Todos los lados del río
“El Museo del Río Magdalena es la memoria de un río abandonado por el Estado”, dice Germán Ferro, antropólogo y curador de este espacio de Honda (Tolima), que semeja un buque que va por esa vía fluvial, la más transitada hasta hace pocos años.
Por el llamado río grande de La Magdalena se entraba al interior del país tras dejar Barranquilla, el gran puerto. Fue por siglos la única vía desde la antigua Santa Fe para llegar a Europa.
Ferro, que conversa como un profesor que sabe muchísimo y ama su río, ese que pasa por Honda donde está el museo, dice que le gusta que los visitantes reflexionen en torno al gran significado del Magdalena. “Como la visita se hace evocando un buque que lleva la memoria, hay muchas posibilidades para conocerlo: están la historia de la navegación, las mercancías, la cultura del viaje, la ropa, la parafernalia del timón que allí se ve”, dice.
El Magdalena es un río que recorre el país de sur a norte, a lo largo de 1540 kilómetros, de los cuales 990 son navegables, especialmente desde Honda hasta su desembocadura, en Bocas de Ceniza. Ha sido tanta su riqueza que se han contabilizado 290 especies de peces en sus aguas, y las más conocidas son bagre, carpa, mojarra roja o plateada y bocachico.
“El río tiene un rostro, una cultura material, una economía y un paisaje”, sigue Ferro y, claro, aunque ha cambiado esta dinámica, la antigua bodega del puerto donde queda el museo pone al visitante de frente al rostro del río.
El curador cuenta que gracias a un archivo fotográfico que se rescató se pudieron descubrir temas como la tripulación de los vapores: “Eran personas sencillas, negros e indígenas que aprendieron el oficio de los vapores. Están sus rostros y sus registros, así como los de quienes hoy se dedican a pescar, que nos regalan su saber sobre su oficio”.
Igualmente, hay datos de los bulteadores del puerto, los braseros, y voces muy antiguas e importantes “como la de la resistencia indígena a la ocupación española, el legado de la cacica Gaitana”, dice Ferro.
Sobre las piezas que se pueden ver, comenta que no se trata de objetos costosos. “Son materiales sencillos que unidos van contando una historia e incluyen, por supuesto, el tema ecológico y de los peces”, agrega.
Y también las mercancías, “parte de las dinámicas del puerto, con café, algodón, tabaco. La gente puede sentir y oler esos productos”.
El antropólogo explica que el museo existía desde antes pero había sido abandonado y se había deteriorado, “incluso avejentado, hasta entrar en un colapso total. Pero hubo un propósito con el apoyo del Ministerio de Cultura, el Museo Nacional, Cormagdalena y otras entidades para sacarlo adelante. Vencimos la apatía”.
Hoy, es un escenario pedagógico y, en un concurso local organizado por varios docentes, los estudiantes de Honda escogieron las siete maravillas locales, entre las que figuran, además del museo, la Catedral de Nuestra Señora del Rosario; la calle de las Trampas; el puente Navarro; la plaza de mercado; el parque Agua, Sol y Alegría, y los rápidos o saltos de Honda.
“Aquí la gente puede tocar, sentir y oler como si estuviera viajando por el Magdalena. Es un museo excepcional. Las grandes ciudades tienen muchos recursos para sus museos. Honda, en crisis, genera un espacio pedagógico y construye, porque permite viajar y vivir a quienes vienen”, concluye Ferro.
Entre mariposas volando y tradición
Hace algunos meses, los niños que asisten a los talleres del Museo Juan del Corral, en Santa Fe de Antioquia, echaron a volar las mariposas que cuidaron con un gran cariño desde que eran orugas. En el proceso, que fue un taller, aprendieron la importancia de las mariposas para la naturaleza. Y en la pasada Semana Santa, cuenta la directora del museo, Martha Lucía Villafañe Martínez, hubo varios conciertos de música clásica y sacra interpretada en el cuidado piano de cola que está en el auditorio de este museo an-tioqueño, creado poco después de que el municipio fue declarado Patrimonio de la nación, en 1960.
