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Armonía interior y nirvana

Una mente volátil y desbocada es una mente infeliz. Entonces, ¿por qué divagamos tanto?

GUSTAVO ESTRADA
La palabra ‘felicidad’ es imprecisa. Si dos amigos, separadamente, nos dijeran ‘soy feliz’, las causas de sus correspondientes satisfacciones, con certeza, serían diferentes. ¿Amor? ¿Dinero? ¿Fama? ¿Poder? ¿Otro tipo de victoria? Para referirme a estados mentales ideales, prefiero la expresión ‘armonía interior’, esto es, la ausencia de ansiedad y estrés. La añorada felicidad demanda buscar y alcanzar un objetivo. Para disfrutar de armonía interior, no hay que hacer nada… Si perseguimos la armonía interior, la estaremos perdiendo.
Los factores positivos que nos aumentan la felicidad son tan numerosos como cambiantes; desafortunadamente, el solo pensar en la ausencia de tales factores nos merma la dicha: “¿Será que me está engañando? ¿Y si aquel negocio no me sale? ¡Me estoy engordando! ¿Disminuirá mi influencia?” En un estudio reciente, los psicólogos Matthew A. Killingsworth y Daniel T. Gilbert llegaron a una preocupante conclusión: una mente volátil y desbocada es una mente infeliz.
En la investigación participaron 2.250 adultos que respondieron, durante varios días, en horas aleatorias y a través de sus teléfonos inteligentes, diversas preguntas específicas sobre (1) las actividades que estaban realizando en el momento de la llamada, (2) la focalización de la mente justo en ese instante y (3) el estado de ánimo asociado.
La claridad de las escalas utilizadas para cada factor concede una alta confiabilidad a las conclusiones alcanzadas. El porcentaje de dispersión mental resultó aterrador: en el 46,9 % de los casos, los participantes reportaron estar pensando en actividades diferentes a las que estaban ejecutando y, lo que es peor, la gente, en promedio, manifestó sentirse menos feliz como consecuencia de las divagaciones, aun si sus temas eran agradables.
El progreso humano es, sin duda alguna, el resultado de nuestra habilidad de fantasear alrededor de productos nuevos y de imaginarnos escenarios desconocidos. Pero, concluyen los investigadores, “la capacidad de pensar en lo que no está sucediendo es un logro cognitivo con un elevado costo emocional”.
¿Afectan las elucubraciones y los rodeos a la armonía interior? No, pues la mente de quienes disfrutan de armonía interior revolotea mucho menos. ¿Podría replicarse el estudio de los doctores Killingsworth y Gilbert para la armonía interior? Tampoco, entre otras razones porque los ‘armoniosos’ poco utilizan las divagaciones electrónicas de sus teléfonos inteligentes.
¿Por qué, en términos neuronales, divagamos tanto? Hice la pregunta al doctor Google con resultados desalentadores. Por una parte, encontré en internet numerosas descripciones del fenómeno que, obviamente, nada nuevo agregan dado que, por experiencia directa, todos sabemos qué es dispersión mental. Por la otra, aparecen en el ciberespacio abundantes referencias acerca de cómo mejorar la concentración, que no era lo que andaba buscando. Ningún enlace de los consultados respondió mi inquietud.
Lo triste y novedoso del estudio de los doctores Killingsworth y Gilbert es la infelicidad, ahora comprobada, que resulta de los alborotos mentales. Divagamos comúnmente sobre antojos sencillos y antipatías menores; estos revoloteos, pienso yo, no solo son inofensivos sino hasta divertidos. Desafortunadamente, ‘in crescendo’, los primeros tienden a convertirse en deseos desordenados, adicciones, exigencias compulsivas, psicoterapia...
Los segundos, en aversiones, fobias, pánicos/odios maniáticos, psicoterapia… Ambas corrientes conllevan infelicidad.
¿Solución? Meditar. El beneficio primordial de la meditación de atención total es el fortalecimiento de nuestra facultad de concentración; las otras ventajas –menos migrañas, mejor temperamento, más calma, menos insomnio, mejor digestión– son subproductos de nuestra atención total a la vida tal como se está desenvolviendo.
Mario Ríos, un inolvidable maestro en mi bachillerato, explicaba que ‘nirvana’ para el budismo era el equivalente del ‘cielo’ judeocristiano, pero que ese ‘cielo’ no era un lugar cósmico, localizado quién sabe dónde, sino un estado mental alcanzable aquí en la Tierra. Devoto católico entonces, no comprendí cómo un estado mental podría ser el ‘cielo’ adonde aspiraba a mudarme después de mi muerte.
Décadas después, el Buda resolvió mi incertidumbre: “Nirvana es la liberación de la ansiedad y el estrés –del sufrimiento emocional– al que llegamos con el abandono total de todos los deseos desordenados y de todas las aversiones”. Nirvana es pues armonía interior. Eso fue lo que quiso decir el profesor Ríos. Y, a propósito del Buda, el sabio bien sabía que las divagaciones conducen a la infelicidad.
GUSTAVO ESTRADA*
* Una invitación… Este columnista presentará ‘Hacia el Buda desde Occidente’ en la Feria del Libro de Bogotá (abril 20, 6 p. m. y abril 23, 5 p. m.).
GUSTAVO ESTRADA
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