Escribo esto en el mes de marzo y hace frío en los Países Bajos, pero mis pensamientos no están con ese frío nórdico y la inclemente luz de Ámsterdam, sino con el mapa de Colombia que tengo abierto frente a mí y que me evoca recuerdos nostálgicos y esa sensación de felicidad que procura el viaje. No recuerdo muy bien cuándo, pero el hecho es que la primera vez que estuve en Colombia entré por una puerta trasera. Venía yo de Manaos y, casi como un ladrón en la noche, llegué a Leticia, al humeante calor del trópico. Al igual que mi tierra, los Países Bajos, Colombia tiene en su parte inferior un pequeño trozo de territorio alargado y saliente. En mi país ese saliente lo constituye la provincia de Limburgo. Aquí se extiende entre el río Putumayo y la poderosa Amazonia, una región que parece trazada con una regla y que alberga el bellísimo parque natural Amacayácu que tuve la suerte de poder visitar durante un viaje posterior. Como mi país me pareció demasiado pequeño –para mí que cabe una infinita cantidad de veces dentro de Colombia- en una de mis novelas me apoderé de un pedacito de mi tierra que extendí más allá de los Alpes hasta Grecia, para que nuestra reina pudiera reinar sobre un territorio más vasto. Ese libro tiene por título ‘En las montañas de Holanda’, un país que, como bien saben, carecía de montañas hasta que yo –con la licencia del poeta- le proporcioné unas cuantas. A propósito, les advierto que no hagan lo mismo, si quieren evitar un conflicto con Perú y Brasil.
Aquella primera visita a Leticia siempre la he conservado en la memoria como un instante de resplandor tropical, incluso después de conocer en este hermoso país otras ciudades y otra naturaleza completamente diferentes. Colombia no es un país, es un conjunto de mundos muy distintos entre sí: las costas oceánicas, las selvas tropicales, las cumbres nevadas de los Andes que alcanzan el cielo. El impresionante festival de poesía en Medellín donde tuve la ocasión de recitar mi poesía y donde escuché por primera vez a poetas colombianos; el Hay Festival en Cartagena de Indias; Mompox, esa somnolienta ciudad cargada de historia, (en la que Candelario Obeso escribió con su curiosa ortografía los ‘Cantos populares de mi tierra’), a donde seguí el rastro de mi fallecido amigo Michael Jacobs cuya memoria honramos hace dos años en Cartagena con un grupo de amigos y que, como gran admirador que era de Gabriel García Márquez, escribió un libro sobre el río Magdalena; la evocadora casa del poeta Silva donde tuve la ocasión de hablar con William Ospina que tanto me ha enseñado sobre la poesía de este país con su libro ‘Por los países de Colombia, ensayos sobre poetas colombianos’. La literatura colombiana es conocida, traducida y apreciada en mi país y, a nivel personal, quiero decir que la semana pasada coincidí en un festival de poesía en Lima con muchos poetas colombianos y en los comienzos de marzo pude saludar a Juan Gabriel Vázquez en Eslovenia. Y en Bogotá, hace tres años Pedro Alejo Gómez fue el primero en publicar la más completa traducción al español de mi poesía en la Casa Silva. Como habitante de un país pequeño y superpoblado no me canso de mirar el mapa de este país. Con cierta envidia observo las inmensas extensiones vacías de Caquetá y Guaviare, la telaraña de ríos y torrentes que atraviesan Vichada, Arauca y Guainía, un vacío que es pura apariencia, porque sé por los libros cuánta vida se oculta ahí.
Comprenderán que es para mí una gran satisfacción que la Feria Internacional del Libro haya elegido este año como invitado de honor a Holanda, gracias a lo cual ustedes podrán acercarse un poco más a nuestra literatura y a nuestra forma de ver el mundo.
Hace unos años, estando yo en Argentina con motivo de la publicación de un libro mío, un crítico argentino me dijo: “Su libro ha sido traducido por una española”. Y así es. Mi traductora es bilingüe por ser la hija de exiliados españoles residentes en Holanda durante el régimen de Franco. Cuando le pregunté al crítico cómo se había percatado de ello, contestó: “Porque los españoles han corrompido nuestra lengua en los últimos años”. Cuando más adelante le pregunté a mi traductora qué pensaba de ese comentario tan contundente, ella lo meditó un instante y dijo: “Nuestra lengua común ha recorrido senderos diversos impulsada por la distancia, el tiempo y la historia. Puedo entender lo que dijo ese hombre, y, si te soy sincera, creo que el español más bello y expresivo, el español que más ha conservado su pureza, ya no se habla hoy en Madrid, sino en Colombia”. Ustedes eso ya lo sabían, claro.
Los escritores holandeses estamos felices de estar aquí y esperamos que esta feria sea un camino de doble vía entre la literatura colombiana y la holandesa.
Gracias,
Cees Nooteboom
(Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal )