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Y Trump llegó

Ha doblegado a 16 aspirantes y está solo a un paso de vencer al Partido Republicano.

Contra todo pronóstico, frente a la adversidad de la novedad no exenta de incredulidad, con estupefacción y alarma, Trump llegó. Se lo tomaron a broma, les hizo gracia, su estridencia, su verbo tan desenfrenado como exceso demagógico, pero a medida que empezó a ganar primarias tras el primer tropiezo en el ‘caucus’ inicial, empezó a cundir el desasosiego entre los prebostes del viejo partido de Lincoln. Ni un Bush, el último de una saga familiar definitivamente destronada; ni Rubio, la esperanza latina de Florida; ni Cruz, tan radical o más que el propio Trump; ni finalmente Kasich, un pragmático y no desdeñable vicepresidente, han podido con el empuje, vitalidad, energía y verbo iracundo del magnate neoyorquino.
Apenas faltan dos meses para Cleveland. Y el partido, el ‘establisment’ tiene que reconciliarse con quien será su candidato oficial y único a la Casa Blanca. No habrá ni atajo ni persona superpuesta, ni tampoco tercera vía al estilo Perot. El Partido Republicano tiene que sobrevivir a su propia, populista y demagógica catarsis. Se acaba un tiempo, una etapa y un profundo relevo no solo de patricios, sino también de ideas, formas y discursos. Los aristócratas conservadores y su pléyade de donantes han perdido la batalla trumpetiana. Como un vendaval, ha arrasado con inercias, formas y pactos de oligarcas y grupos de interés.
No se va a suicidar el partido impidiendo la nominación o buscando un caballero blanco, porque simplemente no lo hay. Todos han blandido su soberbia ante el candidato. Ahora el rival es el Partido Demócrata, con una Clinton que tiene casi asegurada la nominación. Y todo queda abierto para noviembre. Ella será el obstáculo, el último.
Pero la pregunta es: ¿cómo alguien como Donald Trump puede ganar la nominación e intentar llegar a ser Presidente de Estados Unidos? Por cansancio y hastío de los ciudadanos de sus políticos y partidos tradicionales. Por el rearme y orgullo nacional de Trump. Por su beligerancia frente a quienes culpa de empobrecimiento de las clases medias americanas, para él, blancas y protestantes. Por las consecuencias de la crisis y la política exterior intervencionista, aunque cada vez menos, de los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca. Por romper con las inercias del Old Party y la frescura de un discurso tan diferente como radical y rupturista con las formas y los adversarios. Y todo ello, a pesar de ser millonario, de su soez estilo rancio y clasista, de sus insultos y falta de respeto tanto a periodistas como inmigrantes, pasando por un largo etcétera. Mas ¿verdaderamente Trump es un conservador? ¿O acaso, un liberal muy a su manera? ¿Qué harán las bases de su partido el segundo martes de noviembre?
Ha doblegado a 16 aspirantes y está solo a un paso de doblegar a su partido. Pero ahora, si quiere continuar, necesita del aparato y de todo el partido. Necesita cortar la hemorragia de votantes propios que pueden incluso votar a Clinton y prolongar a 12 años la hegemonía demócrata. Y necesita a los donantes y los ‘lobbies’ para recaudar fondos. Se alinearán con él antes de votar a Hillary. Se trata de supervivencia, aunque algún cargo se la juega en noviembre, sobre todo en aquellos estados donde los inmigrantes pueden decantar el voto. Es posible que alguien más que los blancos pobres, como reza estos días un tuit en Estados Unidos, vote por Trump, con sus promesas de proteccionismo, de fomento de la industria, de reactivación de programas sociales. Y ello, pese a su aparente desprecio hacia “otros”, los inmigrantes, precisamente en un país que forjaron los inmigrantes europeos y hoy y no mañana están cambiando su fisonomía y cultura (enriqueciéndola) los latinos. Trump ha ganado todas las batallas hasta ahora. Falta una. La que puede cambiar la percepción y fisonomía de Estados Unidos, con su replegamiento político y moral, o por el contrario ser una mera teatralización.
Abel Veiga Copo
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