen rutas de evacuación y puntos de encuentros seguros”, agrega.
Consuelo es una de las personas que sabe hacia donde correr en caso de una emergencia. Dice que hace un año muchos murieron porque no supieron escapar de la corriente.
Sin embargo, ella aún vive en La Margarita, a la orilla de la quebrada, donde el agua arrastró muchas casas de amigos y vecinos. Las calles de su barrio quedaron cubiertas de lodo, rocas y troncos de árboles
La única forma de irse de allí es cuando tenga una de las 278 viviendas que entregará el Gobierno Nacional para el mismo número de damnificados de Salgar.
Precisamente, para evitar una nueva tragedia, el Gobierno también reubicará a las familias que están en sitios inestables. “Sacar a las personas de zonas de amenazas y llevarlas a sitios seguros minimiza el riesgo en caso de un nuevo evento natural”, aclara Márquez.
Aunque casi todas las familias salieron de la zona de riesgo, allí aún quedan unas cinco casas habitadas, que serían demolidas, una vez esas personas accedan a las viviendas gratis.
Consuelo no quiere demoler la casa en la que vive hace más 30 años, donde nacieron sus hijos y nietos, pero en el fondo sabe que quedarse allí es estar en medio de la tristeza en un barrio desolado, sin vecinos, sueños ni esperanzas.
DEICY JOHANA PAREJA M.
Redactora de EL TIEMPO
Twitter:@johapareja