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El jardín infantil más igualitario del mundo

Nicolaigården, en Suecia, ofrece una educación neutral en términos de género.

LEANDRO URÍA
En el jardín infantil Nicolaigården, en el barrio Gamla Stan (Ciudad Vieja), de Estocolmo, a pocos metros del Palacio Real, las niñas ya no sueñan con ser princesas. Tampoco todos los niños parecen querer conducir un auto de Fórmula 1 o hacer un gol en una final de la Champions. En este centro infantil, que se ha dado a conocer como el primero del mundo que es neutral en términos de género, no se leen cuentos clásicos como ‘Cenicienta’ o ‘Blanca Nieves’. Tampoco gozan de mucha estima las palabras que vinculan el género con ciertas profesiones. Aquí es natural que los varones jueguen con muñecas y las niñas, con ladrillos de construcción.
¿Quiere decir que son ellos los que sueñan con ser princesas? Aunque esta posibilidad no está excluida, lo cierto es que no se asemeja a lo que pasa en el Nicolaigården. “Cada uno tiene el derecho de acceder a todo lo que la vida ofrece, a todas las actividades y todos los sentimientos. Debe ser posible desempeñar roles diferentes en momentos diferentes, porque las diferencias implican fortaleza”, explica Lotta Rajalin, directora del establecimiento y responsable de cinco jardines, que cuentan con un personal de 90 docentes para unos 350 alumnos.
Esta filosofía se aprecia apenas se pone un pie en el jardín, en cuyo patio flamea la bandera sueca junto a la de la diversidad –difundida por los promotores del orgullo gay–, además de otras que hablan del origen de los alumnos de la institución y que le dan al jardín el aspecto de una ONU de bolsillo.
Si bien el modo de trabajar de este establecimiento ha concitado interés global y el elogio unánime de los especialistas en estudios de género, la directora no deja que esto le quite el sueño. ¿En qué consiste el modelo? Por un lado, en desmontar prejuicios para permitirles a los niños ser lo que quieran ser. Por otro, según cuenta Rajalin, en habilitar un canal para que los pequeños expresen sus emociones sin violencia.
La meta es evitar lo que, según educadores del lugar, termina pasando con los enfoques tradicionales: que los niños sean derivados en dos direcciones opuestas, con un solo modo canónico de ser hombre o mujer. Aquí eso se ve como robarles algo, pues termina asociándolos a ciertos juegos, colores y emociones, y privándolos de otros.
En la práctica, esta visión tiene profundas consecuencias en el lenguaje que usan los docentes con los chicos y en el modo en que se organizan los juegos. Digamos, por ahora, que la falta de lugares de juego exclusivos para niños o para niñas se nota a simple vista en Nicolaigården, donde juegos y juguetes están mezclados.
“Estamos trabajando con el género social, no con el biológico”, aclara la sonriente directora. De todos modos, admite, puede ocurrir que haya un niño a su cargo que se identifique con el sexo opuesto. “En una de las cinco escuelas hay una niña que quiere ser un varón. Es claro, pero los padres están en contra. El problema para nosotros es ese, no el niño. Nosotros tratamos de darle fortaleza a cada chico para que crea en sí mismo y aumenten sus oportunidades de tener éxito”.
Los inicios
Todo comenzó en 1998, cuando el Gobierno sueco elaboró la política para jardines infantiles, que establece que hay que trabajar en contra de los estereotipos y obliga a darles las mismas oportunidades educativas a niños y niñas. Tal política –reforzada por una poderosa ley del 2009 que prohíbe la discriminación de cualquier tipo– no era novedosa: se basaba en los lineamientos de la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, promulgada diez años antes.
La novedad reside en que esto llevó a los docentes del Nicolaigården a observar con más detalle cómo trataban a los niños y a descubrir que su manera de educarlos no era tan igualitaria como creían. “Cuando lo hicimos también quedó claro que las niñas se comunicaban mucho más. Y el diálogo, el análisis y la comunicación son una parte fundamental del sistema educativo en Suecia”, afirma la coordinadora del jardín, Frida Wikström.
Para revertir esa brecha, que perjudica a los varones, los ayudan a expresar sus emociones. “Tradicionalmente, el llanto con muchas lágrimas está ligado a las mujeres. En una situación de tristeza, al hombre se le dice que debe ser valiente y no llorar –dice Rajalin–. Esto es una estupidez. Cualquiera puede sentirse triste, independientemente de si es varón o mujer. Y tiene derecho a expresarlo”.
Así mismo, este sistema ha modificado los cuentos que se les leen a los chicos. “Tenemos libros que muestran la sociedad tal como es, de una forma realista. Cuentan historias de familias con madre, padre e hijos, con dos o tres padres, chicos adoptados, padres que han fallecido o que están en prisión, como sucede en la vida real”, señala la directora. Pero eso no significa que todas las historias tradicionales hayan sido dejadas de lado. “Tenemos un museo de libros viejos. Y cuando leemos algo de allí les decimos a los chicos: ‘Este libro tiene 100 años. ¿Te imaginas? Así eran las cosas entonces’. Y el chico entiende que así fue la historia, pero que no es así ahora”, agrega la docente.
Suecia es considerado el país más igualitario en lo que respecta al género. Pero en Nicolaigården quieren más. Allí destacan, por ejemplo, que hay menos mujeres que hombres en el directorio de las empresas suecas. Y que esto no puede seguir así.
Tal vez estemos presenciando apenas el principio de un profundo cambio global. Si todo va bien, quizá incluso este artículo termine en el museo de las publicaciones viejas. ¿Se imaginarán los chicos del futuro cómo eran las cosas en este tiempo?
Romper las barreras de género
“Por definición, la escuela transmite los principios de una sociedad –dice la historiadora Diana Bernal, máster en Educación y especializada en temas de género–. Una escuela que busque, como principio pedagógico, romper con las barreras de género demuestra que los valores y prácticas sociales están cambiando. Lo interesante del Nicolaigården es la forma como incentiva la creación de una conciencia autónoma, pero manteniendo absolutos culturales. Que una escuela busque romper con los roles de género no quiere decir que estos dejen de existir ni que sus alumnos desnaturalicen sus relaciones o que el ‘binarismo’ desaparezca”.
LEANDRO URÍA
La Nación (Argentina) - GDA
LEANDRO URÍA
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