Ingresar a la Ocde tiene sus ventajas, pues obliga a evaluar muchos aspectos fundamentales del desarrollo del país. Para algunos, con cierta razón, se trata de una entrega de la soberanía nacional y un sometimiento a los arbitrios del capitalismo salvaje. Sin embargo, creo que es mejor estar en el grupo de Estados más desarrollados que persistir en el dudoso mérito de estar entre los más desiguales.
Puede sonar paradójico que una nación con los niveles de pobreza que tiene Colombia ingrese al ‘club de los países ricos’. Pero, como lo señala Sergio Clavijo, es la “oportunidad para hacer las tareas estructurales pendientes que permitan acelerar el crecimiento y reducir la pobreza”. Es importante aclarar que el ingreso a esta organización no es automático. Se deben cumplir exigencias previas, para lo cual se vienen haciendo evaluaciones desde el 2013.
En días pasados se conoció el último informe sobre el estado de la educación, que incorpora las recomendaciones, agrupadas en cuatro aspectos: ofrecer a todos los niños un buen comienzo en el sistema educativo, mejorar los resultados del aprendizaje en todas las escuelas, expandir y modernizar la educación media, y crear un sistema de educación terciaria más articulado.
En estos frentes se viene trabajando, con buenos resultados en unos aspectos y precarios en otros. El informe muestra los progresos y los desafíos, que no son otra cosa que el señalamiento de las grandes brechas que tenemos con respecto a otros países.
Solo me voy a referir a la necesidad de mejorar el aprendizaje, pues parece la tarea más difícil ya que obtener resultados visibles depende de multitud de factores, entre los cuales están el nivel socioeconómico de las familias, la formación inicial de los maestros, la imagen social de la profesión, la infraestructura, el tiempo de aprendizaje, los métodos de evaluación, los textos escolares y el currículo.
Tres retos señala el informe: ausencia de un plan de estudios común, altísimas tasas de repetición y enorme deficiencia de recursos educativos. Resolver estos retos implica una apuesta de política pública que requiere años y exige coherencia y continuidad. Estas son las cosas que debería contener un plan decenal de educación en el cual haya amplia participación de muchos sectores sociales y que sea obligatorio para sucesivos gobiernos.
Un ejemplo que ilustra los tiempos de maduración de las reformas es la resolución del Ministerio para reglamentar las licenciaturas. Si todas las facultades de Colombia se ajustaran a esta norma de manera inmediata, las primeras cohortes con la formación esperada estarían saliendo en cinco años. Tampoco se podrá hacer una buena jornada única, con un currículo integral y coherente, si no hay maestros que trabajen toda la jornada y reciban mejor remuneración, y sin que se cuente con infraestructura suficiente, y esto lleva tiempo.
El currículo es un enorme desafío y no se resuelve de manera rápida. Una cosa es hacer guías de apoyo temático para ciertas áreas y otra cosa es hacer un currículo serio, que implica una profunda discusión académica en la cual deben participar muchos actores sociales. Para algunos países es un elemento central de la identidad nacional, y su discusión llega hasta los niveles legislativos. En otras partes tiene un fuerte componente local. Se debe pensar si se quiere mantener la actual dispersión de áreas obligatorias, asignaturas y cátedras múltiples o se quiere avanzar incorporando los avances de las ciencias cognitivas.
Creo –a diferencia de la Ocde– que en Colombia sí hay un currículo único que incluye lineamientos, estándares de competencias por etapas de desarrollo y modelos de evaluación nacional. Si es bueno o malo, si se cambia su enfoque o si los maestros están preparados para entenderlo y aplicarlo es otra discusión.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com