Cualquier decisión que se tome en el sector salud tiene impactos mayúsculos. La ciudadanía vive constantemente predispuesta contra un sistema cuyos indicadores de calidad han sido, desde su creación, deficitarios. En este orden de ideas, las medidas recientemente tomadas por la Secretaría de Salud de Bogotá no han cumplido con las expectativas de usuarios y pacientes.
Conceptualmente, hay que decirlo, se le abona a la entidad la buena intención de querer tomar las riendas del sistema en la capital y proyectar transformaciones profundas. Pero su ejecución choca con la realidad que enfrentan todos los días los afiliados.
Si bien era necesaria la declaratoria de una emergencia sanitaria para enfrentar la sobreocupación y el caos en los servicios de urgencias (un problema complejo y de vieja data), a tres meses de expedida, la gente que acude a diario a los servicios percibe que las cosas siguen igual.
La transición del modelo descentralizado de los hospitales públicos hacia uno que los agrupó en cuatro redes no está siendo menos traumática. Que quede claro que la iniciativa es loable –como la construcción de los hospitales y las camas que faltan en la ciudad–; sin embargo, esta disposición ha resultado confusa, atropellada y ha generado enredos administrativos que obstaculizan incluso la posibilidad de manejar recursos de manera inmediata o de contratar con celeridad.
El ambiente se enrarece todavía más cuando el mensaje que se envía desde la Secretaría es que todo actuar heredado de administraciones pasadas estuvo errado o fue malintencionado. Se vale, por supuesto, indagar, investigar y poner en conocimiento de las autoridades las irregularidades y desmanes hallados; lo que resulta inconveniente es hacer tabula rasa en toda la administración, y echar en el mismo talego, y sin miramiento alguno, todo.
Si hay algo bueno, conviene reconocerlo, particularmente en este sistema; mantener un ambiente de confrontación política entre quienes defienden lo dejado por la administración anterior y lo que trae la actual no solo está perjudicando –hay que insistir en eso– a los pacientes, también la estructura misma de un complejo armazón, del que hace parte un valioso capital humano que, valga decir, en el campo sanitario es difícil de conseguir.
Bogotá, a diferencia del resto del país, tiene los factores más favorables para echar a andar un modelo de atención en salud digno y eficiente: la menor carga proporcional de afiliados al régimen subsidiado, la mayor concentración de infraestructura hospitalaria y una alta concentración de recurso humano calificado. Así mismo, una red institucional propia, integrada verticalmente con una EPS y un presupuesto en salud que casi iguala al de la totalidad de una ciudad intermedia. No se entiende cómo, no obstante contar con todas estas ventajas, su sistema de salud siga estancado.
Esta administración apenas empieza, y aunque todavía es pronto para hacer balances, sí es tiempo de hacer un llamado al Secretario de Salud para que entienda que cada paso que da compromete el bienestar colectivo. Y eso exige pensarlos muy bien, mirando hacia adelante, y no concentrarse en el pasado.
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