Hace 20 años, cuando el presidente Ernesto Samper se tambaleaba por el escándalo de narcofinanciación de su campaña, su escudero Horacio Serpa, a la sazón ministro del Interior, se burló de la postura crítica del vicepresidente Humberto de la Calle con el Gobierno. Para la mofa, echó mano de la cultura popular. “Esto dijo el armadillo –indicó Serpa sobre De la Calle–, trepado en un palo de coco, ni me subo ni me bajo ni me quedó aquí tampoco”. Y agregó en aquel septiembre del 96: “Uno está con el Gobierno o contra él”.
El gracejo le hizo daño a De la Calle. Pero como todo el mundo es esclavo de sus palabras, como lo recuerda Ricardo Silva, el símil del armadillo puede hoy aplicársele a Serpa por sus actuaciones como jefe del liberalismo. “Estamos en una actividad de colaboración con el Gobierno, pero nos reservamos el derecho de estar en contra”, le dijo hace poco a EL TIEMPO para tratar de explicar la postura liberal de participación en el gabinete de Santos “con independencia crítica”. En resumen: Serpa anunció que el liberalismo se va de la Unidad Nacional, pero sigue en el Gobierno de la Unidad Nacional, y de ese modo se convirtió en el perfecto armadillo del palo de coco.
Serpa no es el fogoso líder de otros tiempos. El año pasado perdió el sello por excelencia de su personalidad –los bigotes–, cuyo afeite apostó al jugarse entero a que Rafael Pardo ganaría la elección a la alcaldía de Bogotá. Pardo fue derrotado y Serpa dejó de ser el hombre de los mostachos. Como un Sansón decaído por la motilada que le pegó Dalila, todo en él ha ido a peor.
Poco queda de aquel Pancho Villa dicharachero, mordaz y seguro de sí mismo que fue a mediados de los 90. Desde entonces, ha perdido tres elecciones presidenciales y el cansancio de los años se le nota en el rostro. Luce agotado y pasado de moda el mismo Serpa que alguna vez descalificó al empresario Hernán Echavarría Olózaga, crítico del gobierno de Samper, al tildarlo de “viejito gagá”.
Se ha llenado de inseguridades. Teme que las nuevas generaciones lo quieran jubilar en el próximo congreso del partido. Presa del desespero, ha querido dar muestras de defender a capa y espada las cuotas liberales en el Gobierno para así granjearse las simpatías de los congresistas rojos. Pero en esa suerte ha salido mal parado: ante los ojos de la opinión no es hoy más que un puestero, un pedigüeño de mermelada que amenaza con irse a la oposición si Juan Manuel Santos no le da lo que él exige.
La respuesta del Presidente ha sido la correcta: lo puso en su sitio y por eso, hace algunos días, el jefe liberal salió de una cita en el despacho presidencial con la cara descompuesta. Y es que a más de reclamar cuotas en el gabinete, Serpa fue a exigir para el liberalismo el cargo de Fiscal General.
Claro que ese interés, al decir de algunos de sus malquerientes, va más allá del apetito burocrático. Según ellos, Serpa quiere un amigo como fiscal general –como lo tuvo en Eduardo Montealegre en estos años– para que evite el avance del proceso por el asesinato de Álvaro Gómez en el que algunos testigos del mundo del narcotráfico le han atribuido una participación, más por pasiva que por activa, es justo aclararlo.
Llamado a declarar por un fiscal que no le cuide las espaldas, Serpa se vería obligado a explicar su estrecha relación con Ignacio Londoño, el hombre que para muchos guardaba los secretos de ese crimen, secretos que se llevó a la tumba porque fue misteriosamente asesinado en julio del año pasado, en Cartago. ¿Explica eso el interés de Serpa en impulsar al exministro de Justicia Yesid Reyes para la Fiscalía? Es bueno recordar que Reyes fue el abogado de Serpa justamente en ese proceso. ¿O será todo esto un exceso de suspicacia para con el armadillo del siglo XXI?
MAURICIO VARGAS
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