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La guerra de los baños

Los baños, tal como los concebimos hoy, constituyen una fuente de discriminación.

Laura Gil
“Todo es política”, escribió Thomas Mann. Esta afirmación se extiende hasta al acto de orinar.
Los baños, tal como los concebimos hoy, constituyen una fuente de discriminación. No hay que temer al cambio cultural requerido para transformarlos.
“Así usted se vista de Hillary Clinton, deberá ir al baño de hombres”, le dijo el senador Ted Cruz a Donald Trump. Pocos días antes, el magnate y casi candidato republicano había defendido el derecho de las personas a entrar al baño en el cual se sintieran más cómodos.
La campaña electoral de Estados Unidos giró hacia los inodoros. En marzo, el gobierno de Carolina del Norte aprobó la legislación estatal más violatoria de los derechos LGBTI de todo Estados Unidos. Entre otras cosas, prohíbe a las personas ingresar a los baños públicos con base en su identidad de género. Desde entonces, solo el sexo registrado en el certificado de nacimiento, uno que no se puede corregir mediante acto notarial como en Colombia, dicta el acceso al servicio.
El gobernador de Dakota del Sur vetó una ley similar; las legislaturas de unos quince estados las están estudiando. La Asociación Americana para la Defensa de los Derechos Civiles (Aclu) se prepara para demandarlas.
Las leyes de baños o 'bathroom bills' nacen en respuesta a las iniciativas de estados más progresistas, como California, que permiten el ingreso a los baños de los colegios oficiales dependiendo de la identidad de género, no del sexo, del estudiante.
Los conservadores se aferran al argumento de la seguridad. “No se necesita ser sicólogo para entender que malas cosas pueden pasar cuando se deja a hombres adultos en un baño con niñas”, aseveró Ted Cruz, como si toda mujer transexual fuera un predador en potencia.
No existe evidencia que justifique el susto de Cruz. Unas 200 organizaciones de Estados Unidos dedicadas a la lucha contra la violencia sexual se opusieron a su planteamiento. ¡No en mi nombre!, dijeron las víctimas. La revista Time citó una investigación del centro de investigación Media Matters: de los 17 distritos escolares más grandes del país con baños incluyentes, ni siquiera uno reportó un incidente de acoso.
La minoría transexual no tiene dónde orinar y las minorías, no sobra recordarlo, tienen derechos. Pero el debate va mucho más allá.
La solución que plantea la comunidad trans, los baños sin género, nos puede servir a todos. ¿No tiene usted un familiar en situación de discapacidad que necesita ayuda? Si es madre, ¿no se ha enfrentado al momento en que su hijo, todavía demasiado pequeño para dejarlo solo, se niega a entrar al baño de mujeres? Como padre, ¿no teme abandonar a su niña cuando la naturaleza hace su llamado? En los espacios privados, hombres y mujeres compartimos el baño, ¿por qué no podemos hacerlo en lugares más públicos?
Los baños sin género solo requieren cubículos más cerrados y más seguros y un área abierta de lavabos donde nos podamos encontrar. La violencia contra las mujeres no se soluciona mediante la segregación, ni en los baños, ni en los buses, ni en ningún otro lado.
La Organización de los Estados Americanos dio el paso, y con esta decisión Luis Almagro, secretario general, trajo la cuestión de los baños sin género a América Latina.
Las fronteras de la defensa de los derechos fundamentales se siguen expandiendo. Los baños sin género construyen sociedades más incluyentes y más tolerantes.
Laura Gil
Laura Gil
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