Jon Snow está vivo. El deseo de millones se hizo realidad en el segundo episodio de la sexta temporada de 'Game of Thrones'. Una jugada interesante y respetuosa de los creadores de la serie para con sus seguidores y que respondió a un nuevo esquema en el que esos incondicionales fueron reconocidos y retribuidos.
El personaje favorito, el más equilibrado y sobre quien recaen muchas de las teorías acerca de quién sería el indicado para luchar y asumir el trono de hierro dio un respiro impactante y muy bien manejado en el capítulo. Tuvo la tensión necesaria...no se excedió su desenlace y se plantearon nuevos impulsos para personajes importantes como Bran y sus visiones.
Arya tiene una nueva oportunidad para redimirse y Tyrion mantuvo esa sapiencia y humor en el momento preciso, a su vez que demostró que su poder podía estar más allá de las palabras acercándose a unos dragones que clamaban libertad: un gesto arriesgado pero interesante para las futuras especulaciones acerca de su futuro y, ¿por qué no?, de su linaje. También fue impactante el golpe de Ramsay Bolton al traicionar a su padre, convirtiéndose en el personaje más oscuro y, posiblemente, el que tiene estandarte de maldad que Joffrey abandonó al ser envenenado.
Las cosas sucedieron a un ritmo un poco más rápido y sin tanto aspaviento. 'Game of Thrones' asume un ciclo más cercano a la necesidad de ir cerrando conflictos y fortaleciendo personajes. No hace trampa y puede jactarse de mover los hilos de la trama en muchas direcciones.
Un esquema que se le agradece y que pone en evidencia que viene un conflicto muy fuerte y una revolución generacional. Los pequeños ya crecieron y van a entrar en el juego, mientras Jon Snow arrastrara su nueva condición de 'semidiós' y protagonista esencial en los nuevos acontecimientos que están por venir. Este fue un episodio épico, glorioso y sin excesos. A eso hay que sumarle la aparición de Max Von Sydow: un actor mítico en un episodio que pasará a la historia.
ANDRÉS HOYOS VARGAS
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO