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Mensaje de paz en tiempos de guerra

Obama llega a Hiroshima con una clara visión de los horrores del pasado.

Barack Obama pasará a la historia como el primer presidente estadounidense que visita el Parque Conmemorativo de la Paz, en Hiroshima. A setenta años de distancia del lanzamiento de las bombas atómicas estadounidenses, Obama llega a Hiroshima con una clara visión de los horrores del pasado, pero viendo hacia el futuro convencido de la necesidad de detener la proliferación de armas nucleares en el mundo.
Durante su visita, Obama tendrá que asumir la verdad histórica del trágico suceso; y aunque es poco probable que pida perdón, sí tendrá que mandar un elocuente mensaje sobre el devastador costo de la guerra. En Japón es cada día menor el número de personas que exigen la disculpa norteamericana, quizá porque entienden que, en razonable reciprocidad, su país tendría que pedir perdón a los descendientes de más de 20 millones de personas que fueron asesinadas durante la campaña japonesa en Asia.
En Estados Unidos, la opinión de los historiadores sobre los bombardeos en Japón está dividida entre quienes piensan que a esas alturas del conflicto no era necesario tirar las bombas, y quienes piensan que con ello se salvaron muchas más vidas que las que se perdieron.
Cualquiera que sea el caso, Obama sabe bien que hoy la amenaza nuclear ha vuelto a aparecer en Corea del Norte, Irán, Rusia, India y Pakistán, y que la posibilidad de que organizaciones terroristas pudieran utilizar materiales nucleares para fabricar y emplear “bombas atómicas sucias” es cada día más factible y preocupante.
En su mensaje de aceptación del Premio Nobel de la Paz en el 2009, Obama habló de la dificultad de “reconciliar dos verdades aparentemente irreconciliables: si bien hay veces que la guerra es necesaria, también hay veces que la guerra no es sino la expresión de la insensatez humana”. Yo creo que Obama es un hombre de paz a quien las circunstancias muy específicas de ser el gobernante de una nación como Estados Unidos han obligado a estar en guerra durante sus ocho años de gobierno.
Ningún otro presidente estadounidense ha sufrido el calvario de tener que mantener a su país en guerra permanente durante todo su mandato, aunque me atrevo a predecir que de aquí en adelante todos sus sucesores tendrán que gobernar la nación en estado de guerra perpetuo, o casi perpetuo. Tan solo en este año hay más de dos docenas de conflictos armados en todo el mundo, y EE. UU. participa activamente en varios de ellos.
El viaje de Obama a Japón obedece también a otro motivo importante: reforzar el mensaje de la fortaleza de la alianza de Estados Unidos con esa nación, en un momento en el que los países de la región ven con incertidumbre el avance de China sobre el mar del sur de China.
En el plano personal, Obama tiene otra motivación importante. En su último año de gobierno, todos los presidentes estadounidenses se han esforzado por concentrar sus actividades en la formulación de su legado reordenando la narrativa de sus logros. En el ámbito nacional, aparte de sacar a la nación de la brutal crisis económica en que la dejó George W. Bush, y de la Ley Sanitaria, que permitió darles cobertura médica a millones de personas, Obama es también responsable de una reforma radical del programa de préstamos a estudiantes que benefició a millones de jóvenes de bajos ingresos. Pero hubo también muchos sinsabores porque la oposición republicana en el Congreso le bloqueó más de 500 proyectos de ley, obligándolo a gobernar mediante órdenes ejecutivas.
En el terreno internacional es donde Obama ha emprendido sus más atrevidas iniciativas, con su apertura a Birmania, a Cuba, a Irán y ahora a Hiroshima. Son hazañas que pasarán a la historia y marcarán su legado como un presidente conciliador al que le hubiera gustado mantener a su país en paz y concordia.
Sergio Muñoz Bata
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