El recuerdo de las visitas a las tiendas de discos, para escuchar en audífonos gigantescos el álbum que se iba a comprar, parece ser solo eso: un recuerdo. Al igual que los préstamos clandestinos de casetes que los estudiantes regrababan y retrocedían con ayuda de un lápiz. Todo cambió: la música, como decían de la cumbia, ya no tiene cuerpo, aunque sí tiene corazón.
Según el más reciente informe de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica, las ventas de música digital ya superaron a las de discos compactos y vinilos, en una tendencia que parece irreversible. Ahora, las canciones se consumen desde las tabletas y los celulares.
Si alguna duda quedaba de la marcha triunfal de la tecnología, en Colombia el año pasado la música digital representó el 77 por ciento de los ingresos de esta industria, mientras que los discos, apenas el 23 por ciento, de acuerdo con los datos que publicó este diario el domingo pasado.
Es claro que los músicos y sus sellos disqueros han tenido que adaptarse a la nueva realidad de los bits, en vez de los surcos que recorrían los tornamesas. Ahora, incluso, se ha desvanecido el sentido de pertenencia de las discotecas personales, pues el sector de mayor crecimiento en este negocio es el de la reproducción de música en línea (el llamado 'streaming'), en la que ni siquiera es necesario descargar las canciones, sino que estas siguen almacenadas en algún servidor ubicado a miles de kilómetros de distancia.
No deja de ser inquietante que los nuevos consumidores de música prefieran no ‘poseer’ físicamente los discos de sus ídolos, sino que confíen sus canciones favoritas a lo que se ha dado en llamar ‘la nube’ digital, como parodiando la letra de José Alfredo Jiménez: “Tú y las nubes me traen muy loco, tú y las nubes me van a matar”.
Los avances tecnológicos son bienvenidos. Pero los amantes de la música tradicional esperan que las nuevas reglas de la economía del siglo XXI no acaben con las presentaciones en vivo, la última frontera de lo que fue esa relación íntima entre un buen intérprete y su fanático fiel. Faltaría más que a la próxima serenata tengamos que llegar, en vez de un trío de boleros, con un computador portátil.
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