Las calles de una ciudad moderna y occidentalizada, entre semáforos y señalizaciones, funciona como único escenario de una valerosa película de género docudrama cuya ficha técnica se reduce a un solo nombre: Jafar Panahi.
Además de chofer protagónico es director y productor, fotógrafo, sonidista y editor. Acusado por el fundamentalismo islámico de activista de oposición al régimen Ahmadinejad, ha tenido la casa por cárcel y se le prohibió filmar en Irán durante veinte años por “atentar contra la seguridad nacional”.
Entre los viajeros no siempre casuales hay un vendedor de videos piratas, dos supersticiosas abuelas con una pecera de vidrio, la desparpajada sobrina que debe hacer una tarea escolar a manera de reportaje, la mujer que pretende registrar el testamento del marido accidentado, una abogada progresista y la admiradora entusiasta que le ofrece una rosa en abierta declaración de amor a los cineastas.
Grabada clandestinamente con su minúscula cámara subjetiva, oculta en una caja de pañuelos en la guantera, Panahi al timón charla sin prevenciones con varios pasajeros quienes opinan sobre derechos humanos, presos políticos y pena de muerte para los ladrones. Invitado de honor a la Berlinale, donde obtendría el Oso de Oro, no lo dejaron salir de Teherán e hizo una huelga de hambre para protestar por los maltratos en prisión y la imposibilidad de contactar corresponsales extranjeros.
Su preciosa ópera prima (‘El globo blanco’), con guion del maestro Abbas Kiarostami, obtuvo por unanimidad en 1995 la Cámara de Oro en Cannes. Entre 1997 y 2006 prosiguió su internacionalmente aclamada carrera profesional con ‘El espejo’, ‘El círculo’ y ‘Fuera de lugar’. Con testimonios audaces sobre la discriminación laboral e intolerancia social contra sus compatriotas femeninas, fue condenado en diciembre del 2010 por “trabajar en contra del Estado”.
Si el Ministerio de la Orientación Islámica solo valida los créditos de las cintas allí “distribuibles”, en ‘Taxi’ (película iraní) no aparecen otros nombres aunque agradece “a todos aquellos que me han colaborado, porque sin su preciosa ayuda este filme no habría visto la luz”.
El señor Panahi, quien con anterioridad hizo secretamente en su apartamento ‘Esto no es una película’ (2011), ahora pregona su vocación como tal y expone en discretas imágenes la libertad que le asiste a todo artista de manifestar los abusos teocráticos e institucionales.
MAURICIO LAURENS
Para EL TIEMPO
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