Me refiero a su editorial del 14/5/2016, ‘Propuesta indebida’, sobre un proyecto de ley de iniciativa de un parlamentario médico que, so pretexto de mejorar el acceso a los medicamentos de calidad, facilita el monopolio de las grandes multinacionales farmacéuticas, lo que encarecerá el precio de las medicinas, más de lo que están. Los bienes de interés para la salud pública deben ser protegidos y regulados por el Estado, como lo están en Colombia con la política farmacéutica nacional, la cual garantiza la competencia en calidad y precios entre genéricos y de marca. El proyecto va en contravía de esa política y de la Ley Estatutaria en Salud, en contra de los ciudadanos y solo favorece los monopolios privados. Es lamentable que un padre de la patria pueda estar orientado más por dichos intereses que por defender el derecho fundamental de la salud.
Herman Redondo Gómez, M. D.
La pelea por el lavadero
Señor Director:
Ni el ghanés nobel de paz, exsecretario de la ONU, Kofi Annan, podrá unir nuevamente al expresidente Álvaro Uribe y al presidente Juan Manuel Santos, quienes nos tienen aburridos con sus diatribas en los medios. Después de que se blindaran en Cuba los acuerdos de paz con las Farc, Uribe llamó a la resistencia civil y Santos respondió con una movilización por la paz. La guerra es un gran negocio, esa es la razón para que buena parte de los colombianos no asimilen aún el proceso en La Habana. Santos aprovechó el foro ideológico liberal para cantarle la tabla a Uribe. ¿Qué sigue ahora? ¿Un ‘ring’ de boxeo? A estos dos examigos les digo: la salida negociada con las Farc es de todos los colombianos, no pueden arrogarse el derecho individual, como si se tratara de una pelea de comadres por el lavadero del inquilinato. Sí al proceso en Cuba. No al guerrerismo uribista, desgastado y patético.
Helena Manrique Romero
Bogotá
Menores en el ‘Bronx’
Señor Director:
Da tristeza, vergüenza e impotencia ver cómo muchos niños y jóvenes atentan contra su propia vida, cuando se concentran en zonas convertidas en ‘repúblicas independientes’ para consumir drogas, como ocurre en el ‘Bronx’ de Bogotá.
Aunque este fenómeno social no es nuevo, dada la rentabilidad del mercadeo de drogas, objetos robados y prostitución, debemos reconocer la preocupación de diferentes medios de comunicación, que se han puesto en la tarea de denunciar estos lamentables acontecimientos, frente al silencio e incapacidad de las autoridades competentes.
¿Será que estos adolescentes no tienen padres o familiares que se preocupen por ellos? Seguramente hubiesen tenido mejor futuro si los hubieran dado en adopción. ¿Qué pensarán los promotores de la legalización de las drogas al observar tan dantescas escenas? Estos serán nuestros futuros ciudadanos.
Gerardo Dussán D.
Bogotá
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