Bruselas aparece de alguna forma en casi todas las investigaciones de terrorismo yihadista en Europa desde el 2001.
Tras ver cómo el terror golpeaba a Madrid, París, Londres, Copenhague o Toulouse, la tragedia llegó a la ‘capital de Europa’.
¿Qué falló? ¿Se puede hacer más para enfrentar la amenaza terrorista sin acabar con las libertades civiles y convertir un país en un Estado policial?
Medios de comunicación de medio planeta e incluso algún ministro extranjero poco diplomático apuntan a los fallos de los servicios de seguridad belgas, e incluso hay quienes declaran que estamos ante un Estado fallido.
El ministro del Interior de Bélgica, Jan Jambon, dijo que el país había tomado todas las medidas “necesarias y sostenibles”, pero pocos días después reconoció fallos. En los medios anglosajones, algunos expertos en terrorismo hablan de “incompetencia más que de incapacidad”.
¿Se puede hacer algo para impedir que un kamikaze se haga explotar en un vagón de metro? En la Europa sin fronteras y rodeada por Luxemburgo, Alemania, Holanda y Francia, ¿se puede controlar el tráfico de armas? ¿Está Bélgica desbordada por el fenómeno de los jóvenes que vuelven de Siria de luchar junto al Estado Islámico?
Un agente de la Policía Federal especializado en terrorismo le dijo a EL TIEMPO que se necesitarían tres grupos de siete agentes para vigilar 24 horas al día a una persona y que en los registros de radicalizados habría más de 200 sospechosos por seguir. Pero Bélgica tiene apenas unos 600 agentes en sus servicios secretos.
El Parlamento de ese país discutió a puerta cerrada hace dos semanas un informe que enumera los “fallos” cometidos por las autoridades nacionales y locales en la vigilancia de las células yihadistas que usaron el barrio de Molenbeek (Bruselas) para preparar los atentados de París del 13 de noviembre.
También, la falta de políticas públicas contra la radicalización de los jóvenes y la poca importancia que se dio durante años al fenómeno de los combatientes extranjeros en Siria e Irak.
El informe apunta también a la poca coordinación entre los distintos servicios policiales y de inteligencia, que no tendrían mecanismos efectivos para compartir información.
Desde los atentados de París del 2015 hubo un giro importante. Se aumentó en decenas de millones de euros el presupuesto de seguridad, se dotó de mejores medios a policías y agentes del servicio secreto, se empezó a reclutar a más agentes –también de origen árabe– y se empezó a frenar la salida de jóvenes hacia Siria.
También se expulsó a predicadores extremistas y se legisló para penar con cárcel a quienes incitan a los jóvenes a ir a Siria, porque si hay un país europeo afectado por ese fenómeno es Bélgica, que , en proporción a su población, es el que más jóvenes ha visto unirse al Estado Islámico (EI), con una cifra superior a los 500.
La misma fuente de la Policía Federal se pregunta de forma retórica: “En Bruselas están los servicios secretos de medio planeta –por la presencia de las instituciones de la UE y de la Otán–, ¿y nadie vio nada, nadie se enteró de nada?”.
Nadie vio nunca a Salah Abdeslam, sospechoso clave de atentados de París, durante los cuatro meses que pasó escondido con el apoyo de redes en Bruselas.
Bélgica dejó que durante años creciera en ella una red yihadista llamada ‘Sharia4Belgium’, que envió a decenas de jóvenes a Siria y que solo fue desmantelada el año pasado, cuando se encarceló a su líder, Fouad Belkacem, quien pedía que el país aplicara la sharía y la pena de muerte para los homosexuales.
Dos distritos de Bruselas –Molenbeek y Schaerbeek–, y Vilvoorde, Malinas y Amberes son los principales puntos de origen de los jóvenes que fueron a Siria, y son precisamente las cuatro localidades donde más actividad tuvo ‘Sharia4Belgium’.
El Gobierno considera hoy que tiene 10 localidades “de alto riesgo”. Esos ayuntamientos reciben fondos extras para luchar contra la radicalización.
Además, Bélgica es un punto clave del tráfico de armas en Europa. Tras las guerras de los Balcanes y del Cáucaso se instalaron en el país mafias albanesas y chechenas, que montaron redes para vender en Europa occidental las armas que podían obtener en sus países.
Por esto Bélgica, con pocos medios, enfrenta posiblemente una amenaza mayor que otros países de su entorno.
EL TIEMPO
Bruselas