“La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico”. Esas fueron las palabras del propio Gabriel García Márquez, para explicar el significado del realismo mágico en sus obras.
La astronomía, por esa razón, encajaba perfectamente en sus obras. El libro La astronomía en la obra de García Márquez, de José Antonio Mesa, ingeniero de profesión y astrónomo aficionado desde hace más de 30 años, es una pesquisa de las referencias de Gabo, en sus obras, a lo que se ve en el cielo. Sobre el tema, habló en Comunicando la Astronomía para el Público (CAP2016), el evento de comunicación y divulgación más grande del mundo en este campo, que por primera vez se celebra en Latinoamérica y tiene como sede el Parque Explora, de Medellín.
Mesa tardó casi diez años para seleccionar esos fragmentos, a los que sumó una investigación, con entrevistas a personas cercanas de la familia del escritor, a amigos y analistas, para descifrar la razón de su interés por el cosmos.
“Nadie me dio una explicación. La respuesta que me dieron fue que Gabo era un genio. La intención mía era buscarlo para que me leyera un fragmento de El general en su laberinto increíblemente detallado en esta materia”, señala.
Ese fragmento dice: “... mientras velaba junto a la hamaca del general, José Palacios oyó que Carreño dijo desde la proa del champán: ‘Siete mil ochocientos ochenta y dos’. ‘¿De qué estamos hablando?’, le preguntó José Palacios. ‘De las estrellas, dijo Carreño. El general abrió los ojos, convencido de que Carreño estaba hablando dormido, y se incorporó en la hamaca (...) las estrellas nítidas no dejaban un espacio en el cielo. ‘Deben ser como diez veces más, dijo el general’. ‘Son las que dije’, dijo Carreño, ‘más dos errantes que pasaron mientras las contaba. Entonces, el general abandonó la hamaca, y lo vio tendido bocarriba en la proa (...) contando las estrellas con el muñón del brazo”.
Otra referencia habla de su fecha de nacimiento: “Fue así como nació en Aracataca el primero de siete varones y cuatro mujeres el 6 de marzo de 1927. (...) mientras el cielo de Tauro se alzaba en el horizonte”.
Mesa es tan aficionado a la astronomía que viajó a ver el lanzamiento de misiones espaciales a la Luna y presenció el despegue de transbordadores espaciales antes de ser jubilados en julio del 2011. En Cien años de soledad, Mesa halló esta frase: “... aquel día empezó a darse cuenta de algo que nadie había descubierto, y era que en el transcurso del año el Sol iba cambiando imperceptiblemente de posición, y quienes se sentaban en el corredor tenían que ir cambiando de lugar poco a poco y sin advertirlo. A partir de entonces, Úrsula no tenía sino que recordar la fecha para conocer el lugar exacto en que estaba sentada Amaranta”.
Eso –dice Mesa– es astronomía de posición.
Su sueño era sentarse con Gabo para indagar en su pasión por el cielo, pero no pudo. “Cuando ya casi había terminado de revisar sus libros, él murió”.
Las muestras abundan en la extensa obra de García Márquez: en El otoño del patriarca la palabra eclipse aparece 17 veces. En Relato de un náufrago, el nobel escribió: “Esa noche me costó trabajo encontrar la Osa Menor, perdida en una confusa e interminable maraña de estrellas. Nunca había visto tantas. En toda la extensión del cielo era difícil encontrar un punto vacío, (...) No sé por qué me sentía menos solo mirando la Osa Menor”.
Gabo astronómico
En la obra no editada de Gabo, José Antonio Mesa encontró que también hace referencia a la Luna.
Cita el artículo ‘25.000 millones de kilómetros cuadrados sin una flor’, sobre las ‘visitas’ de naves espaciales a los planetas del sistema solar. Tras concluir que de encontrar vida no iba a ser más que las de las cucarachas o los microorganismos, el nobel escribió: “Júpiter, 317 veces más grande que la Tierra es un bobo gigantesco con 200 grados bajo cero. Después de la fructífera exploración de Saturno solo nos falta por conocer a Urano, Neptuno y Plutón, los tres ancianos solitarios de los suburbios solares, cuyas órbitas son tan desmesuradas que el último de ellos se demora más de 248 años de los nuestros para terminar una vuelta alrededor del Sol”.
Nicolás Congote Gutiérrez
Enviado especial de EL TIEMPO (Medellín)
* Gracias a una invitación del Parque Explora