El espectáculo que están dando los partidos políticos en este momento en Colombia es realmente vergonzoso. Si algo quedaba del prestigio de los políticos, ellos mismos se han encargado de acabarlo. Para no mencionar a los dirigentes de los partidos tradicionales, cuya forma de expresarse ha perdido la majestad que les habían otorgado los importantes cargos que han ocupado: siempre usan formas agresivas o burlonas y están empeñados en consolidar ese gran pecado colombiano que es el clientelismo. Y a aquellos donde reina el nepotismo, donde solo tienen cabida sus herederos de sangre o de política, les puede pasar lo mismo que a esas familias tradicionales que solo se casaban entre sí porque consideraban inferiores a los demás. La falta de voces frescas o distintas los pueden conducir a situaciones irreparables.
No se salvan tampoco los dirigentes nuevos, que le prenden una vela a Dios y otra al diablo, y que al final van a quedarse, como se dice coloquialmente, “sin el pan y sin el queso”. Ellos se han encargado de acabar con la esperanza de muchos que creyeron que el caos de la política colombiana se acabaría con la llegada de las nuevas generaciones. Pero en muchos casos, obviamente con excepciones, pero pocas, han resultado peores que sus antecesores.
Y hablemos del lenguaje. Aun esos políticos que tienen la razón en los debates usan un lenguaje lleno de odio, de agresividad, de intemperancia, y se pierde con frecuencia el valor de lo que afirman porque causa rechazo la forma como lo expresan. Ya no se usa la gran elocuencia, por fortuna, pero nunca pasará de moda, como mencionaba un parlamentario reconocido, la necesidad de tener elegancia en el debate, los buenos modales, el respeto por la autoridad, así se le ataque con razón.
Sinceramente, señores del Congreso, muchas de sus discusiones han perdido el brillo que tenían y no es por los argumentos, porque algunos siguen siendo contundentes, sino por esa forma de expresarlo que confirma que nosotros, los ciudadanos de este país, seguimos en guerra. Y lo que es peor, sin el deseo de hacer la paz entre nosotros.
Todo este contexto político perverso que se vive actualmente ha empezado a mostrar su peor cara ahora que el presidente Santos y su gobierno están en momentos difíciles. Ahora sí desbaratan las coaliciones que apoyaron al Gobierno en todos estos años anteriores, pero, eso sí, que no les toquen los puestos que tienen en el gabinete y en otras posiciones del Estado. Todos se salen, pero no se salen, lo que termina imponiendo una situación cuyas características los colombianos, que no somos bobos, estamos entendiendo perfectamente. Se trata de aprovechar la debilidad del Gobierno para chantajear al Presidente. Eso es lo que están haciendo nuestros valientes, transparentes y serios políticos en este momento. Hasta el Vicepresidente lo hace, es un secreto en voz alta.
Así no se hace, y lo más grave es que están obteniendo los resultados que querían, y pagan el costo nada menos que el país y la sociedad colombiana que más lo necesita. Es el momento de mostrar que gracias a esta “generosidad” de nuestra clase política tradicional nos estamos llenando de funcionarios mediocres, obviamente con todo el respaldo de ese poder. Y qué tal que el Vicepresidente termine manejando el Mintransporte cuando el ministro es de otro partido, y él y quienes lo respaldan lo aceptan. Por favor.
Por favor, señor presidente Santos, no ceda ante el chantaje de estos sectores, que no se merecen nada. Si no lo hace, este país terminará en el peor de los mundos: con un gobierno capturado por quienes le deben muchas explicaciones al país y con unas instituciones nuevas, como en el sector agropecuario, que nacerán muertas. Ahogadas por la ignorancia, la ineficiencia y la mediocridad de sus directivos.
Cecilia López Montaño
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