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'Hay algo de perversión maligna en la apología de cierta belleza'

El escritor Mario Mendoza habla sobre su más reciente lanzamiento, 'La melancolía de los feos'.

Los seres marginales, a veces oscuros ante el común de la gente, pueblan la literatura de Mario Mendoza, en sus novelas y en sus reflexiones. En ‘La melancolía de los feos’, su nueva novela, la figura del monstruo se vuelve literal: su personaje central, Alfonso, es un jorobado rechazado desde su nacimiento y es visto desde la ‘normalidad’ de un amigo psiquiatra que no atina a descifrarlo.
¿Por qué la obsesión con la figura del monstruo?
Hay algo de perversión, maligno y dañino en la apología de cierta belleza contemporánea, la de los gimnasios. Hay algo patológico en una sociedad que se fija tanto en eso. Tarde o temprano tenía que entrar el monstruo, ese que no encaja y se queda en el borde. Lo toqué desde mil ángulos, pero no lo había hecho desde el espejo, desde aquel que se mira y no se gusta. Y me pareció fascinante.
¿Cómo nació el personaje?
Había vivido en Chapinero, en una casa donde estaba este personaje. Tomé notas, pero nunca supe dónde meterlo. Cuando escribí ‘La importancia de morir a tiempo’ y ‘La locura de nuestro tiempo’ venía reflexionando sobre el cuerpo y la obsesión por la belleza y vi que llegó el momento. Y creo que él somos todos, porque la gente linda será el dos por ciento. El 98 por ciento somos normales, sin encantos de qué ufanarnos. Caer ahí es peligroso...
¿Caer en qué?
En la apología del cuerpo puede uno terminar en cirugías o una melancolía dañina. Buyung Chul-Han habla en ‘La sociedad del cansancio’ de cómo nos vendieron el “todo lo puedes, dos trabajos, dos carreras, dieta y hora y media para el gimnasio”. Dice que pasamos de la sociedad del rendimiento a la depresión zombi. Después de años de sobreactuarnos, llegamos a la sociedad de la fatiga en la que esa gente que abusó de sí misma no sabe cómo levantarse, tiene que tomar antidepresivos para trabajar. Es peligroso caer en eso. La gente cree que es chistoso burlarse del gordito del salón. Va tejiendo una red de marginalidad y lesiones.
¿Qué efecto quisiera tener con este mensaje de alerta?
El blog y lo que mantengo en red ha creado una comunidad de resistencia civil. Pequeña, pero a veces una minoría es mucha gente. Cambiar el establecimiento es imposible. Uno no se puede proponer eso, porque está la trampa del ego. Pero desde mis posibilidades sí puedo crear una pequeña red de acción intelectual. El blog se llama Proyecto Frankenstein. Hace alusión a que separados, divididos, somos débiles. Pero podemos unir debilidades. Entiendo la creación literaria como emancipación, resistencia, derecho al lenguaje, a la escritura o a la lectura como bases de una democracia.
Propone resistencia contra los cursos de liderazgo...
Los cursos de liderazgo y los de ser bello o exitoso, el “piensa positivamente”, son repugnantes. Tenemos derecho a crear foros de pensamiento en contra. El discurso de liderazgo no es positivo, porque detrás está el discurso del ego: “Estás llamado a grandes cosas, tienes que dar órdenes, un día serás jefe”. Es más sano decirle a la gente: “No eres nadie, haz la fila como todos, tranquilo, no hay éxito, aprende a trabajar en equipo, con los demás”. El discurso del ‘no ego’ es más amoroso. No necesitamos líderes sino gente que sepa trabajar de igual a igual, que salude todos los días, que no se crea por encima. La literatura puede crear focos de resistencia.
¿Por qué el psiquiatra no descifra al personaje?
