La CIB (Corporación para Investigaciones Biológicas), de Medellín, está agonizando. Se espera que el médico declare en cualquier momento la hora de su muerte. Suena melodramático, pero, aun así, no expresa toda la preocupación de la comunidad científica.
Empezó en 1970 como una iniciativa de algunos profesores legendarios de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia (Ángela Restrepo, William Rojas, David Botero, entre otros). Trataban de hacer una investigación científica profesional cuando esta era apenas un hobby de excéntricos. Para financiarla crearon un fondo editorial de textos universitarios. Unos jóvenes revolucionarios (que hoy ya no son ni lo uno ni lo otro) les exigieron cerrar el fondo o abandonar la universidad.
Continuaron en el Hospital Pablo Tobón Uribe, con equipos donados por una científica americana (la tutora doctoral de Ángela Restrepo). Desde entonces trabajan en la frontera del conocimiento y al borde del precipicio financiero. Han atravesado crisis, algunas resueltas con el apoyo de las universidades de Antioquia, Nacional y Pontificia Bolivariana, y del Colegio Mayor de Antioquia, que vincularon como profesores a varios de sus investigadores. En una bonanza construyeron su propia sede de cuatro pisos, pero en un momento de necesidad tuvieron que dar dos en alquiler. Este año ya han reducido su personal y sus gastos en más de 30 por ciento.
Hay quienes critican a los científicos por trabajar en temas poco relevantes para el país y muy alejados de sus realidades. Definitivamente no es el caso de la CIB. Trabajaron en temas de salud, desarrollaron diagnósticos y tratamientos y dirigieron programas de control de enfermedades en comunidades campesinas, afrocolombianas e indígenas de Antioquia y del Chocó. Desarrollaron un laboratorio de diagnóstico avanzado con servicios a la comunidad. Incursionaron en temas de biotecnología agrícola en aguacate, banano y papa, desarrollaron sistemas de control biológico y prestan a los campesinos servicios fitosanitarios.
Sus indicadores de presencia científica en el mundo son altos. Superan a muchos de nuestros mejores centros y universidades en el nivel de citación, en la publicación en revistas de alto impacto, en la cooperación internacional y en el liderazgo de sus investigadores.
No obstante, se están quebrando. Es, sin duda, culpa de nuestro sistema científico, en el cual iniciativas de este tipo no parecen ser viables. Todos los centros autónomos del país han vivido y viven permanentemente al borde de la catástrofe. La directora de uno de ellos comentaba cómo cada día debía pedalear más fuerte para permanecer en el mismo lugar. La caída es inevitable. Habrá un momento de cansancio o un tropezón coyuntural.
La falta actual de financiamiento de Colciencias es uno de esos tropezones. Los años anteriores al 2014 lograba la CIB consistentemente financiar proyectos por unos 3.500 millones de pesos, que le dejaban 300 para gastos de funcionamiento. En el 2015 la financiación bajó a 1.500 millones, y este año no superará los 600. Las regalías no suplieron esa caída. Los costos de administración reconocidos no cubren los gastos reales, y les toca acabar un proyecto con recursos del siguiente en un ‘jineteo’ continuo de alto riesgo.
No es posible callar, hay que decirlo con todas las palabras: la falta de financiamiento de Colciencias es gravísima. De financiadora y conductora de las políticas nacionales de ciencia, ha pasado a ser una agencia de comunicación y eventos. Las regalías están siendo malgastadas, deben ser revisadas urgentemente. Estamos condenando a nuestras mejores iniciativas científicas a un triste final. ¿Asumirá el Gobierno su responsabilidad?
Moisés Wasserman
@mwassermannl