Hay que reconocer que el nombre de André Kertész era muy poco conocido en Colombia hasta que el Museo de Arte del Banco de la República abrió la exposición ‘André Kertész el doble de una vida’, con 189 fotos que nos recuerdan que antes la fotografía exigía cuidado y sumergirse en el instante para lograr en la captura de una imagen algo muy cercano a lo poético.
Si bien es verdad que ya la fotografía existía antes de que este húngaro tomara sus fotos, su manera personal de ‘congelar’ el mundo abrió paso a narrativas en una época en la que su oficio estaba lejos de ser visto como arte.
Entrar en esas salas con sus fotos –casi todas en blanco y negro– es ver una forma de pensamiento capaz de descubrir, precisamente, lo poético en lo cotidiano, y también en situaciones tan trágicas (y tristemente, no poco comunes en el mundo) como la guerra.
Hoy sus fotos cobran mayor valor en una época en la que las imágenes –por lo menos las de mayor circulación– parecen estar dominadas por la exaltación de lo extravagante y por la creación de mundos inexistentes por medio de la alteración digital de los escenarios.
En un momento de mucha ceguera o por lo menos miopía ante la belleza de lo sencillo que se produce en el día a día, las fotos de los personajes en los cafés, el soldado en el frente de batalla que escribe una carta en medio de la incertidumbre, la joven que mira poniendo su mejor cara en una calle derruida por los momentos de escasez, unas gafas y una pipa sobre una mesa o una flor en un solitario nos hacen recordar que somos humanos. Que hay belleza e, incluso, poesía por ahí, en la vida diaria y en la gente común, y que es posible verla, fotografiarla y hasta vivirla.