Alfonso cumple con las características del síndrome de Amok, como James Holmes (el asesino del estreno de Batman). Coincide en que está en el margen y ha sido vilipendiado, humillado; se aplican los esquemas. Pero los psiquiatras pueden ser penosamente miopes. No entienden lo que no cabe dentro de sus esquemas. El problema de Alfonso no es psiquiátrico sino estético. Entra lo que él llama “factor Ulises”, es el final donde se juega la vida en un acto sublime.
Alfonso se crea una vida virtual para dañar las vidas virtuales de otros...
Hay gente común que entra a la ‘deep web’ para hacer una segunda vida en la que hace lo que sueña. Pone en ella sus expectativas: ser empresario, famoso y lucha por eso en la sociedad virtual. Otros entran a la ‘deep web’ para ser ladrones, atracadores, sicarios, llevan vidas siniestras. El personaje elige machacar a otros que siguen creyendo que el éxito es posible. Se dedica a destruirles las ilusiones. Psicológicamente, abrir una tercera vida es difícil, porque pones tanto en la segunda que si no te funciona, a la tercera entras de rodillas.
Pero ¿cómo se destruye una vida virtual?
El mundo virtual es tan de verdad que si uno mira, las horas en una pantalla son superiores a las que se invierte en encontrarse con gente real y tomarse un café con alguien. Hay más vida allá que acá. Nos damos cuenta porque alcanzamos a jugar en el parque, timbrar donde el vecino para charlar. Pero los que nacieron bajo el imperio de las redes, no. Es uno de los peligros contemporáneos.
He visto mucho de eso en clínicas psiquiátricas: jóvenes recluidos por adicción a las redes. Tiene un correlato terrible: si tienes 15 o 16 años con las hormonas al tope y en internet está todo el porno del mundo... Hay sociedades donde, por ejemplo, ya no se tocan, no se besan. Es como algo primitivo. Nadie duerme con nadie. En sociedades muy tecnificadas aparecen los ‘hikikomoris’, gente que canceló para siempre la idea de salir a la vida real.
Alfonso además se repone de las adicciones...
Uno debe jugársela en algo. Es el sentido profundo de la existencia. Ni los padres ni los maestros dicen: “Defina algo y juéguese la vida por ahí, hasta el final”. Eso es lo que uno puede oponerle a la muerte cuando llegue. Cuando en un consultorio le dicen: “Cáncer. Le quedan tres meses”, uno no se puede agarrar de las propiedades. ¿De qué se agarra uno? Del sentido profundo de su existencia: ¿En qué se jugó la vida? ¿Para qué fue útil? Desde su niñez, Alfonso tiene claro un heroísmo interior que lo une a los demás. En él se juega la vida y es lo que lo rescata y lo salva. Si uno tiene un sentido profundo, está salvado.
Alfonso lo define gracias a un libro. Hace pensar en la responsabilidad del escritor...
El objetivo de Alfonso está claro en la novela. El mío es escribir. Me jugué toda la vida en esto. Cuando llegue la muerte, saco mis libros y digo: “Entregué todo mi talento al servicio de esto”.
‘Mi objetivo no es solo publicar’
Las novelas de Mendoza han generado redes de acción. El escritor destaca Biblioghetto Cartonero en Cali. “Es un muchacho que se dio cuenta de que si llegaban libros en vez de armas se podía salvar a los chiquitos de ser sicarios -dice Mendoza-. Entonces, mando libros, voy. Trabajamos con ellos. Les presento los libros. La única forma de salir del subdesarrollo es incrementar el patrimonio inmaterial. Ya escribimos la página de la muerte, pero no hemos sido capaces de escribir la de la inteligencia y la creatividad. He estado pendiente de la creación de lectores. No me interesa solo publicar para sentarme a esperar a que me lean o digan que soy importante. Siempre estoy en el barrio, en el colegio o en la casa de la cultura. Mi fuerza como narrador viene de ahí, de fundar desde abajo”.
LILIANA MARTÍNEZ POLO
Cultura y entretenimiento
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