Enorme daño le han hecho al fútbol las barras bravas, grupos de fanáticos que siguen a un equipo más allá de si juega bien o mal, de si juega limpio o sucio, de si hace trampa. Más que a disfrutar el partido, van al estadio a armar grescas y a hacer correr sangre. Ese mismo fenómeno se da en la política colombiana, al menos en cuanto a la agresividad verbal, como lo prueba el debate sobre los eventuales acuerdos de la mesa de La Habana.
El país desconoce el detalle de los puntos evacuados, pues las delegaciones apenas han revelado resúmenes generales que, en algunos casos, plantean más preguntas que respuestas. Pero además, a pesar de los más recientes avances en cuanto al supuesto blindaje de lo acordado, hace falta un punto crítico, el del fin del conflicto: cómo se van a desmovilizar en términos efectivos los jefes y la tropa de las Farc, cuánto tiempo van a estar concentrados con sus armas en la mano, qué ocurrirá luego con esas armas, qué garantías van a ofrecer de que no seguirán, mientras tanto, extorsionando.
Por muchos avances alcanzados, el acuerdo con las Farc aún no existe, si hemos de creerle al presidente Juan Manuel Santos, quien ha dicho una y otra vez que nada está acordado hasta tanto todo esté acordado. Y como no todo está acordado, esa lógica nos lleva a que no hay acuerdo todavía.
Sin embargo, en los medios, en las redes sociales, en las oficinas, en las reuniones sociales existe ya un virulento debate sobre el acuerdo. Claro: a cada cual le puede gustar más o menos el apartado de justicia, que abre las puertas a que no paguen cárcel efectiva ‘Timochenko’ y sus socios, algo que a mí, en lo personal, me indigna. O, en la otra orilla, estoy de acuerdo con quienes consideran un gran logro que las Farc vayan a dejar de matar para someterse a la Constitución y las leyes, si es que eso ocurre.
Pero a estas alturas soy incapaz de decir cómo votaré en el plebiscito que el Gobierno ha planteado. Ni siquiera sé si votaré, pues al tratarse de una pregunta general sobre el conjunto de los acuerdos, ese mecanismo se parece bastante a los trucos que usan las dictaduras para legitimarse. Con el agravante de que además el Congreso bajó el umbral de validez: 4,4 millones de colombianos, apenas un 13 por ciento del censo electoral.
Tomaré una decisión cuando los acuerdos estén listos y haya podido conocerlos en su integralidad y detalle. Por eso me impresiona que, con tan poca información sobre la realidad de lo acordado, haya desde ya fanáticos de lado y lado, hinchas furibundos y agresivos. Si alguien cuestiona tal o cual punto ya conocido de los acuerdos, es un guerrerista infecto. Si alguien avala un avance, es un castrochavista o un tonto dispuesto a entregarle el país al comunismo.
Desde la oposición, el expresidente Álvaro Uribe llama a los colombianos a una “resistencia civil” contra los acuerdos. El ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, califica esa propuesta de “delirante y peligrosa”, seguido por su socio liberal Horacio Serpa, quien asegura que “después de la resistencia civil lo que viene es la lucha armada”. Pobre: ignora que, en su batalla por la independencia de la India, Gandhi inventó la desobediencia civil y la resistencia pacífica justamente para evitar la lucha armada.
Todos están equivocados. La resistencia civil es una legítima protesta, pero es muy temprano para decretarla contra unos acuerdos que ni existen ni conocemos de manera integral. Y asegurar que esa resistencia es casi un crimen por su “alta peligrosidad” es tan delirante como la propia resistencia. Esto no va a cambiar. Cuando al fin haya acuerdo y este sea divulgado en su totalidad, los que ya tomaron partido no darán reversa: unos y otros seguirán coreando consignas como cualquier barrabrava.
MAURICIO VARGAS
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