“Este es un museo muy vivo –dice Villafañe– y parte de contar desde la prehistoria hasta principios del siglo XX de esta zona, así como la Independencia y la República en nuestra región”. Entonces, los visitantes pueden encontrar salas, alcoba, comedor y cocina de distintos momentos históricos. También arte religioso con piezas de distintas escuelas de la colonia. El museo tiene, además, una sala de exposiciones temporales en las que se realizan entre 10 y 11 muestras al año.
“Otro aspecto importante es que les contamos a los visitantes la trascendencia de este municipio para el país y también la historia de Juan del Corral”. Y sobre este último hay un gran respeto, pese a que nació en Mompox y era hijo de un español. Llegó a Santa Fe de Antioquia, donde se casó con una local, y se quedó para ayudar a mejorar la vida de sus habitantes.
Pero más allá de la historia, este museo siempre está abierto y nunca hay silencio. “Hay talleres para adultos, de óleo y acuarela, así como de bordados, y hacemos programas con los niños en coro y canto, guitarra y danzas”, cuenta.
Y agrega que incluso los domingos tienen distintos programas lúdicos para los habitantes de la población, una de las más turísticas de Antioquia.
“Cada día este lugar está más vivo”, afirma la directora. Se siente en su voz.
Un tributo a Norte de Santander y su legado
Antón García, quien fue el dueño de la casa donde funciona el museo del mismo nombre, en Ocaña (Norte de Santander), tiene su propia leyenda.
Cuentan que por no haber cumplido una promesa a una santa que curó a sus dos sobrinas enfermas, su espíritu vaga en tres sitios distintos: Ocaña y los municipios cesarenses de Aguachica y Río de Oro.
El mito se mantiene y también la realidad de que él y sus antepasados son considerados ‘prestantes’ en la zona, por haber apoyado la educación y la cultura.
Y en esa casona que fue de su familia (en la que vivieron cinco Antón García de distintas generaciones desde 1570, aproximadamente), construida en el siglo XVII, funciona un museo de arte e historia arqueológica que se inauguró en 1973, con piezas que donó la comunidad.
Luis Eduardo Páez García, su director, agrega que muchas personas tenían guardados en sus casas y bajo cuidados objetos relacionados con la historia local. “Fue una iniciativa de una junta ciudadana”, comenta.
Y en los últimos años, con el apoyo del Ministerio de Cultura, se ha venido apoyando al museo, que hace parte de la dinámica de esta población.
El lugar tiene visitas guiadas, una biblioteca para consultas y también un servicio de orientación en el turismo de la región.
Por sus rincones se ven joyas, lienzos, tallas en madera y muebles, entre otros objetos, que cuentan las distintas épocas de la historia local. “Cumplimos no solo la función de educar en los valores y en el conocimiento de la histo-ria, también ayudamos a reafirmar la identidad”, dice Páez.
Agrega que además el lugar es un sitio vivo. “Realizamos talleres con los niños y los ponemos a dibujar los objetos que ven por todo el museo”, lo que genera juegos y algarabía. De paso, los participantes cuentan sus propias historias sobre lo que allí encuentran.
Han hecho talleres en los que los niños (su principal público para estas actividades) se disfrazan de virreyes mientras que una monitora les va contando la historia de Colombia.
El público que lo visita es variado, agrega Páez, pero muchos estudiantes de colegio, que ya conocen bien el lugar, incluso hacen de guías de los visitantes. Y han tenido grupos escolares de otros municipios, como uno que les llegó de Gamarra (Cesar).
“Fue muy importante mostrarles el lugar a estos niños, porque muchos de ellos no habían conocido un sitio así y tampoco habían estado en un punto distinto al que nacieron”, comenta Páez.
Y agrega que se siente muy orgulloso del museo que dirige, de cada historia que allí se cuenta.
OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE