A pesar de que ‘la entrada, el plato fuerte y el postre’ de la Biblioteca Familia La Esperanza están guardados en una nevera color esmeralda, no son comida.
Al abrirla todos quedan sorprendidos: “¡Wow!”, es la primera expresión de los visitantes que en lugar de alimentos encuentran libros.
Esta biblionevera, que está ubicada en el barrio La Esperanza, comuna Doce de Octubre de Medellín, beneficia a alrededor de 29.000 personas.
Además de esa, se han entregado una en Manrique y tres en escuelas de los municipios de Granada y Santuario (oriente Antioquia).
El propósito es llevarlas en este semestre a 27 instituciones educativas rurales del departamento y, al terminar 2016, que haya alrededor de 80.
A La Esperanza llegó hace menos de un mes. Lorena Zapata, dinamizadora cultural de esa biblioteca, aseguró que el gran cajón verde genera muchas expectativas en los usuarios. Incluso, la han usado como metáfora en los talleres de primera infancia para la promoción de lectura, como componente nutricional literario.
La idea de guardar libros en una nevera nació en la Fundación Haceb, que en alianza con Fraternidad Medellín, Salva Terra y Secretos para contar, realizó una investigación sobre los posibles usos para esos electrodomésticos que llegan por cambios de tecnología, diseño o garantía.
En el camino, la compañía se encontró con la experiencia de la Universidad Blumenau en Brasil, en donde esos aparatos se utilizan como modulares para guardar textos.
Igualmente, en una encuesta realizada por la Fundación Secretos para Contar, de los 63 Centros Educativos Rurales y algunas Instituciones Educativas Rurales en ocho municipios de Antioquia, se toparon con que el 52 por ciento no tiene biblioteca, el 11 por ciento está en mal estado y el 37 por ciento sí cuenta con este mobiliario.
Por esa razón, desde principio de año, replicaron ese proyecto y comenzaron a realizar las transformaciones internas y externas de los refrigeradores, para alargarles su vida útil.
De acuerdo con Ana María Fernández, directora de la Fundación Haceb, “las neveras tienen que ser grandes para que tengan mayor capacidad de almacenamiento, el de unos 100 libros más o menos. Luego de un proceso de despiece queda el cuerpo de la nevera que es adecuado con material reciclable y pintado de verde para que, a su vez, sirva de tablero”.
Esa adecuación se lleva acabo a nivel interno. Los trabajadores de Haceb, de forma voluntaria, adoptan una nevera y la reconstruyen para ayudar al medio ambiente con la reutilización del material y cubrir las necesidades de las escuelas.
Pero las biblioneveras no llegan solas, el contenido es lo que las hace mágicas y reales. Las mejoras pedagógicas del proyecto incluyen un kit que permite escribir sobre ellas y un material didáctico de imanes que les sirve a los niños para hacer anotaciones, números o letras.
Para Yamile Ocampo, directora de la Fundación Ratón de Biblioteca, ese proyecto, altamente innovador y ecológico, se ha adaptado perfectamente al diseño y estructura de La Esperanza.
De hecho, aunque entran a los espacios educativos “silenciosas”, son un gran atractivo para los niños que visitan las entidades e invitan a la comunidad a aprender, transformar y crear nuevos mundos través de la lectura.
DAFNA VÁSQUEZ
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN